Esos sectores nunca desaparecieron del todo desde la Revolución Francesa. Y ahora quieren apoderarse de la calle con pretextos diversos. En primera página, el diario Le Monde lo titula «El despertar de la Francia reaccionaria» (Le Monde, del 2-3 de febrero). Estamos ante una atmósfera inquietante, donde se empeñan en predominar -sin conseguirlo- el griterío y la contestación de los predicadores de oscurantismo.
De nuevo en 2014, las calles de París han sido escenario de manifestaciones de ese signo, contrarias al espíritu de las luces. El domingo 26 de enero hubo 17.000 personas, según la policía, y choques con ella, numerosos heridos y 250 detenidos. Los llamados «identitarios» (de lo francés), ultranacionalistas, fascistas, opuestos al pago de impuestos, simpatizantes del cínico actor (falso humorista), gran defraudador fiscal, llamado Dieudonné. Lo llamaban el Día de la Ira (Jour de la colère). Una cincuentena de asociaciones se agrupaba bajo esa bandera para exigir «la destitución del presidente de la República». Nada menos.
La segunda parte, con un número mucho mayor de manifestantes, unos cien mil, tuvo lugar el domingo 1 de febrero, bajo el lema «Manif pour tous», que sigue agrupando a los opuestos al matrimonio homosexual. Ahora se manifestaban contra una supuesta «familifobia» del gobierno, contra la procreación sanitariamente asistida (dicen que prevista para mujeres lesbianas), en apoyo del proyecto de ley sobre el aborto del ministro español Gallardón, contra una política fiscal que tendría –según ellos- como objetivo romper los lazos familiares.
Denunciaban una supuesta intención de poner en marcha una asignatura de género, por medio de la cual, según numerosos manifestantes, «quieren arrebatar los niños a sus familias», «quieren educar a nuestras hijas para que se conviertan en lesbianas», «intentan convertir en homosexuales a nuestros hijos». Ah, perverso gobierno el que dirige ese gran ogro llamado François Hollande, presidente de la República.
Ese delirio, en el que participan personas de todas las edades, de todos los territorios de Francia, incluye creer a pies juntillas que la polémica «asignatura» ya se enseña en cientos de colegios. No hay ninguna prueba de ello, las autoridades lo han desmentido por todos los medios, por activa y por pasiva; pero les basta el hecho de que en 275 escuelas (600 clases) se realicen –a título experimental- talleres escolares destinados a luchar contra los estereotipos chico-chica. Talleres escolares por la igualdad de hombres y mujeres.
Parte de ese movimiento bebe en las fuentes de diversos integrismos y fundamentalismos. Desde el ensayista Alain Soral, misógino y antisemita, que se define como «nacional-socialista a la francesa», hasta diversos grupos católicos muy organizados, ultraconservadores variopintos, así como algunos musulmanes, y personajes como Farida Belghoul, que ha viajado desde los movimientos antirracistas de hace 30 años, hasta la inspiración y la amistad del citado Alain Soral, a su vez amigo del inefable Dieudonné. Quizá algo parecido a «un Tea Party a la francesa», como ha sido definido por el ministro de Interior, Manuel Valls. Quizá algo más que un Tea Party incrustado en Europa.
«Quieren inculcar a nuestros hijos que la heterosexualidad no es lo normal», decía Zouhair Ech-Chetouani, portavoz de los escasos musulmanes franceses que participan en ese maremágnum. Desde hace semanas, alimentan en las redes sociales, y en el boca a boca, un movimiento de retirada de los niños de las escuelas. En voz baja, eso sí, porque la enseñanza es obligatoria en los primeros niveles escolares. En zonas urbanas deprimidas, con muchas personas de origen inmigrante, han logrado sembrar la desconfianza de muchos padres hacia la supuesta implantación de la indescriptible teoría del género.
Es un triunfo de quienes temen los discursos en favor de la igualdad que –creen- contradicen sus creencias religiosas o morales. Centenares o miles, no se sabe, han recibido un mensaje telefónico en el que se les dice que las escuelas van a hacer apología de la homosexualidad y a enseñar a los niños a masturbarse. Delirante.
El problema es que una parte de la llamada derecha republicana, como la católica conservadora Christine Boutin, pero no solo ella, sino otros, como el exconsejero especial de Sarkozy, diputado, Henri Guaino, o la candidata a la alcaldía de París, Nathalie Kosciusko-Morizet, participan del alboroto o han dado pábulo al asunto. Como siempre, las mismas redes sociales que generan las contestaciones sociales, generan el repliegue de las identidades y sirven para «dar credibilidad a las fábulas más rocambolescas y a las teorías conspirativas más descabelladas» (Le Monde, editorial «Les réseaux de la folle rumeur contre l'école», 31 de enero).
El presidente francés, François Hollande, y su gobierno, en una reacción repentina, no bien explicada, ni fácilmente explicable, han retirado su proyectada ley de la familia, que tenía como objetivo actualizar la visión educativa y del Estado hacia esa realidad social cada vez más compleja. La izquierda parlamentaria está en el poder; pero eso parece más un inconveniente que una ventaja: se dejan esos discursos con apariencia de «contestación» en manos de los predicadores de oscurantismo.
Toda la masa anónima, heterogénea, asustada o decidida, consciente o inconsciente, que participa de esa confusa marea de la desesperación, lo mete todo en un único saco: el de sus temores. Hollande y el aborto, los homosexuales y los impuestos, los medios de comunicación y los profesores, los judíos y los periodistas, Satanás y la francmasonería, les élites financieras y la marginación social. Así lo describe Jean Birbaum en Le Monde («Jour de colère, nuit pour tous», 3 de febrero), que desmenuza ese nihilismo irracional, resentido, contra todo y todos.
El problema, según cita el mismo Jean Birnbaum, es que persiste una impotencia política ante esos colectivos airados, que lo cuestionan todo a partir de una enorme ausencia de raciocinio. Birbaum dice que ni el cardenal de París, ni el izquierdista Jean-Luc Mélanchon pueden llenar el vacío ideológico. Recupera una cita del historiador Pierrre Vidal-Naquet: «¿Podemos imaginar a un astrofísico que dialogara con un 'investigador' que afirmara que la Luna está hecha de queso roquefort?».
Tras la manifestación de finales de enero, el anciano Robert Badinter, exministro de Justicia, inspirador de la supresión de la pena de muerte en Francia, ha dicho: «Es la primera vez desde el fin de la ocupación nazi que se oye gritar 'fuera judíos' en las calles de París. Nos ha sorprendido a todos; pero ante tal provocación fascista, ante esos gritos infames, me habría gustado ver más reacciones y más vivas, llamamientos de las asociaciones de derechos humanos y de los partidos republicanos para organizar una gran manifestación de (nuestra) protesta».
Los rumores oscuros sólo disfrutan, por el momento, de la ventaja momentánea del sueño de la otra Francia. El delirio no debería predominar en las calles de París.