58 años, un sentido del humor reconocido unánimemente y una capacidad de mediación más discutible si se juzgan los resultados, Juncker deja el Eurogrupo con un balance agridulce. En su última intervención ante el Parlamento Europeo se quejaba de que sus colegas del club del euro le habían hecho poco caso cuando intentaba relajar los severos ajustes y repetía que se trataba solo de «evitar que desaparezca la dimensión social de la UE». Así es Juncker, un político de derechas, cristianodemócrata, que pone topes al liberalismo económico.
En cualquier caso, el luxemburgués ha cumplido su papel entre los ricos y pobres de la zona euro, entre los pequeños y los grandes y ha sido equidistante entre Francia y Alemania. «Cuando quiero hablar en francés, pienso en alemán; cuando quiero hablar en alemán, pienso en francés y al final soy incomprensible en todas las lenguas», dicen que dijo.
Europeísta convencido, Juncker dice que para él, «Europa es una mezcla de acciones concretas y de convicciones fuertes... pero las convicciones fuertes no aportan nada si no dan prueba de pragmatismo».
En su mandato Juncker ha tenido que coordinar importantes decisiones para los diecisiete miembros de la eurozona, como los acuerdos para el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC), los procesos de rescate de las economías de Portugal, Grecia o Irlanda o de asistencia financiera a la banca española en dificultades.
Si no hay cambios sobre el programa previsto, el ministro de Finanzas holandés, Jeroen Dijsselbloem, sustituirá a Juncker al frente del Eurogrupo. Sin mucho tiempo para conocer a sus colegas europeos, porque llegó al cargo el pasado noviembre, el político holandés ha paseado estos días por la UE su candidatura y parece tener consenso.
Representa a uno de los pocos países del euro con calificación de triple A por las agencias de «rating», pertenece a un país pequeño de la UE y es socialdemócrata, como quería Francia. Sin embargo desde París se han puesto reservas al método de elección del presidente del Eurogrupo, gestado siempre en las trastiendas comunitarias y sin ninguna trasparencia.
En este caso, Dijsselbloem es un político desconocido, incluso en su propio país, donde ha ocupado cargos de segunda fila hasta llegar al ministerio de Finanzas tras las últimas elecciones. Se le atribuyen cualidades de mediador y de estratega con talla para coordinar la política económica de la zona euro en una supuesta salida de la crisis.