Hablábamos ayer de la India. El gran elefante parece quieto, pero nos fascina. Todo el mundo compara China e India, pero se refieren a China porque tiene el 2º PIB del planeta, tras Estados Unidos, lejos de EEUU, en realidad; pero la India está aún más alejada: en 10ª posición. Tercer consumidor de energía del mundo, tras China y EEUU, algo no necesariamente digno de elogio. Su crecimiento se ralentiza (3,2%) desde el 10,8% en el año 2010.
Ayer nos referíamos a las expectativas de Nueva Delhi tras del preacuerdo 5+1 con Irán. Cabe preguntarse dónde está la India ahora, qué recorrido interno ha hecho. En 2014, celebrará elecciones: el mayor ejercicio de democracia del planeta.
Hace casi una década volvió al gobierno el Partido del Congreso, que sigue tutelado por la familia Nehru-Gandhi. Manmohan Singh, exministro de finanzas, encabeza el gobierno. Ha habido un reequilibrio de los poderes territoriales. Las llamadas clases medias indias, ilustradas, se estiman en unos 300 millones. El porcentaje de quienes viven bajo el umbral de la pobreza se ha reducido, desde el 42% de la población, en 1981, cuando empezó el cambio. Hoy ese porcentaje ronda el 25 por ciento, que sigue siendo demasiado.
Pero para quienes recordamos la India de hace 33 años, el cambio es brutal. Cuando llegué por vez primera no era tan distinta (en 1980) a la que veíamos en las imágenes de la independencia, en blanco y negro. En 2006, para mí ir en un metro modernísimo desde Jawahar Nagar hasta Caunnaught Place (ahora Rajeev Chowk, New Delhi) fue impactante.
Dónde empezaron los verdaderos cambios
Los neoliberales reaganianos señalan las imposiciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), en 1991, como el principio del cambio, desde una economía demasiado planificada, poco evolucionada. Olvidan que a ese hecho, entre otros, le anteceden la revolución agraria de los años 60 del siglo XX; el fin temporal de la hegemonía del Partido del Congreso (1989, V.P. Singh se convirtió en primer ministro); y el desarrollo de las luchas por la discriminación positiva de las castas bajas. En nada de eso tuvo que ver el FMI.
El favorecimiento de cuotas para las castas bajas en la administración, recomendadas por la Comisión presidida por el parlamentario Bindheshwari Prasad Mandal, estaba incluido en un informe oficial desde 1980, un período en el que el Congreso estuvo fuera del poder por segunda vez desde la independencia. Como en un período durante el mandato de Indira Gandhi, la India volvió a vivir una agitación estudiantil enorme, de las castas altas, contra las conclusiones de la comisión Mandal. Ese movimiento tuvo lugar desde 1989, cuando V.P. Singh llegó al poder sostenido por una coalición de partidos de izquierda. Asimismo India vivió después nuevas oleadas de enfrentamientos de musulmanes e hindúes. Y un nuevo conflicto armado con Pakistán (1999, en las alturas del Himalaya cachemirí), tras haberse declarado ambos países potencias nucleares.
En ese tiempo, simultáneamente, se desarrollaron avances sociales y económicos, reformas a ritmo propio, bajo el primer ministro Narasimha Rao, de nuevo con el Partido del Congreso en el poder, sin mayoría absoluta. La iniciativa económica quedó en manos (1991-1996) de Mahmohan Singh, que decidió aperturas y liberalizaciones económicas.
Las crisis de los enfrentamientos intercomunitarios, sobre todo en Uttar Pradesh (1992, destrucción de la mezquita de Ayodhya), los sangrientos disturbios similares de Gujarat (en 2002) o el riesgo de nuevo choque con Pakistán (por la implicación paquistaní en los atentados de Bombay, 1993) no redujeron el paso lento de los cambios. El elefante indio tampoco redujo su paso durante el período de poder de la derecha hinduista (Bharatiya Janata Party) bajo Attal Bihari Vajpayee (1998-2004).
Los ideales de «hegemonía benigna»
En décadas, la tentación dictatorial y el período de excepción durante la fase histórica de Indira Gandhi, la humillación anterior por la derrota militar ante China en 1962, los enfrentamientos interreligiosos o la persistencia sociopolítica de las castas, no han eliminado del todo los ideales nehrunianos. Prevalece una diplomacia que dice aspirar a la «hegemonía benigna». En Occidente, no pocos siguen manteniendo una obstinada admiración por su cultura multiforme, plural, caótica.
Esa cultura se exporta por las imágenes de la industria cinematográfica de Bollywood, en expansión; por parte de célebres escritores en lengua inglesa; por parte de una religiosidad casi nunca bien explicada.
Por el contrario, China se configura hacia el exterior con una imagen más hosca, donde la pobreza y la represión se tratan de ocultar, con una ciudadanía abocada al individualismo consumidor, organizada en el capitalismo más tieso por un régimen autoritario de apellido Comunista. De ahí que la India siga superando a China en el llamado soft power, aunque sea una potencia atómica declarada.
Principales peligros internos
La modernización es lenta, pero cierta. Los problemas indios se concretan en el problema con Pakistán por causa de Cachemira, que produjo guerras estúpidas, estratégicas, siempre reproducibles. Los peligros principales son hoy día también: el periódico resurgir de los extremismos (sobre todo, del nacionalismo hinduista); la persistencia tenaz de los grupos rebeldes en los estados indios del noreste (separatistas, étnicos, tribales, maoístas, «naxalitas», etcétera); las desigualdades sociales y de los distintos territorios; los deterioros medioambientales, graves en algunos casos; y por fin la corrupción (120 de los 543 parlamentarios indios estaban incursos en algún procedimiento legal por corrupción, según un estudio oficial de 2008).
Casi la tercera parte de los indios vive bajo el umbral de la pobreza. Ese 33 % tampoco tiene electricidad en el lugar donde habita, que no nos atrevemos a llamar siempre «casa». Pero las hambrunas del pasado han desaparecido, aunque haya malnutrición. Hay otro tercio integrado en clases medias muy activas. Y el 98% de los niños están escolarizados. La alfabetización, en cualquiera de los idiomas del país (22 oficiales, con el hindi y el inglés como lenguas comunes de la administración central), llega al 74 % en el caso de las chicas, al 88 % en el caso de los hombres jóvenes.
«La India es la experiencia política más ambiciosa de la historia de la humanidad, si tenemos en cuenta sus dimensiones, su complejidad, su diversidad, su pobreza. Avances e insuficiencias están al 50 % (con relación a las ambiciones iniciales de la independencia). La India no se ha derrumbado, pero no está a la altura de las promesas de sus primeros días. Nuestros padres fundadores estarían decepcionados al ver hoy los niveles de corrupción o la situación de las mujeres», dice el historiador Ramachandra Guha («Inde, le réveil», Le Monde hors-série, noviembre 2013).
Déficits sociales y económicos
Precisamente, las protestas masivas desencadenadas tras la violación de una estudiante de 23 años y su asesinato (hace un año) crearon el impulso de una nueva legislación contra los violadores y un tenaz movimiento de las mujeres indias. Algo ha cambiado socialmente en ese terreno. Lo mismo sucede en el de la corrupción, donde la sociedad civil ha generado varios movimientos con iniciativas multitudinarias, interesantes, de gran impacto político sobre los hábitos de la cleptocracia politiquera.
Estamos ante una sociedad que aumenta su riqueza y su nivel de vida, mientras sigue habiendo un número altísimo de pobres. Pero la protesta está tan enraizada en su vida democrática como la práctica electoral. La gran patronal por boca de su gran jefe (míster Kanoria) se queja de la corrupción, de la fiscalidad, de los gastos sociales «populistas» y de la protección «excesiva» del medio ambiente.
No todo suena negativo. «El Estado se está reafirmando y el empresariado no conduce los asuntos como antes», explica Jayati Ghosh, profesor de economía en la Universidad Jawaharlal Nehru. En el balance, hay que apuntar la devaluación de la rupia, que castiga a los pobres, y la inflación (que llega a superar el 10 %). Los déficits energético y los problemas del transporte no han desaparecido, aunque hayan mejorado las infraestructuras. La subvención social de algunos productos -necesaria para tantos- presiona al alza los déficits presupuestarios.
Sectores al alza
Sin embargo, la India tradicional, que sigue practicando los matrimonios acordados por las familias, ofrece más ingenieros informáticos que funcionarios al presentar su oferta pública matrimonial en los anuncios de los diarios o en Internet. Si pudiéramos hablar de casta informática, podríamos decir que se trata de una franja amplia, de población formada, multilingüe, que genera el 8 % del PIB del país. Las campañas electorales son una mezcla de tradición y nuevas tecnologías. Y no hay aldea india sin conexión a la Red, ni a la telefonía móvil que sirve también para extender la atención médica a distancia.
El mercado farmacéutico indio está a punto de ser el segundo del mundo tras el estadounidense, con una legislación que favorece los genéricos contra los colosos farmacéuticos de los países ricos. Podría decirse algo parecido de la industria automovilística, de la horticultura, de la pesca.
Hacia las elecciones de 2014
La familia Nehru Gandhi se agota, quizá lo mismo que el Partido del Congreso, debilitado por la última fase de ejercicio del poder. Entre los centenares de partidos políticos indios (estatales, nacionales, de casta, de objetivo concreto, encubiertamente doctrinarios o religiosos), el Bharathiya Janata Party sueña con volver al poder que perdió en 2004. En la actualidad, su candidato podría ser Narendra Modi, que muestra los éxitos económicos del Estado que gobierna (Gujarat, donde naciera Gandhi) para esconder su pasado oscuro, como político que promovió los tumultos criminales intercomunitarios de 2002 (dos mil muertos, sobre todo musulmanes). Considerado persona non grata por la diplomacia europea, Modi recibió al embajador británico en octubre, rompiendo el boicoteo decretado por la UE hace diez años.
Todo lo anterior, y muchas realidades más, superpuestas, inextricables, como capas históricas que enlazan lo actual con los orígenes de la civilización, pesarán en las elecciones de la primavera de 2014, donde no faltarán las demandas sociales de todas clases y la prédica cínica de los extremistas (religiosos, políticos, financieros). El elefante democrático intentará atravesar ese río -una vez- más dando un nuevo ejemplo de democracia al dragón.