Glaciares y frutos mueren en Perú sin encontrar respuesta en la COP 20

Los nevados agonizan en Perú, que concentra el 70 por ciento de los glaciares tropicales del mundo, y los agricultores de esos ecosistemas viven peripecias para adaptarse a la subida de la temperatura, mientras en Lima gobiernos de 195 países cierran las negociaciones climáticas sin hacer caso a esta realidad que tienen tan cerca.

Un agricultor sentado, el glaciar detrás
Cayetano Huanca vive cerca del glaciar de Auzangate, en el departamento de Cusco, en los Andes de Perú. En pocos años, ese nevado podría extinguirse/ Foto: Oxfam

A unos 100 kilómetros de un nevado que se resiste a morir, el Salkantay, en el departamento de Cusco, hay un monumento al cultivo de la granadilla, un fruto del que dependen centenares de pobladores de la zona, y que en 20 años, según las proyecciones, no se podrá sembrar más.

El monumento ubicado en la plaza del municipio de Santa Teresa, una localidad cercana a Machu Picchu, perenniza la producción de este cultivo: una mujer recoge los frutos, un campesino carga en su espalda la siembra en un costal, otro corta la maleza mientras un agricultor acompañado por un perro remueve la tierra.

Esa escena congelada es rutinaria en Santa Teresa, donde la granadilla (Passiflora ligularis) se produce entre los 2.000 y 2.800 metros sobre el nivel del mar. Pero se proyecta que el cultivo deberá desplazarse hasta los 3.000 metros por el incremento de la temperatura. Al llegar a ese punto, no podrá sembrase más granadilla.

«El impacto en esta zona es fuerte porque los pobladores viven de esta producción», nos cuenta la ingeniera ambiental Karim Quevedo, quien ha recorrido la microcuenca Santa Teresa como responsable de la Dirección de Agrometeorología del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología de Perú (Senhami).

Esta microcuenca es una de las zonas estudiadas por Senhami como parte de un proyecto de adaptación de las poblaciones locales por el impacto del retroceso de los glaciares. En Santa Teresa, el glaciar que agoniza a su lado es el Salkantay, que en quechua significa montaña salvaje.

El Salkantay, que es el corazón viejo e indomable de la cordillera de Vilcabamba, abastece de agua dulce a los ríos de la zona. Pero en los últimos 40 años ha perdido el 63,6 por ciento de su superficie glaciar, equivalente a unos 22 kilómetros cuadrados según la Autoridad Nacional del Agua (ANA).

«Es importante medir de qué manera afecta este retroceso glaciar a los pobladores para saber cómo pueden adaptarse, ya que la pérdida de estos nevados es irreversible», nos explica el responsable del Área de Cambio Climático de la ANA, Fernando Chiock.

Tanto Chiock como Quevedo aseguran que es crucial que se considere la afectación directa a los pobladores locales y se prioricen los fondos destinados a mitigar estos impactos, durante el cierre de la 20 Conferencia de las Partes (COP 20), a cuya fase final asisten gobernantes y altos representantes de los 195 países.

La COP 20 de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) debe concluir este viernes 12 o el sábado 13 si, como se anticipa, las negociaciones se prolongan. «Está pendiente ver cómo se relaciona lo que se acuerde en esta cumbre del clima con lo que sucede en estas localidades. Uno de los desafíos es conectar los grandes acuerdos», agrega Quevedo en el espacio de Voces por el Clima de la COP, a pocos metros de las negociaciones en el recinto militar de El Pentagonito.

El panorama es preocupante según los expertos. Desde los años 70 hasta la actualidad, la superficie glaciar de los 2.679 glaciares que existen en los Andes de Perú, ha retrocedido en más del 40 por ciento, apunta Chiok. De más de 2.000 kilómetros cuadrados de superficie glaciar en los años 70 se ha pasado a unos 1.300 kilómetros.

La situación de emergencia ya ha provocado la muerte de nevados, como el de Broggi que formaba parte de la Cordillera Blanca, la cadena montañosa tropical con mayor densidad de glaciares del mundo y que como la Vilcabamba integra los Andes peruanos.

Hace unos 50 años, el retroceso glaciar del Broggi era de dos metros por año pero en los 80 y 90 llegó a los 20 metros anuales. En 2005, se dejó de hacer el seguimiento de este nevado, porque su superficie glaciar, que equivale a los signos de vida de un ser humano, desapareció por completo. En la actualidad, el retroceso glaciar oscila entre nueve y 20 metros al año, según la ANA. Paralelamente, se han formado unas 900 lagunas nuevas con el agua del deshielo, relata Chiok.

En lo inmediato la aparición de nuevas lagunas puede parecer una buena noticia para los pobladores locales, pero según el experto de la ANA debe considerarse el adecuado manejo de estas fuentes de agua para no generar falsas expectativas en las comunidades y poder manejar los riesgos de estas lagunas por la ruptura de los diques.

Chiok explica que actualmente existen 35 lagunas con obras de seguridad por el riesgo que hay en ellas.

En el campo, se ha instalado la incertidumbre. Lagunas que aparecen, glaciares que mueren. Granizadas que caen sobre los cultivos de maíz. Lluvias indecisas y furibundas que afectan a los sembrados de papa, el sol incandescente que pudre los frutos, los insectos que aparecen como burbujas de una olla hirviendo.

«La variabilidad climática de las localidades se ha alterado. No se puede generalizar qué pasa, cada pueblo afronta su propio problema. Pero lo que sí es innegable son estos cambios del clima», nos detalla Quevedo.

En este escenario, hay cultivos más afectados que otros. Con las temperaturas altas, los cultivos de papa deben trasladarse a mayor altura porque necesitan de las noches de frío para su producción. En algunas zonas, el sembrado de café con un sol furioso puede ser positivo, pero en otros no tanto porque también necesitan sombra.

El clima influye un 61 por ciento en la producción de los cultivos, según la Organización Meteorológica Mundial.

«Estos eventos menores del clima son los que más daño causan a la población, y son los más invisibles ante la comunidad internacional», nos dice el director del Centro del Clima de la Cruz Roja Internacional, Maarten Van Aalts, quien participa en las actividades de la COP 20.

A su juicio, no tiene que desatarse un huracán que se lleve todo de golpe, como sucedió en Haití en enero de 2010, para que los gobiernos que participan en las negociaciones climáticas reaccionen. Pero se han derretido las esperanzas de que lo hagan antes de que la COP 20 eche el cierre aquí, en Lima.