«Recuerdo hace dos años en Madrid a Benedicto encerrado en su Papamóvil rodeado de francotiradores y guardaespaldas, con las ventanillas cerradas. Sé que con Francisco no será así. Él es más cercano, no le importa el protocolo. Seguro que baja del coche y sale a abrazarnos. Seguro.» La premonición de Florencia, voluntaria de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) se acercó mucho a lo que sucedió ayer en Brasil, desde el primer minuto en el que el Papa Francisco puso un pie en suelo brasileño. Como si esta joven argentina de 18 años, que recuerda orgullosa cómo conoció a Jorge Mario Bergoglio cuando era profesor de filosofía en Santa Fe, hubiera escrito el guión para que su compatriota lo interpretara casi exactamente igual a como ella lo había imaginado.
Efectivamente, Francisco demostró una vez más que las formalidades y la parafernalia a las que acostumbraban sus antecesores no van con él. Lo dejó bastante claro al elegir un pequeño y modesto coche para su primer recorrido desde el aeropuerto hasta la ciudad de Río de Janeiro. Y despejó toda duda cuando, al paso por un barrio de favelas, bajó la ventanilla para saludar con la mano a sus humildes residentes. Estos son los nuevos aires que deben entrar en el Pontificado, parecía querer decir el Obispo de Roma, los de los más pobres y necesitados. El mensaje fue captado y aplaudido con alegría por los fieles.
Pero aunque para los peregrinos fue un sueño hecho realidad, la actitud de Francisco supuso una auténtica pesadilla para los encargados de su seguridad. Sin duda, los escoltas tardarán en olvidar la primera visita del Papa Francisco a Brasil. Su desesperación comenzó poco después de abandonar el aeropuerto. Inesperadamente -y posiblemente por orden del propio Bergoglio- el vehículo en el que viajaba se detuvo en medio de la carretera. La ventanilla del 'Santo pasajero' seguía bajada, después del saludo a los habitantes de las favelas.
Quienes esperaban al lado de la carretera al cortejo, que no albergaba mayor esperanza que la de asistir al paso veloz de una fila de coches oficiales con los cristales blindados, se encontraron con la sorpresa de tener ante sí a todo un Papa de carne y hueso... y en ese momento se desató la locura. Todos querían abrazar a Francisco, darle la mano, hablar con él, conseguir su bendición, una fotografía o simplemente poder tocar a quien la revista Times ha declarado «Papa del pueblo».
Ante la vulnerabilidad de ese coche parado en plena carretera con la ventanilla bajada, varios escoltas salieron de los otros vehículos para rodear y proteger al Papa con su propio cuerpo, formando una barrera humana. Pero apenas podían contener la masa, que a medida que pasaban los minutos se hacía mayor y presionaba más. Bergoglio no llegó a bajar del coche, pero se podía ver su brazo asomando entre los escoltas para estrechar la mano de sus seguidores o besar a los niños. Cualquiera podía darse cuenta de que la situación era muy delicada, y existía verdadero riesgo de que aquello llegara a descontrolarse. Si Francisco percibió algún peligro, no dio muestra de ello en ningún momento. Se mostró confiado y sonriente, como un hombre feliz de volver a casa.
Superado este episodio, la comitiva llegó al atardecer a la ciudad de Río, y allí Francisco continuó su periplo de forma controlada por las calles del centro en el «Papamóvil». Un Papamóvil distinto al utilizado hasta ahora, apenas cubierto por un cristal en el techo, y completamente abierto por los lados. El pontífice se dejó querer por los miles de fieles que gritaban y cantaban a su paso, y demostró –una vez más- su cercanía permitiendo que le acercaran algunos niños para darles su bendición.
«Dios ha querido que el primer viaje oficial de mi pontificado me ofreciera la oportunidad de volver a la amada América Latina», fueron sus primeras palabras. En portugués, el papa Francisco agradeció su hospitalidad a la presidenta de Brasil Dilma Rousseff durante el acto de bienvenida en el Palacio de Guanabara, sede de la gobernación de Río de Janeiro: «No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo», dijo en su discurso.
En las inmediaciones del Palacio en el que las autoridades daban la bienvenida al Papa, la policía disparó balas de goma y gases lacrimógenos para dispersar a varios centenares de personas que participaban en una nueva protesta social que terminó con enfrentamientos entre los manifestantes y la policía. Un agente resultó herido y dos jóvenes fueron arrestados. La manifestación se suma a las celebradas en los últimos meses en Brasil, por la mejora de los servicios públicos y contra la corrupción política. Algunos confían en que Francisco, un Papa solidario con los temas sociales y enemigo de la corrupción, se pronuncie sobre el movimiento indignado de Brasil durante su visita al país.
Bergoglio acude a sus primeras Jornadas Mundiales de la Juventud preocupado por el papel que ocupan los jóvenes en la sociedad actual. «La juventud es el ventanal por el que entra el futuro del mundo», aseguró en Brasil. Antes, con los periodistas que le acompañaron desde Roma en su avión, el Papa mostró su preocupación por los efectos de la crisis económica mundial, que podría «dejar a una generación de jóvenes sin trabajo, que es lo que da dignidad a la persona».
Mientras, en Río de Janeiro ultiman los detalles para que todo esté listo en Guaratiba y Copacabana, sedes principales de los actos previstos en estas Jornadas. La vigilia del sábado en el Campus Fidei de Guaratiba es uno de los momentos más esperados por los jóvenes. Antes, un altar gigante en plena playa será el escenario de la Acogida de los Jóvenes y la representación del Vía Crucis. Todo aliñado con la cadencia de los ritmos brasileños y latinos, sin los que esta tierra no podría existir. Desde hace días, bañistas y visitantes se lanzan a bailar en cada prueba de sonido, en cada ensayo de los grupos que actuarán para Francisco. Estamos en Brasil, donde la visita de un Papa agita los cuerpos igual que las conciencias.