No se descuidan sus avatares personales, como el divorcio de su primera mujer Emilia Palomo, su nuevo matrimonio con Coral y la dolorosa muerte de su hijo Antonio por sobredosis, así como su enfermedad, pero en «Valente vital (Ginebra, Saboya París)» la atención se dedica más a su dedicación literaria y política que a su biografía íntima.
Después del primer volumen, dedicado a los primeros años en su Galicia natal, a la época de estudiante en Madrid y a su estancia en Oxford como profesor, este segundo libro se centra en la etapa decisiva de la producción poética, literaria y ensayística de Valente, que coincide con sus estancias en Ginebra, Alta Saboya y París. Claudio Rodríguez Fer y Tera Blanco de Saracho se ocupan de las andanzas de Valente en la ciudad suiza y en Saboya, mientras María Lopo sigue su trayectoria en París. Un tercer volumen, en preparación, recogerá su actividad en Almería, a donde el poeta se trasladó a vivir a su regreso definitivo a España.
Ginebra: poesía y compromiso
Valente vivió en Ginebra debido a su trabajo de traductor en la Organización Mundial de la Salud. En esta ciudad conoció a personas con las que mantuvo amistad durante toda la vida. Gallegos como José Fernando Pérez Oya, Justo Peral, Suso Baamonde y el fotógrafo Manuel Álvarez. También con Julio López Cid, a quien prologó su obra «Puente Sobreira». Una de las actividades de Valente en Ginebra estuvo ligada a su apoyo y defensa del galleguismo y a la ayuda a los emigrantes gallegos en Suiza. Gracias a Valente se fundó el Centro Gallego de Ginebra (lo que le supuso enfrentarse a Pablo de Azcárate, que exigía un Centro español con grupos regionales autónomos) y la Sociedade Emigrante A Nosa Galiza. Él mismo impartía clases a los obreros de la emigración gallega, a los que prestó su apoyo personal en muchas ocasiones.
En Ginebra Valente mantuvo una gran actividad creativa y se relacionó intensamente con escritores y artistas que vivían en la ciudad o la visitaban por motivos diversos. Allí se reencontró con el poeta Alfonso Costafreda, con quien estuvo muy unido hasta el suicidio de éste, y a quien dedicó poemas y artículos. El libro se ocupa de estudiar, a través de cartas, documentos, testimonios y materiales diversos, las relaciones de Valente con Rosa Regás, Juan Benet, Jorge Semprún, Eduardo Mendoza, Carlos Barral, Julio Cortázar, Pere Gimferrer... y se detiene en las personas que supusieron para el poeta algo más que una relación de amistad.
Entre ellas, el escritor cubano Calvert Casey, cuya muerte Valente relacionó con la represión de la homosexualidad por el régimen castrista. Este episodio debió influir en su actitud ante la revolución cubana, que le llevó a firmar con otros intelectuales una carta denunciando el proceso a Heberto Padilla (Valente había viajado a Cuba en 1967, un contacto que le inspiró nuevos poemas pero que le produjo un amargo desencanto por la revolución). Se recoge aquí también su amistad con Carlos Franqui, revolucionario cubano exiliado, y con su hijo, el pintor Camilo Franqui.
Se estudia especialmente la relación de Valente con las personas con las que mantuvo una amistad más profunda: el profesor Alberto Jiménez Fraud, quien fuera director de la Residencia de Estudiantes de Madrid durante la República y a quien ya había conocido en su exilio de Oxford, y sobre todo con el poeta José Miguel Ullán y la filósofa María Zambrano. Ullán llegó a Ginebra huyendo del régimen y Valente lo ocultó en su casa cargado de propaganda antifranquista. Fue Ullán, a quien Valente prologó su «Antología salvaje», quien le presentó a María Zambrano, con quien Valente se identificó desde el primer momento («nuestro encuentro fue para mí una revelación», escribiría Valente) y con quien mantuvo una intensa relación de amistad y colaboración. Tal vez una de las lagunas del libro sea la escasa atención que se presta a las causas que provocaron el distanciamiento entre el poeta y la escritora durante los último años de vida de María Zambrano.
París fue para José Ángel Valente algo más que la ciudad en la que vivió unos años decisivos. Se trasladó aquí desde Ginebra también por motivos profesionales, al hacerse cargo de su nuevo destino como traductor en la Unesco. Desde su primer viaje como estudiante en 1949 la cultura francesa estuvo presente en la formación del poeta. Tanto los escritores franceses (de Rimbaud a Camus) como los extranjeros que vivían en París (Cortázar, Arrabal, Juan Goytisolo, Juan Gelman) supusieron una fascinante aventura en su formación literaria. Las librerías, las exposiciones de arte, los conciertos, las revistas en las que colaboraba y los congresos en los que participaba, supusieron para Valente episodios fundamentales en su vida y también en su obra poética y ensayística, enriquecida con la amistad y la colaboración con intelectuales de la talla de Edmond Jabès, Bernard Nöel o Jacques Ancet. El éxito de las publicaciones de Valente en Francia habla por sí solo de la consideración que el poeta español llegó a alcanzar en la cultura francesa, que reconocería sus méritos al concederle el grado de Officier de l'ordre des Arts et des Lettres.
El compromiso político
Uno de los elementos de la biografía valenteana que se estudian con más detalle es la de su compromiso con la memoria republicana y antifascista, su exaltación del maquis, su agradecimiento a las Brigadas Internacionales que defendieron a la República durante la guerra civil y sus aportaciones a la política antifranquista en el terreno cultural: su participación en los homenajes a Machado en Colliure, desde el de 1959; a García Lorca en el 25 aniversario de su asesinato y a Julián Grimau después de su fusilamiento; sus publicaciones en Ruedo Ibérico y su integración en el FELIPE de Julio Cerón a instancias de su amigo gallego Xoán Anllo. También se mostró crítico con la expulsión de Fernando Claudín y de Jorge Semprún del PCE de Carrillo y Pasionaria.
El compromiso político antifranquista provocó uno de los episodios más desagradables con el régimen, al sufrir un consejo de guerra (el único que se dictó contra un escritor en la España de Franco) por la publicación de la narración «El uniforme del general» en una colección de la que era responsable el entonces editor Juan José Armas Marcelo, que también fue procesado. Y a pesar de su agradecimiento a Suiza y a Ginebra, no se privó de criticar el colaboracionismo de este país con el nazismo ni su desprecio por Calvino, así como la reivindicación de la figura de Miguel Servet.