Una biografía gris y una imagen de francés común no han sido obstáculo para que François Hollande se convierta en presidente de la segunda potencia europea. Más conocido hasta hace poco por ser el padre de los cuatro hijos de Segolene Royal, la mujer que perdió las elecciones ante Sarkozy, y de quien se separó ese mismo día, ha conseguido en poco tiempo unir a los socialistas en torno a su persona y a un programa que quiere dar la vuelta a la tortilla de las políticas conservadoras en la UE.
Su historial político es el de un hombre con fama de pragmático, aunque blando. Un outsider, dicen. Alcalde de Tulle y diputado en la Asamblea Nacional, llegó a la dirección del Partido Socialista Francés en 1997, sustituyendo al elegido como primer ministro, Lionel Jospin, en una dura batalla entre barones. Ocupó sin brillantez el puesto hasta 2008, cuando fue sustituido por Martine Aubry, pero fue capaz de derrotarla en las primarias socialistas para buscar un candidato presidencial, después de que Dominique Strauss-Kahn quedara invalidado para la vida política por la denuncia de asalto sexual en Estados Unidos.
Así, entre la casualidad y la capacidad de unir al socialismo francés, llegó a enfrentarse al poderoso Sarkozy con un programa de 60 compromisos sobre la base del empleo, la fiscalidad, la educación y la inmigración. Su oposición al Pacto de disciplina presupuestaria de la UE, aceptado por su rival y por otros 24 líderes europeos, y su rebelión ante la dirección de Europa por Alemania, abrieron una perspectiva de cambio posible dentro y fuera de Francia.
Para el socialismo europeo, el triunfo de Hollande es la gran esperanza para poder modificar las políticas de ajuste duro. El nuevo presidente francés mantiene el objetivo de reducción del déficit, pero apuesta por iniciativas que favorezcan el crecimiento y frenen la dependencia de la economía europea de los mercados, como la emisión de eurobonos y la imposición de una tasa a las transacciones financieras.