Para empezar, el festival de este año se celebra en Baku, la capital de Azerbaiyán, país que solo es europeo a efectos eurovisivos. Allí han gastado 60 millones de dólares para engalanar la ciudad que visitan estos días 1.500 periodistas acreditados de 75 países. El show se celebra en en el impresionante escenario del Baku Crystall Hall, donde 17.000 espectadores podrán jalear cada representación entre grandes pantallas de LED y 2.500 focos. Veinticinco cámaras de alta definición servirán para transmitir el acontecimiento a todo el mundo y, de paso, demostrar que en Azerbaiyán el petróleo proporciona riqueza, al menos, aparentemente, aunque no ha sido suficiente para mantenerse en la carrera por ser capital olímpica en 2020. Amnistía Internacional ha denunciado las violaciones de derechos humanos en el país y ha lamentado que los organizadores de la EBU lo pasen por alto. Opositores locales han lanzado la campaña Sing for Democracy (Cantar por la democracia), descalificada por la prensa oficial, a cuyos responsables llama agentes de Armenia, país con el que Azerbaiyán mantiene una disputa territorial.
Lo apabullante de esas cifras y de la repercusión impresiona poco en España, donde Eurovisión se suele calificar de «horterada», por su música y su look, pero lo cierto es que Televisión Española consigue un buen share cada año con el festival. En cualquier caso, no ocurre lo mismo en la Europa más próxima, donde el entretenimiento y la rivalidad lo elevan de categoría y, mucho menos, en la Europa más lejana, donde Eurovisión es todo un acontecimiento. Este año participan 42 países, de los que 26 han pasado a la gran final. Bueno, no todos se la han jugado en las semifinales. Los cinco países que más contribuyen al sistema europeo de televisión, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y España, los big five tienen un puesto garantizado, que para eso pagan más, además del país organizador.
Twelve points, douze points
Aquí juegan los nacionalismos a nivel de calle y de despachos. Es solo un concurso de canciones seleccionadas por las televisiones públicas pero, a la hora de las interminables votaciones, cada espectador de esta Europa megaampliada virtualmente se siente representado por el intérprete y la canción de su país y espera ansioso esos twelve points, por otra parte, bastante previsibles, teniendo en cuenta que el televoto popular instalado desde hace años reparte preferencias entre países amigos y vecinos por encima de calidades musicales. El comentarista de TVE, José Luis Uribarri, era ya famoso por amargar la incógnita y prever casi exactamente la distribución de votos de cada país, como si llevara consigo la bola de cristal.
Tan famosas son las altas puntuaciones entre España y Portugal (el fado no ha superado la prueba europea y ha sido eliminada en semifinales) como la superación de rivalidades históricas entre los países balcánicos que se votan mucho y alto o la autoridad de Rusia con las exrepúblicas soviéticas.
En esta 57 edición del festival, algunos son fieles a la tradición de los ritmos étnicos propios y otros se dejan llevar por la globalización pop. Se canta cada vez más en inglés, como lingua franca, o se marca territorio en idiomas imposibles para la mayoría. Incluso hay quien como los rumanos cantan en español, se supone que buscando el voto inmigrante, o los anfitriones de Azerbaiyan llevan una canción compuesta por un sueco. Importa poco, la suma de música, baile, coreografía y luces en forma de miniespectáculos de tres minutos es lo que queda en el rectángulo del televisor. Una imagen, una sensación que impacte es lo que se busca y sobre el resultado caben todo tipo de interpretaciones.
Afrodisiaco griego, euforia sueca
Por ejemplo, este año Grecia, portada diaria de la prensa mundial, se olvida de bancarrotas, rescates y eurozonas y lleva a una rubia minifaldera llamada Eleftheria Eleftheriou con una alegre canción llamada Aphrodisiac. Por optimismo que no quede. Dos gemelos irlandeses de traje y flequillo disparatados cantan algo supuestamente divertido. Rusia quiere dar la campanada con imagen de potencia emergente: las abuelas Buranovskiye Babushki con traje regional incorporado se marcan un pop llamado Party for everybody. ¿Cómo interpretar la selección de un galán septuagenario que ha hecho el Reino Unido? Engelbert Humperdink, recordado por sus coetáneos, abrirá el festival con una balada que está muy muy lejos del reconocido britpop patrio.
La representación de Francia es más difícil de interpretar. La cantante Anggun, de rasgos orientales y piernas al aire fue seleccionada por la tele francesa con Sarkozy de presidente y va a llevar el nombre de la nueva Francia de Hollande a Europa con una historia de amor. No queda claro entre quién y quién. Irremediable comentar a continuación la entrada de Alemania, con el joven Roman Lob cantando en inglés una canción del muy cool Jamie Cullum, en la que viene a decir que no sabe que hacer «desde que me has dejado».
En esa línea de desamores está la representación española con la canción Quédate conmigo, que, desde un punto de vista político-social, es mejor no imaginar a quién se lo está diciendo Pastora Soler. Pero unas declaraciones suyas o un malentendido con un periodista dan otra clave de las implicaciones de todo tipo que tiene este festival. Se dice que dijo, y desmintió, que desde TVE le habrían pedido que no ganara el festival porque quien gana, organiza al año siguiente y la televisión pública española, en plena etapa de recortes económicos, no está ni mucho menos para fastos.
La favorita de este año es Suecia. Las casas de apuestas son unánimes y pagan 9/4 por el triunfo de su representante. En tiempos de crisis, nada mejor que su canción para olvidar. Se llama Euphoria. Que se diviertan.