La violencia de la reacción de vastos sectores de la sociedad francesa ante la aprobación parlamentaria el 23 de abril y la promulgación el 18 de mayo de la ley que autoriza el matrimonio homosexual ha dejado perplejos a muchos, habituados a considerar a ese país como una suerte de puerto seguro de tolerancia. El domingo, hasta bien entrada la noche, se registraron actos de violencia y enfrentamientos entre policías y manifestantes, muchos de ellos miembros de diversas organizaciones católicas tradicionalistas que ven en estas uniones un atentado contra la naturaleza de las familias.
Sin embargo, la temperatura ha bajado y el miércoles 29 en Montpellier se ha celeberado sin incidentes el primer matrimonio francés entre dos hombres, ceremonia rodeada de unas 500 personas festejando, 140 periodistas y cinco manifestantes opositores de extrema derecha, fácilmente neutralizados por un centenar de policías. A la primera plana de la palestra en oposición al matrimonio gay saltaron figuras prominentes de la Iglesia Católica, tales como el arzobispo de París, cardenal André Vingt-Trois, y el obispo de la diócesis de Bayona, Lescar y Oloron, Marc Aillet.
En cambio en el también católico Portugal, al votarse la ley de matrimonio gay en 2010, el Patriarca de Lisboa, cardenal José da Cruz Policarpo, guardó un cauto silencio respetuoso con la condición de Estado laico estipulada en la Constitución. Y Portugal dio un paso más. A propuesta de la izquierda, pero con el apoyo de varios diputados de derecha, el parlamento portugués aprobó el 17 de mayo una norma que autoriza a las parejas del mismo sexo a adoptar niñas o niños conjuntamente.
Consultado sobre esta aparente contradicción, Rui Tavares, diputado portugués del partido Verde en el Parlamento Europeo, explica que «Francia es un país conservador, pero la mayoría de los extranjeros no lo creen así porque conocen solo momentos tales como la Revolución de 1789, la Liberación (resistencia a la ocupación alemana 1940-1945) y (el movimiento estudiantil de) mayo de 1968». Tavares añade que estos hechos históricos fueron excepciones a la regla» y que, desde 1945, «Francia solo ha elegido a dos presidentes de izquierda, François Mitterrand (en el periodo 1981-1995) y François Hollande en 2012».
«Los demás han sido todos mandatarios conservadores: Charles De Gaulle, Georges Pompidou, Valery Giscard d'Estaign, Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy y hasta se las arregló para llevar (al líder de la extrema derecha, Jean-Marie) Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en 2002».
«¡Qué grande primera república europea, una Francia que mantiene paradójicamente muchos aspectos aristocráticos y monárquicos, un país con estructuras mucho más jerárquicas y autoritarias que Portugal y que ha conservado enormes bolsas de catolicismo reaccionario y retrógrado, que se había escondido durante la Liberación, reapareció con la guerra de Argelia y están muy organizados!», describe irónicamente.
Sin embargo en Portugal «no hay extrema derecha ni salazaristas organizados», en alusión a Antonio de Oliveira Salazar (1889-1970), fundador y líder de «O Estado Novo», la dictadura corporativista fundada en 1933 y derrocada en 1974 por la Revolución de los Claveles de los capitanes izquierdistas del ejército. «Este país se ha liberalizado, urbanizado y modernizado mucho en los últimos 30 años y la mayoría de la población se identifica con estos cambios que han mejordo sus vidas, y ahora es más abierta y plural», apunta.
A pesar de ello, «la homofobia es un fenómeno que en Portugal sigue presente y se manifiesta a través del lenguaje o actitud, aunque es más extenso que intenso, y muchos optan por una actitud de no injerencia en la vida de los demás, incluso en los aspectos que pueden ser considerados objetables». «En general, los portugueses no tiene actitudes absolutistas sobre cualquier cosa», sentencia Tavares.
En Portugal, «los lazos familiares son fuertes, y se han convertido en un argumento a favor del matrimonio gay», sostiene, para luego relatar una vivencia personal: «mi madre de 80 años, me telefoneó para decirme que a partir de ahora había pasado a estar a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, tras haber escuchado decir a un homosexual cuanto le gustaría a su madre que él se casase».
En Francia, «las distancias son mayores, hasta entre parientes directos, de manera que la oposición a este tipo de unión parece ser un asunto más racional y justificado con un discurso de valores, y no por la experiencia del afecto familiar», concluye el parlamentario europeo. Por su parte Fernando Fernández, el escritor y periodista jubilado de la agencia France Press , señala que «lo espectacular de las manifestaciones en ese país contra la ley que legaliza el matrimonio entre personas de un mismo sexo es que puede parecer un contrasentido en una sociedad que tiene ante el mundo una imagen de tolerancia, abierta y liberal».
«Es verdad que la sociedad francesa puede parecer liberal cuando se le ve desde la perspectiva de otras que tienen en su esencia una profunda marca de la Iglesia Católica, como puede ser la española o la polaca», explica Fernández, consultado telefónicamente en París. «Pero ocurre que, además de este sello, la sociedad francesa está seguramente mucho más determinada por lo que considera sus valores y no acepta el hecho de que existan homosexuales iguales en deberes y derechos» a los heterosexuales, concluye.
Emilia, una lesbiana portuguesa de 29 años, ha aceptado hablar solo a condición de no revelar su apellido, «porque soy de las pocas afortunadas que tengo trabajo, en un país donde hay muchos jefes homofóbicos y el desempleo entre los jóvenes está casi en el 50 por ciento». «Claro que hay diferencias sustanciales entre Portugal y Francia, donde una boda entre personas del mismo sexo tiene que celebrarse bajo fuerte protección policial, lo cual denota el grado de estupidez y primitivismo al que han llegado algunos franceses».
No obstante, opina que no hay que idealizar a Portugal. «Es cierto que las leyes sobre matrimonio homosexual y la adopción son de las más avanzadas del mundo, pero también es verdad que no tenemos la vida fácil, en especial respecto de la igualdad de oportunidades, al existir un rechazo de personas con una moral muy conservadora y que ocupan altos cargos en empresas e instituciones», puntualiza.