LISBOA, (IPS) - La muerte del presidente de Guinea-Bissau, Malam Bacai Sanhá, podría reeditar los cíclicos levantamientos militares que han impuesto un inconfundible sello de inestabilidad en la vida política de ese país del África occidental. Sanhá, que falleció el lunes 9 en París, era uno de los pocos héroes aún vivos de la lucha de liberación contra el ejército colonial portugués. Ello le permitía arbitrar los frecuentes conflictos que han caracterizado la disputa por el poder en Guinea-Bissau, que adquirió la independencia en 1974.
En el último levantamiento militar, el 26 de diciembre, rebeldes liderados por el jefe del Estado Mayor de la Armada, almirante Bubo Na Tchuto, intentaron asesinar al primer ministro Carlos Gomes Júnior y al comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, general Antonio Indjai. Desde su lecho de enfermo en el hospital militar Val de Grâce de la capital francesa, donde se encontraba internado desde el 24 de noviembre, Sanhá logró entonces imponer su influencia a través de una declaración grabada, facilitando que el episodio no pasase de un conato de golpe, resuelto con la prisión de los sublevados.
La opinión generalizada de los analistas portugueses es que la salida de escena del fallecido jefe de Estado coloca una vez más en primer plano la preocupación sobre la estabilidad de Guinea-Bissau. Esa estabilidad es reiteradamente puesta en causa por militares exguerrilleros del Partido Africano de la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC), que 22 años después del inicio de la democracia pluripartidista siguen sin aceptar sus reglas.
Un paraíso para narcotraficantes
Menos aún en la última década, en que Guinea-Bissau se ha convertido en la práctica en el primer «narco-estado» de África, según coinciden especialistas en el continente. En su territorio, aseguran, los traficantes de drogas de América del Sur han establecido su cuartel general y guarida segura de sus operaciones, como tránsito para la introducción de cocaína en países de la Unión Europea (UE).
Denuncian que militares, jueces, policías y políticos han permitido con su complicidad que las poco vigiladas costas de este pequeño país, de 36.125 kilómetros cuadrados y 1,5 millones de habitantes, se hayan convertido en la principal escala de la cocaína entre su punto de partida en el área andina de América Latina y su arribo a Portugal y España, cuyas costas conforman la frontera sudoccidental de la UE.
Para los barones sudamericanos de la droga, Guinea-Bissau es un paraíso. La mayoría de ellos, detallan los expertos, son colombianos que rápidamente aprenden portugués debido a la similitud con el castellano, y brasileños, que se sienten en casa en un país con el que comparten el idioma.
Otro factor que favorece la impunidad con que actúan estos criminales organizados, es que la violencia siempre ocupó un lugar destacado en este pequeño país vecino de Senegal y que el Banco Mundial ubica entre los 10 estados con peor calidad de vida del planeta, junto a Chad, Etiopía, Ruanda, Níger, Madagascar, Bangladesh, Burundi, Laos y Pakistán.
En este escenario, Sanhá, quien fue elegido como presidente en 2009 para un mandato de cinco años, aparecía como una suerte de «reserva moral» de la nación. A muy temprana edad, Sanhá se ofreció de voluntario para la lucha emancipadora contra Portugal, a las órdenes de Amílcar Cabral, fundador del PAIGC, considerado el padre de la nación guineana.
Combatió al ejército portugués en una cruenta guerra que concluyó con la declaración unilateral de independencia en 1973, reconocida por Lisboa un año más tarde, tras el triunfo de la llamada «revolución de los capitanes» lusos, que derrocaron la dictadura corporativista que gobernaba Portugal desde 1926.
El presidente de la Asociación Guineana de Solidaridad Social, Fernando Ka, explica que la violencia crónica de Guinea-Bissau podría reaparecer ahora, no solo por la lucha por el poder, «sino como producto de la inmensa corrupción de la clase política, cada vez más enriquecida».
Según el activista y abogado de doble nacionalidad, guineana y portuguesa, «mientras no exista una verdadera política de desarrollo que genere riqueza a una población empobrecida hasta límites inimaginables, no es de extrañar la proliferación de mafias internacionales con complicidades locales y el consecuente prolongar de una violencia que parece no tener fin».
Una historia de sublevaciones
En efecto, Guinea-Bissau tiene una larga bitácora de violencia, golpes de Estado, alzamientos abortados y una inestabilidad militar en las fuerzas armadas que comenzó en 1980 cuando el Ejército bajo las órdenes de João Bernardo Vieira, el mítico «Comandante Nino», derrocó al presidente Luís Cabral.
Entre 1983 y 1993 el gobierno fue víctima de varias conspiraciones y en 1986 el vicepresidente, Paulo Correia, y otros cinco altos dirigentes, fueron ejecutados por traición. En 1998, el país se hunde en una guerra civil y una junta militar, encabezada por el brigadier general Assumane Mane, destituye a Nino Vieira, que se asila en Portugal. Mené rechaza asumir el poder y convoca a elecciones. En mayo de 1999, tras su triunfo electoral asume el poder Kumba Ialá.
Pero la paz no dura. Por orden de Ialá, Mané fue acribillado a tiros, acusado de una presunta rebelión, y en septiembre de 2003 se produjo un nuevo golpe de Estado, encabezado esta vez por el general Verissimo Correia de Seabra. Este oficial fue asesinado el año siguiente durante un motín por la falta de pago a militares que habían participado en misiones de paz de la Unión Africana.
Nino Vieira regresó de Portugal en 2005, ganó las elecciones y asumió la Presidencia, pero fue ajusticiado el 2 de marzo 2009, un día después del asesinato del jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Tagma Na Waie. El 1 de abril de 2011 se registró un nuevo un intento de golpe, esta vez contra el primer ministro Carlos Gomes Junior, quien fue detenido por los rebeldes y después liberado, tras una fuerte presión de Sanhá y amenazas de donantes internacionales de cortar la ayuda al país.
El influyente matutino Público de Lisboa, dedica su editorial de este martes 10 a la desaparición de Sanhá, bajo el título de «La esperanza que se desvanece en Bissau». «Se teme justificadamente, que la muerte de Malam Bacai Sanhá refuerce la inestabilidad en el país, porque la verdad es que Guinea-Bissau no logró todavía lidiar con firmeza con las semillas de violencia que la habitan, personificadas en un Ejército que nunca aceptó someterse a la sociedad civil», define el diario.
El editorial deplora que «el golpismo latente, de mano con la inexistencia de estructuras que permitan dar al país una base mínima de progreso, sofocan a Bissau con la fuerza de una pesadilla, que la muerte de Malam Bacai Sanhá solo ayudó a hacer más densa, como una pesada sombra».
Toda la acción política del desaparecido mandatario se centró en sacar a su país de los llamados «estados inviables», una lucha en la que se empeño a fondo desde que asumió el cargo, pese a su ya precario estado de salud. Sin embargo, le faltó tiempo. La última larga batalla del antiguo guerrillero del PAIGC fue contra la enfermedad. Acabó derrotado este 9 de enero, a los 64 años, víctima de diabetes e insuficiencia cardíaca.