Por Francisco R. Pastoriza
Una exposición en Madrid reúne las mejores obras de todas las etapas creativas del escultor suizo Alberto Giacometti. Hay una fotografía de Cartier-Bresson, que se puede ver en esta exposición de Giacometti en la Fundación Mapfre de Madrid (hasta el 4 de agosto), que resume magistralmente la esencia de los dos artistas. Se trata de la titulada «Alberto Giacometti durante la instalación de su exposición en la Galería Maeght de París». Tomada en 1961, en ella se ve al artista suizo llevando una de sus esculturas en las manos, junto a su conocida obra «El hombre que camina».
Ambos, el artista y la escultura, mantienen idéntica posición. El momento en que Cartier-Bresson toma la fotografía resume ese «instante preciso» que el Cartier Bresson perseguía en sus fotografías. Por su parte, el desenfoque de la figura de Giacometti introduce esa sensación de movimiento que el escultor también persiguió incesantemente en sus obras.
Desde «Bola suspendida», de 1930, Giacometti incluyó en sus esculturas la sensación de movimiento, a veces incluso el movimiento real, con la finalidad de integrar el arte en la vida. En «Grande Figure» lo consigue con un ligero contoneo que introduce a la altura de la cadera de esta escultura, cuya sensación de movimiento aumenta cuando el espectador rodea la obra.
Las pequeñas esculturas que componen «Familia» pueden moverse y cambiar su disposición en el tablero en el que están colocadas. «Objeto desagradable para tirar» transmite sensaciones diversas según se coloque vertical u horizontalmente. A veces, para conseguir este efecto vuelca una cabeza o un cuerpo, convirtiéndolo en paisaje o induce a un cambio de posición al observador. Este juego de tensiones entre la inmovilidad y el dinamismo provoca una mayor participación del espectador y contribuye a la interacción entre este y la obra del escultor.
El escultor y las vanguardias
Aunque el contacto de Giacometti con el arte se inició en sus primeros años (su padre era un artista medianamente reconocido) su estancia de formación en París con Antoine Bourdelle abrió nuevos horizontes a sus inquietudes creativas, aunque sólo fuese por el rechazo que le producían las ideas academicistas de su maestro, lo que le llevó a buscar inspiración en el arte egipcio y sumerio y más tarde en las esculturas de la América precolombina y en las máscaras tribales de África y Oceanía. Entre 1925 y 1928 sucumbió a la fascinación de las vanguardias, porque buscaban, como él, alejarse del arte tradicional, y llevó a cabo los trabajos de sus enigmáticas esculturas planas, de elementos geométricos, en la estela del cubismo. Entre 1929 y 1934 se integró en el grupo de los surrealistas a instancias de Bretón y Dalí, que lo descubrieron en una exposición organizada en la galería de Jeanne Boucher.
El carácter ambiguo del surrealismo está plenamente conseguido en algunas de sus obras de esta etapa. «Cabeza-paisaje yacente» se puede interpretar como una cabeza de mujer o como un cuerpo femenino con el abdomen arqueado: los ojos de una figura son los senos de la otra. Y «Caricia (pese a las manos)» es la escultura de una mujer embarazada en cuyo abdomen se posa una mano abierta o, en otra mirada, la boca distorsionada en la cabeza de una figura en trance de muerte.
La combinación de ambigüedad y movimiento se resume en una de sus inquietantes esculturas en tableros de juego, «Circuito», en donde una bola que nunca alcanza su destino se mueve siguiendo la trayectoria de un canal inserto en un tablero, y que se ha interpretado, según la mirada del espectador, como una escenificación del paraíso perdido, como una mesa de sacrificios africana o como la maqueta de un ojo en movimiento.
En las obras de esta época en las que aborda las relaciones sexuales, Giacometti entrelaza la violencia con el deseo, como en «Mujer dormida soñando» y, más explícitamente, en «Homme et femme». Giacometti presenta en estas esculturas del acto sexual el deseo y el temor al contacto, la libido y el impulso destructivo. Reinhlod Hohl, experto en la obra de Giacometti, ve en la interpretación de la polaridad de los sexos una visión pesimista de la Humanidad.
Cuando en 1934 se aleja de los surrealistas, Giacometti retoma el trabajo ante el modelo, se enfrenta de nuevo a la realidad observable. Influido por la fenomenología de la percepción del filósofo Maurice Merleau-Ponty, Giacometti trata de representar también cómo la realidad concreta se ve alterada por la situación en la que es percibida. Según Giacometti, el tamaña real no existe y por tanto, o bien reduce sus figuras a tamaños cada vez más pequeños hasta alcanzar las dimensiones hiperestilizadas de una cerilla o lo aumenta hasta la monumentalidad.
El espacio de la escultura
Uno de sus viejos sueños, «Proyecto para una plaza», iba a poder al fin realizarse gracias a un encargo que en 1958 le hizo el arquitecto Gordon Bunshaft para diseñar la explanada de la sede del Chase Manhattan Bank en Nueva York. Giacometti había pensado en un grupo escultural de grandes dimensiones para un espacio en el que el observador pudiera interaccionar con las esculturas. Sería su viejo concepto de la escultura como tablero de juego trasladado a la realidad de un entorno al aire libre. Las figuras centrales serían una mujer erguida («Grand femme debout», la tensión del estatismo), un hombre que camina («Homme qui marche», el movimiento) y una cabeza de gran tamaño («Grande tête», la observación).
La orientación de todos los elementos de este espacio la diseñó Giacometti en múltiples combinaciones, incluso pensando en dejarlas al azar (ese «huésped imprevisto»), donde las hubieran depositado los encargados del transporte. En su taller de Montparnasse, cuya reconstrucción puede verse también en la exposición, experimentó todas las formas posibles de colocación de las esculturas en la plaza, sin llegar a ninguna que le satisficiera por completo.
El proyecto nunca llegó a materializarse (en 1960 los desacuerdos entre Bunshaft y Giacometti se hicieron insuperables) pero los modelos de Giacometti para esta plaza marcaron los tres principales arquetipos que identifican su obra: una mujer erguida, un hombre que camina y la cabeza de gran tamaño de una mujer. Únicamente esta última está ausente de esta exposición, que no quiso prestar un coleccionista privado a pesar de las gestiones hechas por los responsables. Sí está «El hombre que camina», tal vez la figura más conocida de la escultura contemporánea, uno de cuyos ejemplares se ha convertido desde el pasado mes de febrero en la obra de arte más cara vendida en una subasta: 74 millones de euros.