Tras la segunda vuelta de las elecciones municipales, no es oro todo lo que reluce para los vencedores. Incluso para la victoriosa derecha de la Union pour un Mouvement Populaire(UMP), que tiene sus puntos negros. Y sabe que ha triunfado por deméritos del adversario, más que por ganas verdaderas de los electores. Tampoco el supuestamente «imparable» Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen impacta donde más deseaba.
El castigo a François Hollande es absolutamente cierto, pero las dos derechas perciben –sin duda- un regusto agridulce. Degustan también un porcentaje de amargura política. Y son conscientes de que una parte de los votos recibidos no están garantizados. Pueden no serles fieles a medio plazo, porque provienen del enfado contra el desempleo y de otros desgarros sociales. Ahí radica el principal fracaso de François Hollande.
La ira y el rechazo se reflejan –sobre todo- en la abstención (casi el 39%, mayormente de izquierdas). También mediante un voto ciudadano de colère (según una expresión muy repetida), que beneficia a la UMP. En menor medida, a las candidaturas Bleu Marine que apoyaba el FN. De modo que una vez establecido ese triple dictamen incontestable (victoria UMP, subida señalada del FN y desastre de los socialistas y de la izquierda), resulta más útil para el análisis hablar de los distintos fracasos de unos y otros.
Una UMP triunfadora, pero poco triunfalista
«Más que de una ola azul, deberíamos hablar de una pleamar de la izquierda», reconocía un exministro de Sarkozy. El porcentaje de voto nacional para la UMP y fuerzas asociadas (centristas y lo que llaman «derechas diversas») ronda el 49%, lo mismo que en las municipales de 2008.
La UMP puede hablar de «reconquistas», más que de históricas conquistas (con la excepción de cierto extrarradio de París y de la ciudad de Limoges). La derecha tradicional ha recuperado, sí, ciudades muy importantes como Toulouse (donde la UMP gobernaba hasta hace 6 años) o Reims, que ya controló en el pasado; pero ha fracasado en otras como Lille (donde continúa la socialista Martine Aubry), Estrasburgo o París.
Entre los símbolos de esa ola (y no tsunami), el centroderecha triunfa en Pau, pero se trata del excandidato presidencial, François Bayrou (centrista), que pidió el voto para Hollande en las presidenciales y que está lejos de los barones de la derecha parisina.
En una ciudad como Caen, la derecha regresa donde ya estuvo. En Saint-Étienne (170.000 habitantes) también la UMP vuelve donde solía, al gobierno local, con el apoyo de un buen porcentaje de los votos que fueron al FN en la primera vuelta. Ni un lugar, ni el otro, han sido nunca feudos de la izquierda.
Pueden considerarse distintos los casos de ciudades como Angers, Valence o Tours, donde pierde la izquierda y pasan a la UMP. Con frecuencia, los temas muy locales -o las disidencias- han jugado un papel mayor que el escaparate político nacional. En Reims, por ejemplo, la derecha tradicional no hace sino recuperar un bastión históricamente conservador.
Quizá los avances en los extrarradios de París son más significativos para la UMP. Habrá que ver si son duraderos, porque los problemas sociales y la memoria de asco social ante los viejos agravios del sarkozysmo no se evaporarán de repente. Y la derecha que derrota, por ejemplo, al alcalde comunista de Bobigny (48.000 habitantes al norte de París) no lo hace con sus propias siglas, porque esas siglas (UMP) siguen provocando alergia en los votantes de la zona.
El inconveniente parisino
Desde luego, París, molesta a la UMP. Seguirá en manos de las izquierdas varias (socialistas, verdes, comunistas, etcétera), a pesar del voto azul de los distritos acomodados del Este parisino. Anne Hidalgo ha demostrado ser un formidable animal político, pese a las faltas sociales de Hollande.
La elección de París es peculiar también, porque los ciudadanos votan a los 20 alcaldes y sus listas distintas en una veintena de ayuntamientos de los 20 distritos. Después, en una votación de segundo orden, todos los concejales de los 20 arrondissements (163 en total) deciden quién es el alcalde (alcaldesa) de París. Hidalgo contará con el apoyo de 91 (socialistas, verdes, comunistas, Partido de Izquierda) contra 71 de los conservadores. Un mapa electoral casi fijo (once distritos al Este, para la izquierda; 9, en el centro y oeste, para la derecha).
Duro para la derecha. La candidata de la UMP, Nathalie Kosciusko-Morizet pierde en su propia zona, donde una joven Carine Petit (socialista de 39 años) logra casi el 54%. Otro cambio muy significativo: en París, ocho mujeres (de derecha e izquierda) serán alcaldesas del arrondissement. Globalmente, los electores han premiado una docena de años de buena gestión de la izquierda, que Hidalgo ha conseguido mantener casi totalmente unida en la segunda vuelta (con alguna excepción del partido del irritable Jean-Luc Mélanchon). La capital seguirá siendo, pues, un molesto pedrusco en el zapato de la UMP.
Fracaso socialista, con algunos excepciones honoríficas
El Partido Socialista y la izquierda pierden en esta segunda vuelta, frente a la derecha, en unas 160 poblaciones de más 9000 habitantes. Enorme. Una gran derrota matizada en París, pero también en Lille (la figura de Martine Aubry resiste), en Lyon, Nantes, Rennes, Dijon, Metz y Estrasburgo. El desastre del PS aumenta en el sur, donde la implantación del FN parece precisarse más.
En Marsella, la izquierda ha cometido una especie de suicidio frente a un viejo Jean-Claude Gaudin (UMP) y ante el FN, que gana allí un alcalde de distrito por vez primera. Se produce una curiosa mezcolanza de temas sociales, que provocan el rechazo del votante de izquierda hacia el gobierno, y también el acercamiento de algunos musulmanes tradicionalistas hacia el FN por asuntos como el matrimonio gay o los temas de género. Eso parece querer decir que que nadie tiene ya tantos votos automáticos como antes.
Pero el simple enfado no puede ser base muy sólida para el futuro. Muchos alcaldes tendrán que gestionar poblaciones desindustrializadas, con centros urbanos empobrecidos y municipios endeudados. Así que, al contrario de lo que se cree, «el asunto central no ha sido la demanda de autoridad, sino el rechazo de la política de austeridad», señalan con acierto en la izquierda del PS.
París, en ese sentido, permanece como escaparate político de los perdedores del domingo. En medio del desastre socialista, no es poca cosa.
Debilidades de un FN en alza
En lo que a mí concierne, sigo sin ver clara la ola parda. Unos 1.200 concejales, sí, pero la docena de victorias del FN se concentran geográficamente. Tienen lugar en la costa mediterránea y área próxima, así como en cuatro poblaciones medias del norte desindustrializado. Apenas hay algo fuera de ahí.
Tras Hénin-Beaumont (norte) hace una semana, su éxito mayor tiene lugar en Béziers (71.000 habitantes, al sur), de la mano del mesiánico Robert Ménard (exjefe histórico de Reporteros Sin Fronteras, extrotskista, exsocialista, ex casi todo). Pero Méziers jugaba en el campo político de una ciudad devastada, con un centro en terrible decadencia, como pude constatar hace unos meses. El carácter teatral, histriónico, de Ménard, era el adecuado ahora mismo, después ya veremos.
Su última esposa es militante del catolicismo tradicionalista ante asuntos como el matrimonio homosexual, pero él mismo ha hecho un discurso «contra el integrismo religioso». Equilibrio difícil. Un diario señala que hablan entre sí decenas de veces al día sobre casi todo. Ménard, desde esa perspectiva, podría ser visto como una especie de testaferro de ella, Emmanelle Duverger. Pero entre la primera y la segunda vuelta sólo ha subido poco más del 2%. Muy limitado. Y durante la campaña ha tenido que insistir sobre su carácter de «independiente», que no militante del FN.
Para Marine Le Pen es bastante, pero cuenta con que Ménard no será fácil de manejar. Y ha salido elegido por el empecinamiento del candidato socialista (disidente), empeñado en continuar en la segunda vuelta sin haber tenido un gran apoyo en la primera. Los votos de éste y su suma con los de la UMP siguen superando lo logrado por Ménard. Es un aviso para todos, incluido el nuevo alcalde.
También en Fréjus (53.000 habitantes, cerca de Niza), podemos ver algo parecido. La «guerra de egos», como ha dicho alguien, es decir, la suma de dos listas enfrentadas de la derecha tradicional, facilita el paso del FN, pero muestra sus limitaciones. David Rachline (26 años y nuevo alcalde FN en Fréjus) sólo suma un 5% más que en la primera vuelta. Su llegada al ayuntamiento tuvo que ser protegida anoche por los antidisturbios. Por otro lado, Fréjus es una ciudad muy endeudada, lo que no le facilitará alegrías presupuestarias al joven Rachline en una población que vive del turismo y donde algunos no dejan de pensar que la marca FN sigue siendo negativa hacia el exterior.
Un fracaso tremendo del FN es el del brazo derecho de Marine Le Pen, Florian Philippot en Forbach (en Lorena, fronteriza con Alemania), que se queda en poco más de un tercio de los votos, cuando esperaba el triunfo. Queda 12 puntos por debajo del candidato socialista, que contaba también con otras dos listas contrarias de la derecha tradicional.
También fracasa, muy significativamente, el abogado Gilbert Collard, que fue enlace del FN con el movimiento contra el matrimonio gay y que era candidato en Saint-Gilles (pequeña ciudad cercana a Nimes y perteneciente al Rosellón). Collard ha tratado siempre de presentarse como uno de los rostros mediáticos, cercanos, no afectado por el pasado y con cierta distancia hacia el FN.
La implantación creciente del FN es verdadera, pero parece marchar con mayor lentitud de lo que se proclama y sigue apoyándose en figuras que no le corresponden del todo. Me recuerda a una larga conversación que tuve con el histórico Jean-Claude Martínez (exvicepresidente de Jean-Marie Le Pen) y tuve que decirle al final: «Tal como acaba de charlar conmigo, ¿qué hace en el Frente Nacional?». Algo de eso sucede a algunas figuras que están ahora en esa órbita (¿provisional?) de la extrema derecha. Se lo creen a medias.
Quizá, precisamente, lo que pretende Marine Le Pen es alejarse de una parte del electorado fiel a su padre durante dos décadas. Pero la idea «estamos en el principio de nuestro arraigo definitivo» se repite demasiado cuando se señalan sus límites, en una tras otra de las citas electorales.
En las europeas, volverán a tener un gran porcentaje, aunque esa posibilidad ya se concretó en el pasado sin que el FN se convirtiera en fuerza política imprescindible. Un sondeo al día siguiente de las elecciones señala que un 58% de los franceses cree que el Frente Nacional debe ser considerado un partido como los demás; pero casi el mismo porcentaje piensa que la esperanza de buena gestión no existe para las ciudades que eligieron un alcalde FN. No resulta muy alentador para los afectados.
Mediáticamente, no entiendo que siga concediéndose más importancia al triunfo del FN en Hénin-Beaumont (primera vuelta, en el norte, 27.000 habitantes) o Béziers (160.000, en la segunda, ), que a la victoria equivalente de los verdes en Grénoble (160.000 habitantes). Precisamente, podría hablarse de ola verde en más áreas de Francia, aunque su alianza con otros partidos de izquierda contribuya a difuminar ese ascenso sistemático, incluido la lista encabezada por Jacques Boutault (58% en el centro de París, distrito 2).
«La izquierda ha empezado a bajar por el tobogán de la muerte», ha dicho alguien. Las dos derechas han triunfado, cierto ; aunque no parecen carecer de unas cuantas sombras en perspectiva. Persisten síntomas de las dudas de cada cual y los entusiasmos totales ya no existen para nadie.
De modo que quizá el futuro intermedio no estará marcado por las europeas, que reflejarán más de lo mismo, sino por el segundo período de la presidencia de François Hollande. En ese último tramo, su mayoría y él mismo pueden recuperar la iniciativa. Aún pueden tomar nota y aprender del buen ejemplo de París.
Y hay en marcha muchos cambios en el electorado, muchos candidatos más jóvenes, nuevas personalidades aquí y allá. La prueba del algodón serán las políticas sociales y que Hollande quiera –que esté dispuesto- a tener otra voz ante la Europa merkeliana. En la Unión, puede haber un giro en otros países durante las elecciones del 25 de mayo. Eso le ayudaría. Y le queda algún tiempo hasta el final de su presidencia.
Por su reacción contenida ante su victoria global (que han visto contrariada en la capital), podemos colegir que en la UMP demuestran ser conscientes de lo que de verdad ha sucedido. Hollande también debe asumir que los resultados de París prueban que no todo está predeterminado ante los diversos oleajes contrarios.