Para Nagy, la nueva victoria de Orban no es sorprendente, a pesar del aumento de los decepcionados con la política «fuerte» del gobierno de este país de la Unión Europea. Según Nagy, la fragmentación de la oposición de izquierda es una de las causas: «Hasta enero, no se produjo el pacto del Partido Socialista y la Coalición Democrática del exprimer ministro Ferenc Gyursáni. Antes, los socialistas habían hecho lo mismo con la Alianza de los Demócratas Libres-Partido Liberal, del también exprimer ministro Gordon Bajnai, advirtiendo que no pactarían con nadie más».
Y hasta poco antes de las elecciones, ese Bloque de Izquierda no decidió que su candidato fuera Attila Mesterházy, decisión que distaba de ser unánime entre los coaligados contra Orban, un político experimentado y con innegable carisma.
«Lo único que les mantuvo unidos durante la campaña fue el mensaje de que Orban se tenía que marchar. Eso es un mensaje insuficiente para ganar frente a un FIDESZ de modos totalitarios, que no concede apenas importancia a las maneras democráticas». No pocos desean que Orban se vaya; pero eso no implica que confíen en los programas y los modos de la izquierda.
Sin apenas oposición, control reforzado de las instituciones
Tras las reformas ya aplicadas, FIDESZ y los fieles de Orban seguirán controlando el Banco Central, el Consejo de Medios, la Oficina Nacional Judicial; y no son descartables nuevas reformas constitucionales para consolidar su control del presupuesto federal y de los medios informativos (especialmente de la radiotelevisión pública). Orban cuenta también con Jobbik, la formación ultraderechista, que ha prometido «una postura constructiva» hacia el Gobierno.
Para Nagy, la altísima abstención y los resultados muestran que la mayoría no quiere tampoco el regreso de quienes gobernaron de manera desastrosa (aceptando imposiciones neoliberales) hasta 2010: «Sólo votó el 62%, la participación más baja de los últimos veinte años. Las abstenciones fueron votos contra Orban, pero también contra la oposición».
El control de los medios de comunicación sitúa en el campo gubernamental a las 3/4 partes de la información que reciben los húngaros. Durante la campaña, los medios públicos ocultaron los escándalos de corrupción vinculados a los políticos ligados a Orban, pero resaltaron el caso de los presuntos delitos fiscales y las cuentas en el extranjero del vicepresidente del Partido Socialista, Gábor Simon.
Según Nagy, apenas algunos ambientes de Budapest tienen más información. Es ahí donde los resultados fueron un poco más ajustados; porque en las áreas provinciales no hay prácticamente alternativa informativa: «En una veintena de distritos, la izquierda casi desapareció electoralmente. Quedó en tercer lugar por debajo de Jobbik, que le arrebató sus bastiones electorales en zonas pobres, industriales, con alto desempleo y minorías gitanas. Ahí, los votantes pensaron que la izquierda no les ofrecía nada».
Orban propicia el modelo de Putin
Como en otros países de la Unión Europea, la extrema derecha se camufla ahora en un discurso de partido «normal». En el caso de Jobbik, ha dejado de lado sus declaraciones contra los judíos y los gitanos, de modo que no se aleja demasiado del votante conservador fiel a FIDESZ.
Además del diseño de las circunscripciones electorales a su medida, otros factores han reforzado a Orban. Algunas críticas internacionales han sido utilizadas por el primer ministro húngaro para mostrarse como defensor de la Hungría «auténtica» y «patriótica».
Curiosamente, esa posición ilustra un parecido voluntario con la Rusia de Putin: «Podría pasar por un comunista por ciertos detalles de sus políticas contra los bancos y las multinacionales; por su acercamiento con Rusia, impensable hasta hace poco. Para Orban, lo de menos es la ideología, lo principal es mantenerse en el poder», dice Nagy.
Hungría ha pagado su deuda con el FMI. Compra reactores nucleares a Rusia. Eso contribuye a difuminar los conceptos de izquierda y derecha para no pocos votantes. Lo que es seguro, es que Orban seguirá su línea dura: «Orban intenta perpetuarse, según el modelo de Putin. Hay una oposición poco visible y que difícilmente podrá volver al poder, dadas las nuevas condiciones del sistema electoral y su propia debilidad».
Balázs Nagy Navarro y sus compañeros mantienen su protesta frente a la MTVA desde el 11 de diciembre de 2013. Ha sido premiado fuera de Hungría por su defensa de las libertades, pero eso no le ha evitado procesos, multas y alguna detención. Las autoridades han llegado a reformar las inmediaciones de la MTVA para evitar la continuidad de las protestas. Un nuevo muro de vidrio impide que sigan instalados frente a la puerta principal del edificio, donde estuvieron inicialmente.
En mayo espera un veredicto de los jueces por su despido. En el otoño de 2012, Angela Merkel se reunió con él antes de hacerlo con Orban. Recibió en Alemania el Premio por la Libertad y el Futuro de los Medios. Nagy sigue defendiendo su derecho de acceso a la sede de la MTVA en su calidad de vicepresidente del Sindicato de Productores de Televisión y Cine, el cual tiene representación en la empresa. Hace dos semanas un tribunal laboral le dio la razón, pero las autoridades han apelado y sigue sin poder entrar en su antiguo lugar de trabajo. En alguno de los procesos intentados contra él, han llegado a pedir penas de prisión.
Como europeos, admiramos el coraje de quienes -como nuestro colega Balázs Nagy Navarro- se oponen al populismo autoritario, que encarnan Jobbik, FIDESZ y el «firme patriota» y primer ministro Viktor Orban. Un modelo inquietante dentro de la Unión Europea.