«Quiero cultivar organismos genéticamente modificados (OGM) porque quiero alimentar a mi familia con productos biotecnológicos. De ninguna manera, quiero comer alimentos biológicos porque creo que no son saludables ni nutritivos», dice el agricultor italiano. Giorgio Fidenato, presidente de Agricoltori Federati (Agricultores Federados) quien nos explica por qué lucha contra la prohibición del maíz MON810, de la gigante estadounidense de la biotecnología Monsanto, en Italia.
Ese tipo de maíz es el único producto transgénico que se permite cultiva en el territorio de la Unión Europea (UE).
La norma que regula la liberación deliberada al ambiente de OGM, la Directiva 2001/18/EC, contiene una cláusula de salvaguardia que permite a los estados miembros prohibir su cultivo a condición de que tengan «razones suficientes para considerar que un OGM (...) constituye un riesgo para la salud humana o el medio ambiente».
Actualmente, hay 129.000 hectáreas, aproximadamente la superficie de Roma, cultivadas con maíz transgénico en Europa, el 90 por ciento de las cuales están en España, y el resto en Eslovaquia, Portugal, República Checa y Rumania.
En Italia, tres ministros -de Salud, de Políticas Agrícolas y de Ambiente-, firmaron un decreto el año pasado que prohíbe el maíz transgénico de Monsanto.
«Hay seis países en Europa que hicieron uso de la 'cláusula de salvaguardia' para prohibir el cultivo transgénicos», nos dice el agricultor Giuseppe Croce, director de la organización ambiental italiana Legambiente, «y son: Alemania, Austria, Francia, Grecia, Hungría y Luxemburgo».
«Por otro lado, Italia recurrió a una medida de emergencia que solo prohíbe su uso temporal», precisó Croce. El decreto ministerial tiene 18 meses de validez. «Si en ese tiempo no pasa nada, a fines de 2014, Fidenato podrá plantar maíz transgénico», añade.
Pero Fidenato no tiene intenciones de esperar. Desde hace tres años tiene tres hectáreas plantadas con maíz MON810, lo que propició duras protestas de organizaciones ambientalistas y desató un gran debate en este país.
«Mi primera cosecha, en 2010, me fue confiscada por las autoridades. Mi establecimiento estuvo intervenido hasta mayo de 2014, pero ya he plantado en tres parcelas este año y me denuncié por ello», explica.
A pesar de que el Tribunal Regional de Lazio confirmó la prohibición nacional, ante el cual Fidenato recurrió en octubre del año pasado, el agricultor no se rinde y ya presentó otra apelación ante el Consejo de Estado.
«Es mi oportunidad de mostrar la arrogancia y la iniquidad de la democracia porque aquí estamos frente a la pretensión de que porque a la mayoría no le gustan los transgénicos, yo tampoco puedo comerlos. Lo que yo digo es: si no los quiere, no compre mis productos», argumenta.
Pero no todos los agricultores ven de la misma forma su actividad agrícola.
Lucca está en La Toscana, la provincia italiana con mayor concentración de granjas biodinámicas. Como la mayoría de ellas, el establecimiento de Gabriele Da Prato, en la región montañosa de Garfagnana, al norte de esta ciudad, produce vino. Según él, sus decisiones, y las de los agricultores de la zona, determinarán el futuro del territorio en el que se crió.
Su finca tiene 3,5 hectáreas y él es el único que produce unas 14.000 botellas de vino al año. «Decidí hacerme cargo del negocio familiar en 1998, en los años en que se usaban muchos químicos, y practicar una agricultura de subsistencia», nos cuenta.
En 2000 comenzó a notar que el suelo de su terreno presentaba señales de erosión, falta de potasio y de calcio.
«Lo que más me molestó fue descubrir pedazos de tierra que sencillamente no tenían vida debajo. Esto es consecuencia de años y años de uso de químicos: los fertilizantes artificiales empobrecieron el suelo, los herbicidas mataron toda la hierba, las mariposas desaparecieron, fue un desastre», subraya.
Fue entonces cuando tomó una decisión radical y comenzó a aplicar métodos biodinámicos, a usar solo substancias naturales, como abonos de origen animal, vegetal o mineral para mejorar la calidad del suelo. Para él, abrir la puerta a los transgénicos en Italia no tiene sentido.
«Primero, la superficie de Italia no es lo bastante grande como para competir con gigantes como Estados Unidos en materia de transgénicos. En cambio, la alta calidad, los productos inimitables y nuestra identidad territorial, son nuestras cartas de triunfo», remarca Da Prato.
Pero más allá del factor económico, la amenaza al ecosistema es lo que más le preocupa. «En un campo cultivado con transgénicos, el agua sencillamente desaparece. Mi terreno, que está saludable y lleno de vida, conserva el 90 por ciento del agua. El año pasado hubo una gran inundación y puedo agradecerle a mi viñedo biodinámico que mi casa permaneciera intacta», indica Da Prato.
«Cuando hayamos explotado el suelo para engordar la billetera, y la tierra no pueda darnos más alimentos, entonces, quizá, comencemos a preguntarnos qué pasó», concluye apesadumbrado.
La batalla legal entre los dos puntos de vista no ha terminado
«La UE está en proceso de reformar la directiva sobre transgénicos, lo que probablemente ocurra durante la presidencia (de turno) de Italia (de julio a diciembre de este año)», explica Croce.
«Teniendo en cuenta las actuales negociaciones, esperamos que la nueva norma incluya una cláusula adicional que permita a los estados miembro prohibir los OGM también por razones económicas, lo que es crucial para las exportaciones 'hecho en Italia'», dice.
Pero Fidenato se mantiene firme en su posición.
«De niño solía acompañar a mi madre a arrancar maleza con mis propias manos. Sé lo que significa y no me van a hacer volver a eso. Otros pueden seguir haciéndolo si quieren, pero yo no», sentencia.