«Retroceso de la democracia en algunos miembros de la UE que pertenecieron al bloque comunista», señala Le Monde (16 de junio). Hablamos de la cuestión de Hungría, pero en estos días también de Rumanía.
La anomalía rumana
Hablaremos, en primer lugar, de Rumanía, donde el parlamento acaba de revocar al presidente (conservador) del país, Traian Basescu. Utilizando subterfugios legalistas, el primer ministro (socialdemócrata) Victor Ponta ha lanzado el proceso de destitución, acusándole de abuso de poder, de violar la Constitución y de asumir decisiones que corresponderían al jefe del gobierno. Todo tiene la apariencia de una lucha por el poder descarnada, donde la ideología juega un papel reducido y el poder a secas constituye la disputa esencial.
Basescu ya sufrió un período de destitución (2007) en su primer mandato como presidente. Para los rumanos, nada nuevo bajo el sol. El 29 de julio votarán en referéndum si ratifican la segunda erradicación del cargo de Basescu. La prensa internacional acusa a Victor Ponta de intentar controlar –como sea- todas las instituciones, desde las presidencias del Consejo y el Senado hasta la mayoría del Tribunal Constitucional.
Una cierta salsa picante nos sugiere de qué clase cleptopolítica estamos hablando. Como ejemplo, podemos recordar dos hechos y una cita. Primer hecho. Ponta plagió la mayor parte de su tesis doctoral. Así lo ratificó una comisión de ética del Ministerio de Educación (tras una denuncia periodística). El primer ministro disolvió esa comisión impertinente y ha formado otra... Ya ha sustituido al presidente del Senado y al Defensor del Pueblo, entre otros.
Segundo hecho. Adrian Nastase, compañero de partido de Ponta, que negoció la entrada en la UE como primer ministro está en prisión por corrupto, después de pegarse un tiro entre la nuca y la garganta cuando la policía acudió a detenerlo.
La cita. El «suspendido» Traian Basescu, respondió en un debate televisivo a Adrian Nastase (entonces primer ministro), quien lo acusaba de haber sido miembro del Partido Comunista durante la época de Nicolae Ceaucescu, lo siguiente: «Basta de tonterías. Cíteme un solo político, un solo candidato que no haya sido comunista y que viva únicamente de su salario, (si lo encuentra) le cederé el puesto. Sí, fui comunista, sí, hago negocios, pero al menos yo lo confieso (abiertamente)». ¿Debió un país con esa clase política entrar en la UE? Claro que Berlusconi fue una anomalía quizá mayor y su sombra no ha desaparecido del todo...
La anomalía húngara
Pero entre el ruido informativo que recibimos (escaso) por la confusión rumana, Europa parece haber olvidado su otra anomalía: Hungría. Un medio británico localiza allí al nazi más buscado, Ladislaus Laszlo Csizsik,-Csatary, de 97 años, gestor de deportaciones hacia Auschwitz, y ese árbol contribuye a tapar el bosque de la realidad política general de Hungría. Más de dos años de degradación del sistema democrático.
El primer ministro Viktor Orban tiene una mayoría parlamentaria (263 de 386 escaños) de dos tercios. Ha hecho aprobar una constitución nueva -dudosamente aceptable en la UE- y trata de aplastar los escasos medios críticos que caricaturizan su proyecto como Hungría/Orbanistán. La nueva Constitución y casi 400 nuevas leyes han sido aprobadas en media legislatura. Un frenesí que trata de arrancar toda posibilidad de verdadero cambio político futuro.
Sus opositores llaman Viktator al primer ministro. La oposición socialista del MSZP y las demás fuerzas de izquierda, débiles, no parecen tener gran arraigo en el conjunto del país. Enfrente, el dominante FIDESZ (Alianza de Jóvenes Demócratas-Unión Cívica Húngara) de Viktor Orban. La tercera fuerza parlamentaria es JOBBIK (Alianza de Jóvenes de Derecha-Movimiento para una Hungría Mejor), partido de sesgo antisemita y racista, que preconiza el retorno a los valores religiosos tradicionales cristianos, a la familia y a la autoridad. Opuesto a la construcción europea y a los inmigrantes, sus militantes se relacionan con el racismo antigitano muy enraizado en diversos sectores de la sociedad húngara.
En los últimos meses, se promueven las estatuas y homenajes a Miklos Horthy, el dictador que hizo de Hungría un fiel aliado de Hitler. Detrás de esos hechos, está la extrema derecha agrupada en JOBBIK; pero no se percibe un rechazo claro de Viktor Orban, ni de FIDESZ ante el fenómeno. El abogado de izquierda Peter Daniel arrojó pintura roja a una de las nuevas estatuas de Horthy «en nombre de todas sus víctimas húngaras y no húngaras». Tuvo que ser rescatado después por la policía del lugar en el que se encontraba, porque una turbamulta quería lincharlo. Incidentes similares han tenido lugar, en una cierta «guerra de las estatuas».
Sin embargo, una determinada sociedad civil se moviliza contra la creciente autocracia. En el ánimo general, pesa también algo no tan lejano, conocido: los húngaros recibieron mentiras estadísticas y después se encontraron un país en crisis, endeudado, que mendiga ayudas del FMI y de la UE. Orban ha llegado a hablar del «colonialismo» de Bruselas, que anuló unos 495 millones de euros prometidos como fondos de cohesión. Viktor Orban ha comparado esa y otras intervenciones europeas con la invasión soviética de 1956.
El autoritarismo se ha instalado desde muchos puntos de vista. No es solo una Constitución que empieza con la frase «Dios bendiga a los húngaros», bajo la batuta del FIDESZ, cientos de leyes de pulsión autoritaria han visto la luz referidas al registro de los medios, a la protección de datos privados, a la independencia del Banco Central, a las leyes electorales que reacomodan las circunscripciones a la medida del FIDESZ, a los requisitos necesarios para mantener un blog, a una omnipresente Autoridad para el control de los Medios Nacionales (NMHH, según sus siglas en húngaro).
La presión europea, de la Comisión y del parlamento, han obligado a rectificar algunos detalles legales, pero Orban se mantiene firme en la defensa de lo que él y sus partidarios definen como «valores húngaros». La apertura de procedimientos de infracción del derecho comunitario no parece haber conducido a ninguna parte.
Impresiones de otoño en Budapest
En otoño de 2011, formé parte de una misión de la Federación Europea de Periodistas (nueve integrantes de distintas nacionalidades europeas) que viajó a Budapest para estudiar la situación. Recuerdo el encuentro con los miembros del Ente de control de los medios audiovisuales húngaros (MTVA, según sus siglas en húngaro). Todos miembros del FIDESZ. Nos entregaron una enorme documentación en la que pretendían demostrar que las leyes húngaras, no eran distintas a las de otros estados de la UE (la ley de prensa de Fraga de 1966, por ejemplo, figuraba como totalmente en vigor).
Nos proyectaron un bien realizado y brillante vídeo clip con sus proyectos televisivos. Entre sonrisas artificiosas, nos entregaron un comunicado «conjunto» en el que aprobábamos sin más su línea. Querían nuestra bendición de periodistas europeos. Estaban convencidos de que no podíamos tener la descortesía de no firmarlo. Su sonrisa se rompió cuando nos negamos a suscribirlo y les dijimos todo lo que pensábamos de las nuevas instituciones de control de los medios (todas en manos de FIDESZ).
Después, claro está, ningún medio público (controlados por el MTVA) acudió al Hotel Benczúr, donde tuvo lugar nuestra rueda de prensa, que sí recogieron medios menos sumisos. Tuvimos un amplio debate con representantes de la sociedad civil contestataria, con sindicalistas y periodistas. Unos 500 habían perdido sus empleos en los medios públicos (Magyar Rádió, MTV, MTI y Duna TV).
La nueva ley de medios, que aprieta las tuercas del periodismo de calidad y como bien público, está en vigor desde hace un año. Repetidamente, numerosas y muy concurridas manifestaciones han expresado el rechazo de amplios sectores sociales, que incluyen a la Magyar Ujságírók Országos Szövetsége (MUOSZ, la Asociación de Periodistas Húngaros, afiliada a la FIP), hacia las leyes de control de los medios aprobadas por FIDESZ.
El acoso legal a los medios críticos incluye a emisoras como Klubradio (a la que se despojó del derecho a emitir) y al diario de centro-izquierda Népszabadsag (60.000 ejemplares de tirada). Frente a éstos últimos, diversos grupos multiplican los medios de propaganda a favor de FIDESZ. Por ejemplo, el tabloide progubernamental Helyi Thema (gratuito) imprime 835.000 ejemplares diarios.
Hungría y Rumanía, un dolor de cabeza pasajero para Bruselas
Ante la cuestión húngara, cabe preguntarse si Hungría, en las condiciones actuales, sería admitida en la Unión Europea. El artículo 7 del Tratado de Lisboa permite despojar de su derecho a voto en Bruselas a un país con evolución similar a Rumanía o Hungría. Pero el procedimiento es complejo y la UE parece esperar que el temporal amaine por sí mismo. Lo considera un «mal menor». Paolo Flores d'Arcais ha dicho sobre el caso de Hungría: «Es una prueba de que la plaga del fascismo posmoderno, blando, es una fuerza extendida y con un crecimiento amenazador, de la que Marine Le Pen y la derecha holandesa, en la mayoría de su gobierno, no son más que otras puntas de iceberg importantes» (El País, 7 de enero de 2012).
En uno de sus discursos, Viktor Orban se atrevió a comparar a la UE con la URSS. El escritor György Konrád lo calificó de «kitsch maquiavélico y vulgar». Aparte del primer ministro, Hungría tiene ahora como presidente a János Áder, que tras un período de interinidad de László Kövér (presidente de la Asamblea Nacional) sustituyó a Pál Schmitt quien tuvo que dimitir en abril tras demostrarse que había plagiado su tesis doctoral. Todos son miembros del FIDESZ y sometidos a la sombra de Viktator.
Sobre Rumanía, el miércoles 18 de julio, la Comisión expresaba sus «serias dudas» sobre lo que en Bucarest se entiende por respectar el Estado de derecho, después de las explicaciones recibidas del primer ministro Victor Porta. Rumanía sigue sin ser aceptada en el grupo Schengen y está bajo observación de Bruselas. «Los principios de base de la democracia no pueden ser cuestionados por querellas políticas», según el mensaje del presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso.
En fin, la similitud de la historia casi cómica de los plagios de algunos de sus dirigentes, Rumanía y Hungría despiertan nuestra inquietud. Y si escribo estas líneas es también porque dos colegas húngaros me han pedido -en las últimas semanas- que no les olvidáramos. Para ellos, para los húngaros más conscientes, para los rumanos que defienden un verdadero Estado de derecho, las derivas de Bucarest y Budapest no son asumibles. Tampoco para nosotros como ciudadanos de la UE. Son claramente inaceptables.