Para justificar una respuesta militar contra Al Assad, el gobierno de Barack Obama utiliza cada vez más como argumento el probable impacto que tendría una acción así en Irán.
Ciertamente, castigar a Al Assad por cruzar la línea roja trazada por Obama en el tema de las armas químicas haría menos probable que Irán violara los límites impuestos por Washington en cuanto a producción de armas atómicas.
La capacidad disuasiva de Estados Unidos contra las armas de destrucción masiva se vería fortalecida en todo el mundo.
Corea del Norte, por ejemplo, que posee más armas químicas que Siria, recibiría la advertencia de que ni siquiera debe pensar en usarlas en una provocación contra Corea del Sur o en algún conflicto que pueda surgir.
Una represalia contra Al Assad también fortalecería la confianza de los aliados de Estados Unidos en que este país los respalda.
El año pasado, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, desistió de la idea de lanzar un ataque unilateral contra instalaciones nucleares iraníes porque se convenció de que Obama no permitiría que Teherán desarrollara armas atómicas.
La fe de Netanyahu crecerá todavía más si el mandatario estadounidense demuestra que está dispuesto y es capaz de utilizar su poderío militar contra Siria.
Pero lo que está en juego no es tanto la credibilidad personal de Obama, sino la confianza en la capacidad estratégica de Estados Unidos.
Dejar que Al Assad siga adelante impunemente podría destruir la fe de Netanyahu y motivar que Israel lance un ataque prematuro y contraproducente contra Irán, lo que luego arrastraría a Estados Unidos a una guerra indeseada.
Por otro lado, una operación militar liderada por Estados Unidos contra Siria podría socavar las posibilidades de una solución pacífica al tema nuclear iraní.
Una verdadera solución a la crisis parece imposible, dada la profundidad de las diferencias entre los protagonistas: Irán quiere adquirir capacidad nuclear y sus adversarios desean impedirlo.
Las medidas para fomentar la confianza a corto plazo podrían ser factibles ahora que Hasán Ruhaní está en la Presidencia, pero incluso esos pasos requerirán que Irán se avenga a compromisos, como clausurar las operaciones en la planta de enriquecimiento de uranio de Fordow, cosa que hasta ahora ha descartado por completo.
Ruhaní podría ser duramente presionado para que persuada a los sectores de línea dura en Teherán de que acepten esos compromisos. Pero si Estados Unidos ataca a sus compañeros de lucha en Siria, estos querrán venganza, no reconciliación.
Los políticos iraníes de línea dura se irritarán si los «asesores» enviados a Damasco por los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) sufren pérdidas en el bombardeo.
Algunos integrantes de la Fuerza Quds (unidad de elite de los CGRI) podrían quedar atrapados en el conflicto sirio. Esto podría desencadenar una respuesta asimétrica de Teherán.
Ya existe un informe según el cual los CGRI instruyeron a milicias asociadas en Iraq para que ataquen intereses de Washington si Estados Unidos lanza una operación militar contra Siria.
Irán no querrá ser arrastrado a una guerra con Estados Unidos por causa de Siria, pero de todas formas se podría producir una involuntaria escalada de la tensión.
Por más que Ruhaní se oponga a cualquier acción que pueda derivar en un conflicto con Estados Unidos, él no controla a los CGRI. Estos, como mínimo, redoblarán su suministro de armas a las fuerzas de Al Assad, usando espacio aéreo y carreteras de Iraq.
Una de las razones para limitar los ataques estadounidenses contra Siria es el impacto que pueden tener en Irán. Y en todo caso, deben ser proporcionales al crimen de Al Assad.
Ruhaní probablemente ya escuchó directamente del exdiplomático estadounidense Jeffrey Feltman, ahora subsecretario de la Organización de las Naciones Unidas para Asuntos Políticos que visitó Teherán la semana pasada, que los ataques estadounidenses no están dirigidos contra intereses iraníes.
Ese mensaje debe repetirse y cumplirse. Irán no constituye una razón para dejar de castigar a Al Assad, pero sí para evitar una escalada.
Mientras, es Irán y no Estados Unidos el país que se arriesga a perder más con el conflicto sirio. El respaldo de Teherán a la brutalidad de Al Assad lo coloca en el papel de villano ante todo el mundo sunita.
Sus pretensiones de que la Revolución Islámica de 1979 fue la precursora de la Primavera Árabe han demostrado ser abiertamente hipócritas.
Y ahora la masacre de Al Assad con armas químicas contra mujeres y niños ha exacerbado las divisiones dentro del propio Irán. El expresidente Akbar Hashemi Rafsanyani (1989-1997) acusó al gobierno sirio.
El pueblo iraní sabe que el armamento y el apoyo financiero que su gobierno provee a Al Assad consumen dinero cada vez más precioso frente a las sanciones internacionales impuestas contra Teherán.
En muchos sentidos, Siria se convirtió en el Vietnam de Irán: un atolladero del que no hay escape aparente.
El dilema de Irán en Siria le da a Estados Unidos una ventaja. La mejor opción de Teherán es apostar por una solución negociada de la crisis siria.
Al considerarse la mayor potencia de la región, Irán siempre quiso ser parte de cualquier conversación de paz sobre Siria. Ahora, más que nunca, desea desesperadamente sumarse a la conferencia Ginebra II, como forma de salir de su propio aprieto.
Obama quizás tenga dificultades para llevar a las fraccionadas fuerzas opositoras sirias a las conversaciones de paz, pero tiene el poder de decirle sí o no a la participación de Irán.
Hasta la fecha, se ha impuesto el principal argumento para no invitar a Irán: ese país es parte del problema. Pero los iraníes también pueden ser parte de la solución, entre otras razones porque tienen influencia sobre Al Assad.
El deseo de Teherán de estar en Ginebra II es uno de los motivos por los cuales los ataques aéreos de Estados Unidos contra Siria no deberían frenar por mucho tiempo las negociaciones sobre el programa nuclear iraní.
Obama debe usar la carta siria para hacer que Irán se involucre significativamente en temas que son de gran importancia para ambos países.