Nos acercamos al campo de refugiados de Dadaab, en la frontera entre Kenia y Somalia. La grave sequía que padece el cuerno de África se ve en el paisaje y en el camino. Todo seco, animales muertos, y personas caminando en pequeños grupos casi sin fuerzas. Son somalís que tienen una sola meta: huir del hambre y llegar hasta el campo de Dadaab para recibir alguna ración de comida y atención médica.
En el interior del campo, la imagen más repetida es la de miles de personas agolpadas en esos centros tras semanas de camino sin agua ni alimentos. Centenares de kilómetros esquivando todo tipo de riesgos: animales salvajes, grupos armados, asaltos, incluso violaciones.
«El camino es largo y difícil - nos explica un hombre que ha caminado durante 24 días- hay grupos armados que roban lo poco que llevamos y si no tienes nada te pegan, te secuestran o te pueden matar». Una mujer a su lado nos explica que en su grupo iban 50 personas y que en el camino tuvieron que enterrar a 5 niños.
Los menores de 5 años son los más frágiles. Muchos llegan en estado crítico de desnutrición y hay que atenderlos en alguno de los 3 centros hospitalarios. En el hospital de Médicos sin Fronteras (MSF) han tenido que habilitar dos nuevas salas. En el último mes los ingresos de niños en situación severa han aumentado un 20%.
»Esto nos ha permitido mantener más tiempo bajo atención médica a los niños». nos dice Mireia Coll, una enfermera de Médicos sin Fronteras. «Antes cuando se habían repuesto se iban a casa, pero como no comían los nutrientes que necesitaban, volvían a recaer». La situación obliga a las ONG's a improvisar. Ella estaba en Yibuti -otro de los países afectados por la sequía y el hambre- y la trasladaron a Dadaab porque estaban desbordados.
No sólo eso. Se han visto obligados a preparar a personas del campamento para poder enseñar a otros padres a preparar la alimentación mientras están en el hospital.
Allí encontramos a Abdulá, un padre que alimenta a su hijo mediante gotero. El pequeño no tiene fuerzas para tomar ni siquiera líquidos. Tiene 3 años y pesa 3 kilos. Como él 10.000 niños sufren malnutrición en Dadaab. Abdulá nos explica que tuvo que dejar a su padre en el pueblo porque no tenía fuerzas para hacer un camino tan largo. Él era pastor, tenía 120 vacas y las que no se murieron se las robó gente del grupo islamista de Al Shabab. No es el único que se queja de eso. Mathua, una mujer que tiene a su hijo postrado en la cama de al lado, dice que los milicanos le quitaron los pocos cereales que había recogido.
Al campo de Dadaab, en Kenia, han llegado desde enero 86.000 personas. Están agotados, desorientados pero sólo esperan que les registren para recibir raciones de alimentos. Los niños no sueltan a sus madres mientras realizan el registro. Ordenados en fila reciben instrucciones para que sepan lo que tienen que hacer. Esperan horas y horas.
Aunque no es un registro definitivo, las huellas digitales y la cinta amarilla que les ponen sirven para identificarles y evitar que puedan pedir las raciones de ayuda por duplicado, una por persona para 21 días. Deberán racionar al máximo la harina y los frutos secos que reciben.
»Hay una emergencia dentro de la emergencia. Hay muchos problemas, no todo el mundo está recibiendo la ayuda que necesita, somos muy conscientes de eso y estamos haciendo todo lo posible para solucionarlo», dice William Spindler , portavoz de la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR).
Aunque parezca imposible a los tres campamentos que componen el de Dadaab les están creciendo suburbios como a una gran ciudad. Miles de personas se han instalado en ellos. Son los más pobres de los pobres. Lonas y tiendas deshilachadas donde hay muy pocas cosas que hacer, salvo guardar las interminables colas imprescindibles para cualquier cosa. Para recibir atención médica, para pesar a los niños, para recoger agua o para usar la letrina comunitaria.
Ya hay familias que han comenzado a construir casas de adobe, aseguran que no piensan volver a Somalia hasta que no haya paz, aunque la preocupación por los familiares que han dejado allí no les deja descansar.
El mayor problema ahora está en Somalia, pero hay otros países como Yibuti, Etiopia, Kenia y Eritrea en los que la situación se está agravando por momentos. Más de 11 millones de personas no tienen comida a causa de la peor sequía en 60 años que se sufre en el cuerno de África.