Las bombas de racimo que la organización Human Rights Watch denuncia fueron lanzadas el pasado jueves sobre zonas residenciales de la ciudad de Misrata que está sufriendo un durísimo castigo. Está situada a unos 200 kilómetros al este de Trípoli y es la única en el occidente libio que continúa en manos de los rebeldes.
Según el canal catarí Al Jazeera las fuerzas leales a Gadafi bombardean la ciudad al alba y a la caída de la noche. Durante el día permanecen escondidos para evitar a los aviones de la OTAN que sobrevuelan la zona. Desde hace 2 meses permanece cercada, la única vía por donde podía llegarles algún auxilio era el puerto que han tenido que cerrar por los bombardeos de Gadafi.
Las calles de Misrata están bloqueadas por los escombros, las casas están en ruinas, los vehículos calcinados en las calles, hay fuego y columnas de humo negro se elevan hacia el cielo. No hay agua corriente, electricidad ni medios de comunicación y escasean los alimentos. En tres días 50 personas han perdido la vida.
Es un triste sarcasmo que las armas que los destruyen pertenezcan a uno de los países de la Unión Europea que han acudido a prestarles ayuda. Además de las bombas de racimo, otras fuentes indican que las fuerzas libias están utilizando el sistema múltiple de lanzamiento de cohetes soviéticos Grad.
El Gobierno español ha emitido un comunicado en el que recuerda que fue uno de los firmantes de la Convención de Dublín en 2008 . Libia no firmó el acuerdo, tampoco lo hicieron Estados Unidos, Israel, Rusia o China, entre otros. En marzo de 2009, España completó la destrucción de las bombas de racimo de sus arsenales. Libia, como se está comprobando ahora, fue uno de los países que había comprado ese material mortífero.
Las bombas de racimo MAT-120, fueron fabricadas por la empresa española Instalaza en 2007. Este tipo de bombas representa un enorme riesgo para los civiles. De cada proyectil escapan 21 más pequeños que se desintegran en fragmentos que impactan a gran velocidad y son capaces de penetrar en vehículos blindados. Los que no estallan quedan dispersos en el terreno.