Hace ya más de un mes, un domingo 13 de mayo, moría en Francia Horia Damian, el escultor y pintor rumano con más proyección internacional de los últimos años. Nacido en Bucarest en 1922, a sus diecinueve años debutaba en el Salón Oficial de la Sala Dalles en 1941, presentando sus obras junto a las de otros artistas para al año siguiente, realizar una primera exposición individual en el Ateneo Rumano.
Eran tiempos difíciles en Rumanía, tras el final del régimen «antonesciano», el país entraba en la esfera de influencia de la Unión Soviética, pasando de un extremo a otro, por lo que cuando en 1946, el artista tuvo la oportunidad de obtener una beca para ir a París, no dudó en desplazarse a la capital francesa para estudiar con autores de la talla como André Lhote y Fernand Léger.
Pronto se fue consolidando, superando un breve periodo que el propio artista entendió de prueba y afianzamiento en el arte, destruyendo la mayor parte de las obras que produjo durante la segunda mitad de la década de 1950, para comenzar a realizar obras más significativas a finales de ese mismo periodo.
Así, a partir de 1959 empieza a trabajar una serie al óleo sobre una base de poliéster adoptando un tono gestual, cercano al tachismo, como supone su Constelación (1961 Turín). De ahí, su obra fue evolucionando hacia formas geométricas y esculturales, ejemplificado en la conocida serie del Trono -comenzada en 1967 de poliuretano para pasar a 1969 de poliéster-. La primera de sus grandes monumentos, 'Galaxy', fue un proyecto para Houston (Texas), continuando su fascinación por lo monumental en The Hill construido para el Guggenheim Museum de Nueva York, realizado a partir de espuma de poliestireno.
En las últimas décadas Horia Damian creó poderosas imágenes con una poesía sutil, trazando todo un universo personal bajo ese espíritu geométrico libre y misterioso que le caracterizaba, deslizándose entre el límite de lo sagrado y lo profano. Así, siempre fiel a un estilo personal, exhibió su obra por los museos más importantes de arte, añadiéndose a la lista junto a los citados el Museo d'Art Moderne de la Ville de París, el MoMA de Nueva York, Stedelijk Museum de Ámsterdam, el Centro Georges Pompidou, en el Grand Palais de París, el Kassel Documenta y la Biennale en Venecia.
Ante esta trayectoria, no es de extrañar que llegara a ser miembro honorífico de la Academia Rumana, que conociera al escultor rumano más internacional Constantin Brâncuși (1949) o que fuera amigo entre otros del neo-dadaísta Yves Klein o de su admirado Philippe Dautremont.
En lo que se refiere a España, es conocido por su amistad con Salvador Dalí, con quien coincidió por primera vez en 1974, el artista surrealista de Figueras, le propondría construir la entrada monumental al Teatro-Museo de la ciudad. Fue así como realizó la maqueta para el teatro en el que Dalí había expuesto sus dos primeras obras en 1918, no escatimando viajar a Cataluña en diversas ocasiones para poder seguir el avance del proyecto de cerca.
Por desgracia, como tiende a ocurrir con demasiada frecuencia, el pleno reconocimiento en su país llegó tarde. Cuando en 2009 Rumanía volvió sus ojos hacia él a través de una amplia exposición de sus obras en el Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Bucarest y se le galardonaba con la Estrella de Rumanía, Horia Damian ya no podía estar presente, ante sus evidentes problemas de salud.
Ahora, su muerte puede servir como reflexión sobre valores culturales y sociales de la Europa más occidental, como patrones o modelos universales, en cuya esencia se esconde el desconocimiento y la soberbia, sino el desprecio, hacia las demás culturas. Su pérdida es un motivo de duelo para Rumanía en particular y para el mundo del arte en general.