Nacido el 28 de julio de 1954 en Sabaneta, un pueblecillo de los llanos del sudoeste de Venezuela, fue el segundo de los seis hijos varones de Hugo de los Reyes Chávez y Elena Frías, dos humildes maestros rurales. Criado principalmente por su abuela, el joven Hugo se apasionó por jugar al béisbol y a los 17 años, culminada la secundaria, ingresó en la Academia Militar.
Hizo carrera en el ejército al tiempo que, desde que era teniente, comenzó a organizar células conspirativas reunidas luego en lo que se llamó Movimiento Bolivariano Revolucionario-200, influenciado por su hermano mayor, Adán, militante del Partido de la Revolución Venezolana que orientaba el líder guerrillero Douglas Bravo.
Chávez entró en la historia de Venezuela la mañana del 4 de febrero de 1992, al momento de rendirse tras liderar una fallida y cruenta sublevación de varios batallones del ejército contra el entonces presidente Carlos Andrés Pérez (1974-1979 y 1989-1993).
Con uniforme de combate, boina roja de paracaidista y andar aplomado en medio de los nerviosos oficiales que le conducían cautivo, improvisó una alocución de 70 segundos dirigida a sus compañeros todavía alzados, pero que caló inmediatamente en millones de compatriotas que seguían el acontecimiento en directo por televisión.
«Por ahora nuestros objetivos no se han logrado, pero el país tiene que enrumbarse hacia un destino mejor, y yo asumo ante ustedes y ante toda Venezuela la responsabilidad por este movimiento militar bolivariano», dijo al pedir el cese de la lucha para evitar más derramamiento de sangre.
En vez de sangre, corrieron la tinta y las voces de múltiples análisis acerca de cómo, en un país con millones de excluidos y falto de líderes que asumieran las fallas del sistema político, un joven oficial había asumido su responsabilidad en nombre de un movimiento que invocaba al libertador Simón Bolívar (1783-1830).
Así nació su leyenda y su popularidad. Estuvo preso dos años y luego, tras ser indultado por el presidente socialcristiano Rafael Caldera (1969-1974 y 1994-1999), recorrió el país promoviendo esperanzas de una nueva insurrección, hasta que en 1996, de la mano del veterano izquierdista Luis Miquilena, optó por buscar el poder mediante la vía electoral.
Fundó entonces el Movimiento V República (MVR), que avanzó mientras se desmadejaban los partidos tradicionales en el poder desde 1959, y ganó las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998, con el 56 por ciento de los votos.
En otras 15 convocatorias electorales desde entonces hasta 2012, ese porcentaje de adhesión a la causa de Chávez se ha sostenido como media. Los sectores más pobres de la población han sido siempre su principal soporte.
A las razones económicas, sociales y culturales que explican ese respaldo, «la esperanza de justicia que habita siempre en lo profundo del alma de los pobres», se unió el carisma de Chávez, según el antiguo líder socialista Teodoro Petkoff.
Rasgos de ese carisma son su fácil identificación con el venezolano mestizo e informal, su verbo agitador y voz de mando, con un discurso a ratos con algo de predicador religioso, y repleto de menciones a Bolívar y a las luchas independentista y agrarias del siglo XIX.
De gran naturalidad ante el micrófono y las cámaras, desde que llegó al gobierno se dirigió al país unas 2.200 veces por cadenas de radio y televisión. También sumó casi 400 ediciones en el programa dominical «Aló Presidente», desde donde explicaba durante horas y casi siempre en tono coloquial cuestiones políticas, de gestión, de su pasado castrense y de historia, a veces la universal, otras la del terruño.
Chávez promovió causas de izquierda y gobiernos con semejanzas al suyo en América Latina y el Caribe, pactó una alianza cada vez más intensa y sólida con Cuba y adoptó como uno de sus guías al líder histórico de la isla, Fidel Castro.
Impulsó la nueva Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que entró en vigor en 1999 y fue reformada en 2009. En 2001 dispuso medidas sobre la propiedad privada, desatando la reacción de las clases medias y altas y de sindicatos de empleados que en marchas multitudinarias reclamaron su salida del gobierno.
El 11 de abril de 2002, la mayor de esas marchas finalizó con tiroteos cerca de la casa de gobierno que dejaron 19 muertos y un centenar de heridos. En ese marco, el alto mando militar, con apoyo de poderosos sectores civiles, perpetró un golpe de Estado contra Chávez al día siguiente, y asumió el gobierno de facto Pedro Carmona, presidente de Fedecámaras, la principal asociación empresarial del país, quien disolvió de inmediato los demás poderes del Estado. Pero militares leales respaldados por miles de seguidores que rodearon los cuarteles en Caracas, repusieron al presidente constitucional en su cargo horas después.
A fines de 2002, se unieron el «lock-out» (cierre patronal) de empresas privadas y de la producción petrolera con la huelga dispuesta por la dirección de los sindicatos industriales y de comercio en busca, otra vez, de derrocar a Chávez. Dos meses consecutivos con esas medidas de fuerza no lograron vencer la resistencia, y las instituciones democráticas permanecieron estables.
En agosto de 2004, la oposición logró activar la herramienta constitucional de referéndum para poner en juego la continuidad del mandato presidencial de Chávez, pero las urnas nuevamente le fueron favorables, esta vez por el 59 por ciento de los votos, en una jornada transparente controlada por la Organización de los Estados Americanos y el estadounidense y no gubernamental Centro Carter, entre otros observadores.
Con el soporte de Cuba, el gobierno de Chávez lanzó sus «misiones» -programas de alimentación, salud, alfabetización, educación y ayudas financieras directas a los sectores pobres-, al margen de las burocráticas instituciones tradicionales del Estado y convertidas con el paso de los años en la nuez de su oferta política.
Después de su reelección en diciembre de 2006, el mandatario acentuó su confrontación verbal y diplomática con Estados Unidos, se acercó a países ajenos a la región, como Rusia, China e Irán, rompió relaciones con Israel y propuso como objetivo de su proyecto un «socialismo del siglo XXI».
Chávez siempre se definió como bolivariano, al punto que llevó ese adjetivo al nombre oficial de Venezuela y a muchas de sus obras y propuestas, pero también se confesó con insistencia como cristiano, humanista, marxista, socialista, antiimperialista, indigenista y obrerista.
Los precios altos de los últimos tiempos en el mercado petrolero, de donde se obtiene el «salario nacional» de Venezuela, le permitieron nacionalizar numerosas empresas y colocar toda la economía bajo severos controles, comenzando por el de cambios, pero sin poder frenar ni la importación de alimentos ni el afán consumista de los venezolanos.
Tras el rechazo de una nueva reforma constitucional en 2007 por una ajustada mayoría, debió esperar hasta 2009 para lograr que se votara su propuesta de reelección sin límite para la Presidencia y otros cargos electos.
Mucho antes, en 2003, en una breve conversación, Chávez había dicho que no aspiraría a gobernar por siempre, «sino solo dos periodos, hasta enero de 2013, y después lo hará otro revolucionario u otra revolucionaria».
Pero luego cambió de opinión y planteó que su continuidad en el gobierno era un requisito para sostener el proyecto, argumentando que los constantes cambios de administraciones en América Latina y el Caribe han frustrado iniciativas de ese estilo.
La búsqueda de ese cuarto mandato parece haber impactado en su enfermedad, pues los médicos dijeron que resultó fatal dedicarse en 2011 y 2012 al gobierno y a la campaña simultáneamente, descuidando su salud. Solo in extremis, víctima de una nueva recaída en diciembre de 2012, aceptó ungir como heredero a Nicolás Maduro, su candidato a reemplazarlo en la Presidencia.
La primera gran incógnita que deja Chávez es si el liderazgo y el apoyo popular del que gozó durante 20 años, 14 de ellos en el gobierno, se trasladará a sus herederos políticos.
También si el chavismo se convertirá en un fuerte movimiento político, al estilo del peronismo en Argentina tras la muerte de su mentor Juan Domingo Perón (1895-1974), o si solo la figura de Chávez quedará como objeto de culto de la protesta de izquierda, como ocurrió con otro argentino, el guerrillero Ernesto «Che» Guevara (1928-1967).
Muchas veces dijo que cuando le llegase la vejez se veía retirado, bajo la sombra de un árbol en medio de las sabanas del sudoeste venezolano donde nació, dando clases a algunos chiquillos, quizá cultivando una de sus pasiones, la música y el recital de coplas de las llanuras que nutrieron su vida.
Guerrero por naturaleza, «un simple soldado» como gustaba repetir, siempre con una palabra de combate para explicar cualquier contingencia, vencedor de casi todos sus rivales, un verdadero triunfador en la política, no pudo ganar la batalla al cáncer que lo emboscó y lo llevó a la muerte a los 58 años de edad.
Lucha social e integración
Como legado de Chávez en Venezuela queda el haber colocado el tema de la pobreza en el centro de la vida social y política, haber conducido a la izquierda al gobierno al cabo de casi un siglo de intentos frustrados, una cierta desacralización del poder y el fortalecimiento de grupos y comunidades que durante décadas estuvieron en la exclusión o al borde de ella.
En la región, Chávez deja un discurso y un tejido de relaciones que apuestan por la integración, política antes que económica según su concepción, y el apoyo a gobiernos amigos con base en el recurso petrolero.
Así, separó a Venezuela de la Comunidad Andina (Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú) y la llevó al Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), creó Petrocaribe para auxiliar con petróleo a los países de la región, impulsó la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, el Banco del Sur y una incipiente moneda regional, el sucre.
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