«Les prometo que Grecia será un país totalmente diferente dentro de seis meses», ha asegurado Tsipras en una entrevista publicada este domingo por el semanario germano Stern, en la que repite una vez más que su país «no quiere un nueva línea de ayuda». El nuevo líder de Atenas se muestra abierto al diálogo y, sobre todo, optimista: «Estoy buscando una solución con la que ganemos todos. Quiero salvar a Grecia de la tragedia y a Europa de la división», afirma en las páginas de dicha publicación, que ha subido a su web una versión resumida de la conversación.
Hay que recordar que la nueva reunión de los países que han abrazado la moneda única tiene unos antecedentes poco halagüeños. La fase inicial de las conversaciones terminó el pasado jueves sin tan siquiera una declaración conjunta, imposibilitada por las posturas encontradas que hasta ahora han manifestado Atenas y Berlín. El Ejecutivo heleno no reconoce como interlocutor legítimo a la troika (formada por la Comisión Europea –CE-, el Banco Central Europeo –BCE- y el Fondo Monetario Internacional –FMI-) y, trasladan las discrepancias al lenguaje, tanto Tsipras como sus ministros evitan pronunciar la palabra 'troika' en sus declaraciones.
La batalla del lenguaje
El guante lo recogió el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, quien continuó ante los medios la batalla dialéctica: «Por respeto a nuestros amigos griegos, nosotros no llamaremos más a la troika 'troika', sino 'las instituciones'». Estos matices dicen mucho del clima que rodea las negociaciones. Cualquier detalle cuenta y ambas posturas son conscientes de ello. Miden cada aparición pública y estudian cuidadosamente cada paso que dan.
Así, mientras Atenas habla de un «acuerdo puente», los países acreedores, liderados por Alemania, se refieren a una «extensión del programa de ajuste». Se trata en todo caso de las dos caras de una misma moneda: un pacto que garantice la solvencia griega más allá del verano. Lo que está en juego en la reunión de este lunes, si bien no hay garantías de que se alcance una decisión definitiva, son las condiciones de ese nuevo contrato, que entraría en vigor a partir del 1 de septiembre.
Alemanes y griegos pondrán una vez más sus razones encima de la mesa. De forma muy resumida, los primeros esgrimirán que los convenios están para cumplirse, incluidas las medidas que aceptó Grecia en su día para recibir el rescate. Y los segundos, que la soberanía popular cambió la legitimidad de esos condicionantes, votando mayoritariamente el ideario rupturista de Syriza.
Esta formación de izquierda, que lidera el país desde finales de enero, ha comenzado ya a implementar alguna de sus promesas electorales, en un gesto que los medios alemanes han tachado de «violación» de los acuerdos europeos. La reunión del lunes llega cargada de urgencia, pues sobre el aire planea la posibilidad de que el sistema bancario griego se colapse, una vez retirada la red de seguridad financiera europea. A partir de entonces y según diferentes analistas, la bancarrota del Estado heleno puede ser cuestión de meses o incluso semanas.
¿Cuáles serían las consecuencias para los demás países que comparten la moneda común? Más allá de la «preocupación» que mostró el presidente de la CE, Jean-Claude Juncker, la semana pasada, nadie sabe responder a ciencia cierta a la cuestión.
Manifestaciones a favor de Grecia
Las horas previas a la reunión del Eurogrupo en Bruselas han sacado a cientos de manifestantes a las calles de las principales capitales europeas. Sobre todo en Atenas, que, según las estimaciones de la prensa griega, ha congregado a más de 20.000 personas frente al Parlamento para apoyar a su presidente.
También han llegado muestras de solidaridad desde París (unas 2.000 personas), Lisboa (200 personas) e incluso Berlín, donde apenas una treintena de personas se han reunido frente a la puerta Brandenburgo, convocadas por el grupo activista Real Democracy Now (Democracia Real Ya).