El Impresionismo
En 1860 el arte se había anquilosado en un formalismo academicista que limitaba sus aportaciones a las exposiciones de los Salones, controlados por los poderes políticos y los grandes mecenas del mercado. Cansados de que sus obras fuesen rechazadas una y otra vez en estos Salones, un grupo de jóvenes artistas decidió darlas a conocer organizando por su cuenta una exposición en la que no habría premios ni jurados y en la que colgarían sus cuadros con total libertad. Entre ellos, Claude Monet, Paul Cézanne, Edgar Degas, Alfred Sisley, Camille Pissarro, Auguste Renoir. Fue en 1874, en el Boulevard des Capucines, en el antiguo estudio del fotógrafo Nadar (años después, en este mismo Boulevard, presentarían por primera vez el cinematógrafo los hermanos Lumière). El éxito de la muestra hizo que en los siguientes años, hasta 1886, se celebrasen siete exposiciones más mientras al movimiento se iban incorporando nuevos pintores (Paul Gauguin, Seurat) y abandonando otros. Los cuadros de estos artistas mostraban una estética insólita tanto por sus formas como por la utilización del color. Su ideal común era el de pintar al aire libre, del natural y con colores claros, los temas de la vida moderna: el progreso científico, la aparición del proletariado en las grandes ciudades, la moda y la publicidad, la regulación del ocio... la ebullición de una sociedad en transformación. El paisaje y las escenas al aire libre fueron sus temas recurrentes, como queda de manifiesto en la exposición del museo Thyssen. El impresionismo supuso el primer paso hacia la desnaturalización de la imagen, la idea de que la realidad física no es estática y de que su movimiento se muestra a través del efecto disolvente de la luz. En la aparición del impresionismo influyó también la irrupción de la fotografía, que amplió la forma de ver de los pintores y la manera de expresar sus emociones y sentimientos. Tras el impresionismo ya nada volvió a ser lo mismo en el arte.
Los Neoimpresionistas
A medida que iban celebrándose las famosas ocho exposiciones de los impresionistas, algunos de los iniciales fundadores fueron mostrando su disconformidad con la deriva que iba tomando el movimiento o adoptando nuevas formas en su evolución artística. En la última, la entrada de Seurat, quien participó con su obra «Un domingo por la tarde en La Grande Jatte» provocó la marcha de Monet, Renoir y Sisley. Del grupo original sólo estaban Degas, Pisarro y Morisot.
A partir de 1880 el impresionismo había comenzado su declive. Monet, instalado en Giverny, se refugió en sus jardines de nenúfares, Renoir en sus retratos, y todos los grandes nombres del movimiento abandonaron los temas de la vida parisiense y buscaron nuevas propuestas en la luz del Mediterráneo («una luz que transforma los colores en piedras preciosas») y en los paisajes del norte de África. El escritor Emile Zola daría la puntilla al movimiento en su novela «La obra», de 1886 (el mismo año en que se celebró la última exposición de los impresionistas), en la que descalifica las últimas aportaciones del impresionismo y retrata a Cézanne como un artista fracasado, lo que provocó la ruptura de su amistad, que venía desde la infancia.
Ya en 1884 el crítico Félix Fénéon había bautizado como neoimpresionistas las pinturas expuestas en el Salón de los Independientes, término con el que marcaba por una parte la ruptura con el impresionismo pero por otra reconocía su ascendencia. Georges Seurat, Paul Signac, Henri-Edmond Cross... eran algunos de los artistas presentes en la muestra. Estos pintores se interesaron por las investigaciones que sobre el color habían desarrollado el científico Michel-Eugène Chevreul y el matemático Charles Henry. Seurat, el más destacado de los neoimpresionistas, las aplicó a la luz y a los tonos, empleando pinceladas yuxtapuestas y puntos (de ahí el nombre de puntillismo) que, vistos a cierta distancia, proporcionaban la ilusión óptica de formas y colores diferentes. Esta manera de pintar se oponía a la pincelada libre e irregular de los impresionistas y significó la ruptura definitiva. Si el impresionismo había sido una explosión, el neoimpresionismo trataba de ser su resplandor, y aquí se situaron las nuevas obras de Seurat y Signac, el constructivismo de Cézanne, los bajos fondos de Toulouse-Lautrec, las escenas de Van Gogh, la huida de Gauguin a los mares del sur en busca de nuevos temas.
No sólo las propuestas artísticas de los neoimpresionistas eran más profundas y radicales sino también sus postulados éticos y la actitud provocativa de sus miembros, implicados en las luchas de la extrema izquierda (Pisarro, Maximilien Luce) y del anarquismo (Fénéon, Signac), aunque en el grupo había también aristócratas y dandis como Moreau, Knopff o Joris-Karl Huysmans.
El Postimpresionismo: los Nabis
Los últimos años del siglo XIX los herederos del impresionismo introducen nuevos temas y utilizan para sus obras nuevos soportes como biombos, paneles, muebles, tapicería, papeles pintados, libros, escenarios teatrales... un arte decorativo influido por el japonismo, que dio lugar al Art Nouveau en Francia, el Modern Style en Inglaterra y el Jugendstil en Alemania. Son los los nabis (del hebreo neviim, profeta), los grandes herederos del impresionismo, un grupo pintoresco de artistas amigos que, en torno a 1889, se proclamaron los elegidos para difundir un arte nuevo que aspiraba a una elevación espiritual en un mundo dominado por el materialismo. Los nabis fueron la última vanguardia del arte parisino del siglo XIX y los protagonistas de una verdadera revolución estética tanto en las formas como en los contenidos. Influidos por Gauguin, entre ellos estaban Paul Serusier, Maurice Denis y Pierre Bonnard. Abandonaron las reglas tradicionales y utilizaron el color de una manera sorprendente que perseguía introducir en su pintura el enigma y el misterio. Pronto se les unieron, entre otros, Édouard Vuillard y Félix Vallotton. La obra de los nabis fue la herencia del impresionismo y su último testimonio.
*Profesor de la UCM
Ver en Agenda: «Impresionistas y postimpresionistas» Fundación Mapfre
«Impresionismo y aire libre. De Corot a Van Gogh» en Museo Thyssen