Ya antes del receso, se había acordado el nombramiento del conservador luxemburgués Jean-Claude Juncker para el puesto de presidente de la Comisión, el órgano ejecutivo del bloque de 28 países.
Aunque costó esfuerzos vencer la oposición de algunos gobiernos (como el caso notorio del primer ministro británico David Cameron), se logró cumplir con el espíritu del Tratado de Lisboa y ofrecer el cargo al candidato del grupo que había conseguido una mayoría relativa en el nuevo Parlamento Europeo.
El segundo acuerdo fue el de dejar seguir por otros dos años y medio en su puesto de presidente del Parlamento al socialista alemán Martin Schultz. Había, de momento, un equilibrio entre la derecha y la izquierda moderadas.
Entonces se debió encarar la parte más espinosa, ya que la Europa carolingia tradicional seguía detentando el control del ente necesitado de renovación. La Europa del este pedía cancha y se notaba la ausencia de mujeres.
Juncker ya había amenazado que no permitiría una nueva Comisión que no tuviera por lo menos un tercio femenino. El orden establecido, machista sin competencia, no daba señales de corregirse. Entonces se puso en marcha el encaje de bolillos consuetudinario de la UE para lograr el equilibrio.
El rompecabezas comenzó a armarse con el abandono de la candidatura de la primera ministra danesa, Helle Thorning-Schmidt, quien se hizo mundialmente famosa por un «selfie» con el presidente estadounidense Barack Obama en el funeral del líder sudafricano Nelson Mandela.
Entonces se ejecutó una doble jugada comunitaria. Primero, se nombró al primer ministro de Polonia, Donald Tusk, conservador procedente de las filas del exmandatario Lech Walesa, como presidente del Consejo de la UE, que congrega a sus jefes de Estado y de gobierno.
Segundo, Federica Mogherini, reciente inquilina de la Farnesina, sede del ministerio de Asuntos Exteriores italiano, fue catapultada como ¨Lady PESC», las siglas de Alta Representante de la Política Exterior y de Seguridad de la UE.
La novedad estribaba en que su valedor, el primer ministro italiano Matteo Renzi, había conseguido tozudamente doblegar la resistencia de los representantes bálticos que consideraban que su candidata era demasiado suave en el trato de Rusia, habiendo llegado al extremo de invitar a su presidente, Vladimir Putin, a una reunión, en julio.
El caramelo del nombramiento de Tusk conseguía moderar la oposición del este europeo, pero no borraba la reticencia del resto que consideraba que la poco experimentada ministra, que cumplió 41 años en junio, no representaba una apuesta suficiente para enfrentarse a los enemigos externos de un mundo en convulsión.
Sin embargo, Renzi, el mismo de 39 años, jugaba arriesgadamente con un plan compuesto por varias dimensiones. En primer lugar, con Mogherini había enviado un mensaje al núcleo del poder en Roma para tratar de terminar con el espejismo de que para recibir el respeto político se debe estar a punto de cumplir 100 años.
Segundo, Renzi quiere atacar de frente la pobre fama de Italia en los asuntos europeos durante los últimos años, por culpa de la deleznable presencia del ex primer ministro Silvio Berlusconi, tanto en el poder como en la oposición, un lastre que todavía había tenido que soportar su antecesor Enrico Letta.
En tercer lugar, el líder italiano quiere de esa forma influir en la propia política exterior de la Unión Europea por vía de su colaboradora.
La arriesgada apuesta puede fallarle a Renzi, precisamente por la debilidad del sistema italiano, que acepta el protagonismo de un socialista moderado mientras no haga peligrar los cimientos del templo.En el terreno comunitario, deberá contar con la colaboración de sus correligionarios socialistas, de capa caída en tiempos recientes, víctimas de la crisis, que les ha obligado a poner en marcha políticas neoliberales de austeridad que han causado defenestraciones desde Escandinavia a Portugal y Grecia.
Mogherini, por su parte, deberá enfrentarse a los problemas tradicionales y a los nuevos retos. El sistema ya la ha convertido en blanco de su desconfianza por su edad. Se va a ver poco acompañada en un grupo en el que la mayoría podrían ser sus padres.
En la Comisión, donde ejerce de vicepresidenta, apenas estará confortada por el puñado de mujeres que Juncker consiga capturar, en el Consejo tendrá solamente el apoyo de cuatro damas dirigidas por Angela Merkel, en una mesa poblada de aburridos varones de trajes oscuros y corbatas detestables, cada uno de ellos obsesionados por ejercer por su cuenta y riesgo el mando de la política exterior.
El peor mal augurio del nombramiento es la sospecha de que el núcleo duro de la UE no considera que el puesto de la Alta Representante sea importante, ya que su competencia dura de seguridad y defensa sigue siendo ajena al dominio de la supranacionalidad.
El segundo reto de Mogherini es que, como su antecesora, la británica Catherine Ashton, todavía deberá soportar la huella del fundador del cargo, el español Javier Solana.
Pero, en ambición y currículo ya supera a la olvidable Ashton, quien ya tenía el billete de tren de vuelta por debajo del Canal de la Mancha a Londres, como funcionaria en Bruselas, cuando sorpresivamente la nombraron.
Mogherini puede ya probar que se ha estado preparando para el cargo de este perfil durante dos décadas mediante una licenciatura en Ciencias Políticas, la experiencia con la beca Erasmus en la ciudad francesa de Aix-en-Provence, y una tesis sobre el Islam político.
Pero esta madre de dos hijas, suave sonrisa y ojos claros, que más parece una profesora asistente en busca de hacer méritos académicos para conseguir una cátedra, puede dar alguna sorpresa desagradable a los que ya predicen su fracaso.
Es ya una profesional en un terreno en que se necesitan vocaciones y nuevas visiones. Detrás tendrá el equipo diplomático más impresionante del planeta, compuesto por los ministerios de 28 países y el propio Servicio de Acción Exterior Europeo. Merece suerte, no solamente para ella y Renzi, sino para todos los europeos, y más allá.
Joaquín Roy es Catedrático 'Jean Monnet' y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu, http://www.as.miami.edu/eucenter)