El problema de las formas
Las referencias al Método Comunitario y al Método Intergubernamental no son muy conocidas en España, pero su comprensión es clave para entender la deriva que está tomando la UE en los últimos años, y ahora más que nunca con el nuevo Tratado que se atisba en el horizonte.
Una de las fórmulas se centra en que el poder y la toma de decisiones venga por parte de las Instituciones Comunitarias -principalmente Comisión y Parlamento-, mientras que la otra pretende que el poder se mantenga en los Estados, sin ceder soberanía a -la mal llamada- «Bruselas» y que sería liderado por eje franco-alemán, puesto que son los países más fuertes. ¿Adivinan ya con que método se ha estado dirigiendo esta crisis?
Los federalistas europeos, defensores del Método Comunitario, se encuentran ahora en una contraposición de sentimientos. Por un lado el hecho de que Europa tenga más poder les agrada, pero que sean los Estados los que sigan tomando las decisiones es visto como un freno al verdadero proceso de construcción europea, además de ser antidemocrático y desigual.
Ser europeísta no significa estar a favor del dúo Merkozy, casi más bien al contrario, puesto que han sido Francia y Alemania las que más han criticado la lentitud del Método Comunitario, pero a la vez, son las que más están demostrando su imperiosa necesidad.
Con un ejemplo se verá más claro. El Pacto de Estabilidad y sus sanciones, que tanto defiende Merkel, ha dependido hasta ahora de la voluntad de los Estados (es decir, Método Intergubernamental). Esto ha hecho que los primeros países en incumplirlo -casualmente Francia y Alemania- entraran en discusión en el seno del Consejo Europeo para la posibilidad de que fueran multados, pero se las arreglaron para conceder privilegios a los otros países en otras áreas a cambio de que olvidaran las sanciones y, en efecto, Francia y Alemania salieron airosas. De esta manera, como dicen los abogados, se creó jurisprudencia y se permitió que Alemania volviera a incumplir el Pacto nada menos que 14 veces, frente por ejemplo, a los 4 incumplimientos de España.
El problema del fondo
El hecho de que Alemania haya conseguido posicionarse como garante de la austeridad en Europa no deja de ser sorprendente si se analiza sosegadamente y con datos. Ya lo decía el Presidente del Eurogrupo: «Alemania tiene deudas más elevadas que España. Pero aquí nadie quiere saberlo».
Alemania no ahorra, aumenta el gasto de su presupuesto federal, y tiene una deuda del 82% del PIB, mientras que la española está en el 69%,lo que nos hace estar más cerca que los alemanes de cumplir el Pacto de Estabilidad, que exige un 60%.
Diarios como Der Spiegel o Handelsblatt hablan ya de la errónea posición del país, criticando el arma política en la que ha convertido su reducido déficit, que no viene de la austeridad del Estado como la canciller intenta vender; y cuestionando las deudas creadas por Merkel -«más que todos los cancilleres de las cuatro últimas décadas juntos»- . Mientras, otros como Die Tageszeitung subrayan que «incluso en la propia Alemania, cada vez más expertos advierten de que su obsesión por la disciplina podría sumir a Europa en el caos».
Pero con este último tratado, Merkel ha afianzado la disciplina fiscal a cambio de nada - ni eurobonos, ni refuerzo de BCE, ni crecimiento, ni solidaridad- consiguiendo, como ya se predice, rematar al enfermo. Ni la cantidad ingente de expertos en todo el continente -y fuera de él- que le imploran que abandone la ceguera de la austeridad, esa ortodoxia presupuestaria, parecen llegar a los oídos de la Nueva Dama de Hierro.
Sobre el verdadero problema de la eurozona, el vicepresidente de la Comisión de Asuntos Económicos del Parlamento Europeo, García-Margallo (PPE), lo dejaba muy claro la semana pasada: «El castigo que sufre la deuda soberana se debe a razones políticas, no económicas. El euro sigue siendo una moneda fuerte; tenemos más ahorro, una balanza por cuenta corriente más equilibrada y unas cuentas públicas más saneadas que los Estados Unidos, Reino Unido o Japón.»
Aún así hay que reconocer a los alemanes que han conseguido aparentar que tenían las soluciones y han sabido esconder sus debilidades y mostrar sus fortalezas mejor que el resto.
El problema de la idea
En realidad uno también podría pensar: «es normal que Merkel dirija ¿cómo van a dejar Europa en manos de personajes tan diluidos y amargos como Van Rompuy, Barroso, o Catherine Ashton?» Y tendría razón, pero no hay que olvidar a los que decidieron poner personas con perfiles bajos y poco carisma a dirigir las instituciones comunitarias, es decir, a los Estados. Es el superhéroe que crea la catástrofe para luego salir como el salvador.
Ahora que los ciudadanos están dejando de creer en Europa -el 49% de españoles, 50% de los franceses y 55% de los alemanes no se fía de Europa- es esencial entender en quien recae la toma de decisiones y, por tanto, la rendición de cuentas que los ciudadanos deberían hacer.
Tras el acuerdo, Público se cuestionaba si «europeísmo» y «déficit cero» se han convertido, de pronto, en sinónimos. Y argumentaba el peligro de que la socialdemocracia se escindiera del proyecto europeo tomado por la derecha.
Desunir la socialdemocracia a Europa podría ser de las peores respuestas que se darían al proyecto, pero es verdad que debemos asumir que la UE también está politizada. Parece frívolo, pero hasta ahora pocos se habían preocupado de quien gobernaba y tomaba las decisiones a nivel comunitario en pos del «consenso europeo».
Pero si hay que castigar a alguien, que no sea a la UE, sino a los ahora toman las decisiones en la UE. Y la realidad es que Merkel, Sarkozy, Barroso, Berlusconi, Van Rompuy y tantos otros son, nos guste o no, del Partido Popular Europeo.
Sería injusto culpar a un partido entero de las decisiones que han manejado principalmente los franceses y alemanes, puesto que dentro del partido no todos estaban de acuerdo con las decisiones del dúo; pero la incapacidad del resto de conservadores de plantarles cara también ha motivado el poder de Merkozy. El único conservador capaz de hacerlo ha sido Cameron, pero no precisamente por compromiso europeo sino por puro interés nacionalista, lo cual es peor todavía.
Puede que a corto plazo no exista una alternativa al -llamémoslo con nombre y apellidos- eje intergubernamental franco-alemán ortodoxo conservador, pero si no nos gustan las soluciones que están dando habrá que dar cuenta de ello sin castigar al proyecto europeo.
Parece que los partidos socialdemócratas empiezan a ver el potencial que tiene hacerse valedores del proyecto europeo como objetivo. Algunos, como el Partido Socialista Francés fueron los primeros en rechazar el pacto del último Consejo Europeo.
Pero para que sea real todos tendrán que aceptar un verdadero cambio de sistema en Europa, no vale con dejarse llevar por la comodidad de la oposición; deben unirse y aceptar la pérdida de soberanía nacional que implica crear un Tesoro Único Europeo o el refuerzo del Método Comunitario, de volver a la senda del crecimiento y del Modelo Social Europeo y además democratizar las instituciones comunitarias; la Historia no les olvidará.
Pero eso sí, no conseguirán credibilidad si ni siquiera los pocos gobiernos socialdemócratas que quedan se muestran -como mínimo- molestos con el último acuerdo, aunque todos supiéramos que no les quedaba más remedio que firmar.
Deberán acoger las ideas de un verdadero europeísmo, en vez de lamentarse de la actuación de la derecha frente a la crisis. Quizás las palabras del expresidente Papandreu vayan en la buena dirección: «Bajo las reglas de la derecha, Europa ha perdido su papel y su potencial. Ahora tenemos que ir más allá de sus políticas, sus fisuras y sus chivos expiatorios y recordar que somos europeos. Esa es nuestra fuerza, no nuestra debilidad».