Son los soldados sin rostro en la guerra más devastadora de nuestra era, que paradójicamente es la más fácil de ganar: la guerra contra el hambre, que afecta a uno de cada ocho habitantes de nuestra Tierra, unos 870 millones de seres humanos.
En millones de hogares en todo el mundo, a menudo son las mujeres quienes toman las decisiones cotidianas que garantizan que haya alimentos en una mesa de otro modo vacía.
Es responsabilidad de los gobiernos y las agencias internacionales de cooperación dar poder a las mujeres, para hacer justicia a los papeles de protagonistas que desempeñan.
Esto significa brindar a las mujeres los derechos, las políticas, las herramientas y los recursos que necesitan para su esfuerzo incesante.
El papel crucial de las mujeres en la seguridad alimentaria y la nutrición se inicia con los 1.000 días -desde el comienzo del embarazo hasta el segundo cumpleaños del hijo o hija- que marcan para siempre el desarrollo de una persona.
Para mejor o para peor, las mujeres pueden marcar la diferencia en una aritmética cruda que cada año suma 2,5 millones de muertes infantiles.
Colocar alimentos en la mesa de una familia implica hacer que una mujer vaya más allá de sus instintos maternales. Significa aplicar su energía y sus lecciones de vida a labrar la tierra y a cosechar cultivos.
Esto es especialmente relevante en África, donde se libran las batallas clave del siglo XXI contra el hambre. Unos 239 millones de personas padecen hambre en África, el 23 por ciento de toda la población de la región.
En las áreas rurales, donde viven el 60 por ciento de todos los africanos, vemos las características más sobresalientes de esta lucha contra la tragedia y la importancia de las mujeres.
Las mujeres lideran uno de cada cuatro hogares rurales en África. En África austral, esa proporción es del 45 por ciento.
Guerras y conflictos étnicos, migraciones y colapso ambiental, todo ha intensificado en los últimos años la presencia absoluta y relativa de las mujeres en los mercados laborales agrícolas.
Su participación en esos mercados en África del Norte pasó del 30 por ciento al 43 por ciento desde 1980. Ellas son mayoría en algunos países, como Lesotho, donde alrededor del 65 por ciento de la fuerza laboral agrícola está integrada por mujeres.
Las nuevas responsabilidades que se atribuyen a las mujeres se suman a sus roles de alimentar y cuidar a sus familias. La carga doble y a veces triple de trabajo en el campo, en el hogar y en la comunidad no siempre es reconocida o compartida por los hombres de la familia. Con frecuencia, esto vuelve más difícil el empoderamiento de las mujeres.
Paradójicamente, en todas partes del mundo son las mujeres quienes más sufren las restricciones al acceso a la propiedad legal de la tierra. Esto, a su vez, limita su acceso al crédito y a los insumos que ellas necesitan para maximizar los esfuerzos extremos que realizan por el bienestar de la comunidad.
Lograr esos derechos y ese acceso, a fin de superar la brecha de género en los sistemas agrícolas de los países más vulnerables, es una de las políticas más importantes en materia de seguridad alimentaria que gobiernos y agencias de cooperación internacional pueden implementar.
Concienciar a los estados del papel central que desempeñan las mujeres en el desarrollo económico y social, y forjar un consenso político para darles las herramientas y los derechos que su puesto demanda serán pasos vitales en la lucha contra el hambre.
Y no solo contra el hambre.
Como madres, hermanas, hijas, esposas y, frecuentemente, único sostén de sus hogares, las mujeres están a menudo en la primera línea de la lucha por la justicia social.