Que la Unión Europea sea más democrática, se organice mejor y tenga un papel más relevante en el mundo depende de lo que digan en las urnas el viernes, 2 de octubre, 3 millones de votantes irlandeses, menos del 1 % de la población europea. El Tratado de Lisboa se somete de nuevo a referéndum y 27 países miran de reojo a Irlanda, porque el resultado va a marcar, en buena parte, su futuro inmediato.
En junio de 2008, los irlandeses dieron un varapalo a las aspiraciones europeas y rechazaron contundentemente el Tratado de Lisboa en un primer referéndum. Un 53,4% de síes frente a un 46,6 de noes. No era la primera vez que los irlandeses frenaban la construcción de la UE. Ya antes habían rechazado el Tratado de Niza, pero la Constitución irlandesa obliga a someter a consulta la firma de los tratados internacionales que afecten a los derechos humanos.
Aquel «no» inesperado se achacó a la mala información sobre el Tratado, a la pésima campaña que hicieron los partidos irlandeses, al voto crítico contra la clase política nacional y a un exceso de confianza en que el «Tigre Celta», enriquecido al amparo de la UE, respondería adecuadamente.
Garantías para Irlanda
La UE no podía permitirse un nuevo fracaso, Lisboa es la alternativa a la nonata Constitución europea, así que había que arreglar el entuerto de alguna forma. Se examinaron las causas reales del «no» y el primer ministro irlandés, Brian Cowen, presentó a los 27 su hoja de reclamaciones: Europa no se metería en su política impositiva, no legislaría sobre el aborto, respetaría la neutralidad irlandesa y mantendría un representante del país en una Comisión europea que se pretendía menos numerosa.
Como no podía ser de otra forma, el Consejo europeo dijo sí a todo y buscó la fórmula para que las garantías de Dublín estuvieran en el Tratado de Lisboa sin tener que modificarlo. De esta forma el gobierno irlandés podía enfrentarse a una nueva consulta popular y el Tratado sólo se resentía en que se le denominase un poco más como el «tratado a la carta».
Todo parecía resuelto, pero las encuestas se han empeñado en desmentirlo. Los partidarios del sí siguen ganando por una mayoría en torno a 15 puntos, pero los indecisos rondan el 20% y ya nadie se fía de estos díscolos europeos.
Miedo a la economía
El contexto en el que se celebra este segundo referéndum es bien distinto. La crisis económica puede haber abierto los ojos a muchos irlandeses, conscientes de que sin el paraguas de la UE todo podría haber sido peor. Irlanda fue el primer socio europeo en entrar en recesión, el paro ha pasado del 4 % en agosto de 2007 a superar el 12 % en la actualidad y la previsión apunta hasta el 17 % en 2010. Se espera que el PIB descienda 9 puntos a final de año. Con este panorama, la clase empresarial, los sindicatos y casi todos los movimientos sociales irlandeses han apostado por el «sí». La patronal ve peligrar la inversión extranjera y hasta el presidente de la compañía aérea de bajo coste Ryanair ha contribuido económicamente a la campaña a favor de Lisboa.
La clase política esta vez se ha esmerado en explicar las bondades del Tratado porque está en juego la salida de la crisis. Los dos grandes partidos, Fianna Fàil y Fine Gael, lo apoyan decididamente; laboristas y verdes lo apoyan simplemente y sólo el Sinn Fein y Libertas lo rechazan abiertamente.
Todo apunta al «sí», por tanto, pero nada es seguro. Los presidentes de Polonia y la República Checa, reacios a estampar su firma en el Tratado, han hecho saber que se atendrán al resultado irlandés para ratificarlo. En Bruselas contienen la respiración porque no hay plan B para Lisboa, que ya es un plan B para el futuro de Europa. euroXpress