Niinistö ha tenido un triunfo arrollador, con el 62,6 % de los votos, frente al 37,4 % de su rival ecologista, tras una campaña de guante blanco, en la que los temas europeos han pasado a segundo plano y los medios se han centrado en la personalidad de los candidatos.
El nuevo presidente finlandés, de 63 años, tiene un largo currículum en la vida política del país. Ha sido ministro de Hacienda y participó activamente en la entrada de Finlandia en el euro, es un europeísta confeso que ahora dirigirá la política exterior del país, una de las pocas competencias que la constitución finlandesa deja al presidente.
En sus propuestas electorales, estaba vincular las importaciones finlandesas a países en los que se respeten los derechos humanos o un claro apoyo a la retirada de su país de Afganistán. Sin embargo, no tiene buena imagen entre los sindicatos que le acusan de desmantelar el estado del bienestar en la crisis de los 90. Hoy, Finlandia es uno de los pocos países de la UE que puede exhibir buenos indicadores económicos. Niinistö ha sido presidente del Partido Popular Europeo y vicepresidente del Banco Europeo de Inversiones.
El resultado es, además, significativo porque supone un triunfo histórico para los conservadores que ahora copan la jefatura del Estado y del gobierno, no habían conseguido la presidencia desde 1956, y porque se aleja el fantasma del voto euroescéptico que asustó en Europa en los últimos años.
Su rival, el candidato del partido verde, Pekka Haavisto, ha contado con el apoyo del electorado más urbano y joven. Su condición de homosexual ha sido una carta más de la campaña electoral. Su pareja, un peluquero ecuatoriano, ha participado en los actos junto al candidato. Los colectivos gay consideran un éxito que haya optado con posibilidades a ser el primer jefe de Estado abiertamente homosexual de la historia.