Nada más llegar a la ciudad le daban el parte del día: la muerte de siete norteafricanos que intentaban llegar a tierra escondidos en las nasas de un pesquero tunecino, que fueron cortadas por los propios tripulantes, para evitar complicaciones con las autoridades portuarias. La isla italiana de Lampedusa, como Fuerteventura, las costas del sur de España, o las islas griegas se han convertido en los últimos años en la tabla de salvación de miles de emigrantes del mundo que huyen de la pobreza, las guerras y la miseria de sus países en África o Asia.
Hace menos de un mes 9 supervivientes de una patera que en marzo de 2011 huían de la guerra de Libia denunciaron a cinco países europeos de la OTAN por omisión de socorro. Los aviones y barcos de la Alianza Atlántica con sus radares de última generación, detectaron el movimiento de la pequeña embarcación que iba a la deriva. Podían atacar cualquier barco, pero no movieron ni un recurso para rescatar a las personas que viajaban en la patera. Murieron 63 personas. El papa Francisco ha denunciado en Lampedusa, la isla a la que se dirigían, la «globalización de la indiferencia» que hace que el ser humano no se sienta responsable de las muertes de miles de inmigrantes indocumentados que pierden su vida en esas peligrosas travesías.
Durante las revueltas del norte de África, primero Túnez y después Libia, Europa defendió el derecho de los ciudadanos de esos países a luchar por su libertad y pedían a los gobiernos que lucharan contra la pobreza. No se consiguió ni una cosa ni otra. La inseguridad económica lanzó a muchos a la «inseguridad» de una huida en frágiles barcas y a la inseguridad de un futuro en la otra orilla del Mediterráneo. Muchos de ellos llegaron a Lampedusa (a 113 kilómetros de África) y se encontraron con un muro de cristal que no podían cruzar. Las autoridades europeas los devolvían a su país de origen o simplemente los dejaban vagando por las calles de esta isla o de otras ciudades, y en el peor de los casos los encarcelaban.
El máximo responsable de la iglesia Católica, ha criticado que «nadie se siente responsable de esta situación... hemos caído en el comportamiento hipócrita». «Nos hemos acostumbrados al sufrimiento de los otros, no nos afecta, no nos interesa, no es cosa nuestra» y ha acusado a «aquellos que en el anonimato toman decisiones socio económicas a nivel mundial, que abren el camino a dramas como estos».