MÉXICO, (IPS) - A pesar de que cada día hay más evidencias científicas sobre sus aspectos negativos, la empresa petrolera estatal de México se prepara para aumentar la exploración de pozos de gas en rocas de esquisto. Tiene previsto perforar 175 depósitos hasta 2015, con un presupuesto anual de 700 millones de dólares.
Petróleos Mexicanos (Pemex) ya explota desde febrero en el norteño estado de Coahuila un pozo con una producción diaria de unos 85.000 metros cúbicos del también llamado gas shale, ubicado en rocas de esquisto, pizarra, lutita o arcillas compactas, con una inversión de 25 millones de dólares. «Está bien que México conozca sus recursos, pero no es recomendable que vaya tras esta aventura», nos dijo Lourdes Melgar, del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. «Es una tecnología que genera mucho debate y son recursos ubicados en zonas donde no hay agua», apuntó.
Las lutitas gasíferas son canteras de hidrocarburos no convencionales, encalladas en rocas , por lo que hay que utilizar la fractura hidráulica (conocida en inglés como «fracking») para liberarlas a gran escala. El «fracking» es una técnica por la que se inyecta agua, productos químicos y arena en el pozo para desprender la materia prima atrapada y provocar que el gas natural fluya hacia el conducto por donde se extrae.
Rogelio Gasca, miembro de la gubernamental pero autónoma Comisión Nacional de Hidrocarburos afirma que «tenemos que explorar todas las alternativas. Primero, averiguar si existe el gas, y luego se necesita agua y una regulación que permita ajustarla al uso del recurso hídrico y al desarrollo de las infraestructuras». La petrolera mexicana espera gestionar 6.500 pozos en 50 años.
Para la extracción del gas shale se necesita mucha agua y la excavación y fractura de las rocas generan grandes cantidades de residuos líquidos, que pueden contener químicos disueltos y otros contaminantes que requieren tratamiento antes de ser desechados.
Para la generación de energía, México depende sobre todo del petróleo y el gas. En el primer caso, Pemex produce diariamente 2,6 millones de barriles diarios, y del segundo el país consume 1.585 millones de metros cúbicos, en su mayoría importado. Con presupuestos millonarios para esos carburantes fósiles, México ha dejado a un lado las energías renovables, como la eólica, la solar o la geotérmica.
En su estudio «Recursos mundiales de gas shale: una evaluación inicial de 14 regiones fuera de Estados Unidos», la estadounidense Administración de Información de la Energía (EIA, por sus siglas en inglés) evaluó 48 depósitos de esquisto en 32 países, entre ellos México, y calculó unas reservas de más de 163 billones de metros cúbicos de ese combustible.
La producción de esquisto saltó de 11.037 millones de metros cúbicos en 2000 a 135.840 millones en 2010. En caso de seguir a este ritmo, en 2035 llegará a cubrir el 45 por ciento de la demanda de gas general, según la EIA.
Los académicos Robert Howarth, Renee Santoro y Anthony Ingraffea, de la estadounidense Universidad de Cornell, concluyeron que ese hidrocarburo es más contaminante que el petróleo y el gas, según su estudio «Metano y la huella de gases de efecto invernadero del gas natural proveniente de formaciones de shale», difundido en abril pasado en la revista Climatic Change. «La huella de carbono es mayor que la del gas convencional o el petróleo, vistos en cualquier horizonte temporal, pero particularmente en un lapso de 20 años. Comparada con el carbón, es al menos un 20 por ciento mayor y tal vez más del doble en 20 años», dice el informe.
El gas natural se compone mayoritariamente de metano, del cual llega a la atmósfera entre un 3,6 a un 7,9 por ciento de la producción por emisiones y fugas a lo largo de la vida útil de un pozo. Esas emisiones son al menos un 30 por ciento mayores e incluso pueden llegar a ser más del doble que las del gas convencional. El metano es uno de los gases de efecto invernadero más contaminantes.
El estudio «Contaminación de agua potable con metano proveniente de perforación de pozos de gas y fractura hidráulica», publicado en mayo en la revista especializada Procedimientos de la Academia Nacional de Ciencias, constató el impacto ecológico en los estados estadounidenses de Pensilvania y Nueva York, donde se explota esquisto.
En el texto escrito por Stephen Osborn, Avner Vengosh, Nathaniel Warner y Robert Jackson, de la Universidad estatal de Duke se afirma que «en las zonas cercanas a la extracción (uno o más pozos en un kilómetro), las concentraciones promedio y máximas de metano en pozos de agua potable van aumentando a medida que están más cerca del pozo de gas y llegan a representar un peligro potencial de explosión».
Estos indicadores cuestionan el argumento de la industria de que el esquisto puede llegar a sustituir al carbón en la generación eléctrica y, que por lo tanto, podría ser un recurso para mitigar el cambio climático. «Es una aventura demasiado prematura y arriesgada. Son proyectos demasiado costosos desde el punto de vista de la sostenibilidad. Hay opciones más baratas y accesibles», insiste Melgar.
Además, se ignora su balance energético -la energía consumida en la extracción comparada con la resultante del uso del combustible-- pese a los indicios apuntan a que es negativo. «Se necesita un replanteamiento de la política energética», que incluye nuevos «aspectos financieros, regulatorios, tecnológicos, jurídicos y de infraestructura», planteó Gasca.
En abril de 2010, el Departamento de Estado de Estados Unidos puso en marcha la Iniciativa Global de Gas Shale (GSGI, por sus siglas inglesas) para ayudar a los países que buscan aprovechar ese recurso a identificarlo y desarrollarlo, con un eventual beneficio económico para las empresas estadounidenses transnacionales.