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Felices Navidades Globales

Coches alemanes montados en Carolina del Sur con piezas fabricadas en México; camisetas suecas hechas en Bangladesh... teléfonos inteligentes y tabletas norteamericanas procedentes de Taiwan o de China... toda clase de objetos de última tecnología, falsificaciones, copias, imitaciones y muchos cachivaches inútiles por 1 euro. Esa es nuestra diaria y consumista vida. ¿Navidad? Más de lo mismo.

Participamos en una carrera hacia ninguna parte que llamamos desarrollo y que apellidamos, los más enrollados (léase Unión Europea) sostenible, sin estar seguros de qué es lo que se nos está pidiendo que sostengamos. Sin duda, como dice nuestro colaborador Daniel Peral, se trata de que la máquina global no se pare y en Navidad mucho menos.

luces navideñas formando círculos
Foto/CC

Paco se prepara para podar en una denominación de origen de la meseta castellana. La poda no es sencilla. Puede obtener de sus viñas, de 40 o 50 años, más producción y menos calidad, o menos producción y más calidad. De esta decisión dependerá lo que salga a los mercados dentro de tres años. Antonio, el dueño de la bodega, se esfuerza en colocar sus botellas en grandes mercados, los Estados Unidos o los emergentes, como China. Hoy no se puede producir sólo para el consumo local. Pero tendrá que competir no solo con los vinos franceses, italianos y californianos, sino con los últimos de Nueva Zelanda

Carmen revisa uno a uno, con esmero, los frascos de perfume que salen de una fábrica segoviana con tradición en la producción de cristal. Serán enviados a una perfumera catalana que envasará el producto bajo etiqueta de una modista colombiana que reside en Nueva York y decidió hace años poner esta línea en el mercado. Meses más tarde, Mary, en Chicago, Liu Shao en Shangai o Rosa en la vecina Segovia, comprarán este producto que han visto anunciado en la televisión, directamente en inglés, machacando el apellido español de la modista metida a perfumera.

La economía chilena va bien. Coloca sus cerezas en los mercados europeos en pleno diciembre, cuando los árboles del cacereño valle del Jerte están sumidos en el sueño invernal. Iberoamérica está de moda, llegan grandes flujos de inversiones. Millones de brasileños salen cada año de la pobreza. Un 80 por ciento de la población es optimista de cara al futuro frente a un 30 en Europa. Un capital de en torno a cuatro billones de dólares en metálico se mueve por los mercados 24 horas al día; cuando cierra Tokio, abre Europa y cuando cierran los mercados continentales, abre Nueva York, al que seguirán los asiáticos, buscando la máxima rentabilidad a corto plazo. Frente a este movimiento, poco pueden hacer o están haciendo los países medianos e, incluso, los grandes. Los EEUU «fabrican» 600.000 millones de dólares y la UE promete un fondo de rescate de 750.000 millones de euros para las economías débiles del euro. Cantidades pequeñas frente al misterioso y poderoso«mercado».

La producción textil de los EEUU pasó a la historia hace años. Mientras el paisaje industrial norteamericano de Newark, en New Jersey (la ciudad de los Soprano, con la tasa de criminalidad más alta de los EEUU), o Hartford, en Connecticut, es una ruina, la marca de ropa sueca vende en las tiendas de la Quinta Avenida de Nueva York camisetas a cinco dólares. ¿Cinco dólares? ¿Pero si hace unos años valía 10? Sí. El algodón procede de Tejas, subvencionado por Washington a una media de 40.000 dólares/año por productor. ¿No eran los Estados Unidos el modelo de la libre competencia, o esto todavía no lo ha filtrado Wikileaks? El algodón de la camiseta, 400 gramos, sale a 40 céntimos. Es transportado hasta el punto de mano de obra más barato que ha encontrado el intermediario que conduce un Porsche, Bangla Desh, en competencia con Vietnam o Camboya. Allí la elaboración del tejido y la pieza, 250 unidades por trabajadora y hora sale a 1,50 dólares. La empleada, que duerme en una habitación con otras cinco mujeres, gana 36 dólares al mes. El transporte en contendor es barato, seis céntimos por unidad. La cadena mundial carga en el país de venta dos dólares por alquiler de local, empleados y publicidad. Beneficio: 60 céntimos por camiseta. Millones se venden cada día en todo el mundo. La cadena abre una nueva tienda en cualquier lugar del globo cada dos días. Hay que incrementar las ventas para conseguir los precios más bajos y aumentar el beneficio. No se pude parar. Es una huida hacia adelante. La competencia acecha.

Jaume vive en Tarragona y ha decidido darse un capricho; se ha comprado un descapotable «alemán» para disfrutar del clima mediterráneo. Ha sido diseñado en California porque se entiende que allí se está a la última en cuanto a tendencias, es más «trendy». El vehículo con el marchamo de lo Made in Germany se ensambla en Carolina del Sur, EEUU, que ha subvencionado la planta con terrenos, agua y energía y donde la mano de obra cuesta la mitad que en Alemania. Las piezas vienen en su mayoría de Méjico, donde la mano de obra es todavía más barata.

Hoy, las baratas plantas húngaras producen motores y vehículos «alemanes», coches «japoneses» e «italianos». Las españolas, marcas «alemanas». Las polacas, vehículos con nombres italianos y estadounidenses. Las eslovacas, inglesas y holandesas, marcas «japonesas».La marca francesa produce una nueva línea de vehículos en Rumanía. Serán montados con piezas procedentes de Chequia o Francia. De Alemania llegan las más complejas, las que dan mayor valor añadido.

Los alemanes que, para disgusto de sus socios europeos, como diría un castizo, consumen menos que un parado de Lebrija, venden a todo el mundo gracias a su alta tecnología, algo que se han ganado a pulso, y un Made in Germany que sigue grabado con letras de oro. Una gran marca de automóviles, que ha batido marcas de producción en este año de crisis, ha aumentado sus ventas a China en un 15 por cien. Al nuevo multimillonario chino le gusta lo bueno, desconfía la mala calidad de la producción local. Pero la señora Merkel, que se beneficia del euro, se niega a compartir una parte de esos beneficios por temor a que sus votantes se irriten, a que la UE se convierta en una sociedad de transferencias del norte-trabajador al sur- poco productivo.

Y África, ¿que pinta en esta historia global? ¡Ah, si!, tenemos que asegurarnos del suministro de gas argelino, y admitir la producción agrícola de Marruecos para mantener a la población en su territorio, aunque tengamos que hacer la vista gorda en la cuestión de los derechos humanos o la represión en el Sahara Occidental. Más al sur, en el Golfo de Guinea, las potencias occidentales harán la vista gorda para sacar el petróleo con el surtir a los absurdos 4X4 estadounidenses, copiados ya por los europeos, que son utilizados por las madres para llevar a sus hijos al colegio, acorazados. Aunque parte de la factura del horrible consumo de esos pesados cacharros irá a parar a las arcas del Golfo Pérsico, de donde se derivarán algunas sumas para financiar al extremismo islámico. Y como hay más amenazas, habrá que hacer más gasto en seguridad en Occidente. El ciclo del dinero es extraño.

China, por su parte, se ha asegurado a Angola, productor de petróleo y ricas materias primas, aunque haya tenido que pasar por caja y dar el treinta por ciento de sus inversiones a las empresas de la hija del presidente Dos Santos. El negocio es el negocio. Hay 1.300 millones de chinos que alimentar. Es la clave de la serena política exterior china. No hay, de momento, ínfulas de superpotencia.

Un fantástico y contaminante flujo de buques porta contenedores (400 millones de unidades al año, a 9000 por barco, de media) se mueve 24 horas al día por los océanos, de China a América del norte, de Europa a América, de América del sur a China y Europa. Maersk, el gigante danés, posee el doble de buques que la armada de los EEUU.

China hará caja estas navidades. Es una economía emergente y crece al 10 por ciento. No nos preocupemos porque conseguirá unos notables excedentes en euros y dólares con los que comprará nuestra deuda. Aunque tendremos que pagar más por los intereses y nuestros estados recortarán sueldos y derechos sociales para ajustar los déficits.

Lo dicho, felices navidades globales. Es un tiempo de hermandad en el que las gentes del mundo deben sentirse globalmente unidas y regalar camisetas baratas.

Por cierto, la navidad, creo recordar, era algo más que el color rojo, los arbolitos con globitos y los horribles tra-la-ra-la-tra-la-rá de los centros comerciales. Tiene algo que ver, según la tradición cristiana, con un mensaje de esperanza que se emitió hace algo más de dos siglos en una pequeña localidad de Palestina, donde sigue sin haber paz porque los colonos, financiados por entidades judías norteamericanas, siguen ampliando sus reales ante las mismas narices de los palestinos. Todo es global, menos la paz.

Pero que importa la paz si podemos entretenernos estas navidades, unos más que otros, con los superventas teléfonos «inteligentes» y tabletas «norteamericanas» producidas en Taiwan o en la China comunista-capitalista, que nos permiten comparar los distintos precios de las camisetas en los grandes almacenes en Oxford Street, entre otras cosas.

Nos tienen globalmente atontados; aquí, los corruptos locales de baja estofa, casposos de bigote, rijosos de bajo vuelo, constructores y prestamistas, que han dejado a las familias entrampadas con adosados construidos en medio de eriales a decenas de kilómetros de la civilización. Más lejos, los multimillonarios USA que, tras una semana de manejar «derivados financieros», pasan el weekend en su isla de las Bermudas, porque los Hampton se les han quedado demasiado a mano; por los jeques que agotan las energías fósiles para comprar decenas de estúpidos docecilindros deportivos británicos. Y por los nuevos millonarios chinos, productores de baratijas de plástico y piezas falsificadas, encantados con sus uveocho alemanes y sus timbas en los casinos de Macao, que ya ha superado a Las Vegas.

Claro que la alternativa a todo esto es el mundo en el que vivían algunos de nuestros abuelos en los pequeños pueblos de Castilla, el siglo pasado. Eran ecologistas, alternativos sin saberlo; no eran modernos antiglobalización, de los que protestan contra el G-20 y se citan con el iPhone por Internet, sino a-globalizados. La electricidad llegó a muchos pueblos en los años 60 del siglo pasado gracias al «generoso» aunque un tanto tardío esfuerzo del régimen franquista. Muchos años después, el agua corriente llegaba a las casas. Hasta entonces había que ir a buscarla a un kilómetro a lomos de un burro, uno de los animales mas amables que ha acompañad al ser humano desde los tiempos de Ur y sin el que el proceso de civilización, iPad incluida, hubiera sido posible. En aquel entorno, todo se reciclaba. Si sobraba algo de comida, cosa extraña, iba a las gallinas, los perros o los cerdos. El abono era «orgánico», excrementos con paja, estiércol. ¡Que remedio!, no había otro. El inexistente teléfono era sustituido por los gritos que se daban de ladera a ladera de los valles para saber donde tenían que llevar las vacas. El lugar que hoy ocupa la televisión era el fuego del hogar ante el que se contaban (la mayor parte eran analfabetos) viejas historias una y otra vez como en los tempos anteriores a Homero. No había bancos, los de los préstamos, no de los otros, de madera si había; no había créditos ni especulación. No había burbujas. La moneda no circulaba. Al panadero se le cambiaba un kilo de trigo por uno de pan. El resto era producción propia. Los abuelos utilizaban para los días de fiesta las botas de la boda y la ropa, desgastada por el duro trabajo en el campo, se remendaba una y otra vez. No había que comprar camisetas lejanas. Y lo de la liberación sexual de nuestra moderna sociedad, los chats eróticos, un chiste. Cuando los jóvenes sentían el impulso de las hormonas copulaban detrás de una encina. Las mujeres solían llegar preñadas a la boda, a veces del segundo hijo. Los pecados se confesaban después, que para eso estaba la Iglesia católica que hoy abandona la sociedad globalizada, y en paz con Dios. Sin asistencia sanitaria como en los modernos Estados Unidos, sin saber que era la tensión alta, el colesterol o las transaminasas, muchos llegaban a superar los noventa años. Morían de viejos, se decía.

De aquella miseria de los campos españoles se huía a mediados del siglo pasado a las ciudades industriales, como se esta haciendo ahora en China en la mayor migración de la historia de la humanidad. Aunque si en condiciones precarias, en China han llegado a ser 1.300 millones de personas, espanta pensar donde habrían llegado sin la política del hijo único y si hubieran tenido sistemas sanitarios modernos y una alimentación más adecuada.

Hace tiempo que dejamos de presumir de los viejos grabados decimonónicos que mostraban paisajes industriales llenos de chimeneas contaminantes como símbolo de progreso. De pronto, nos hemos dado cuenta de que, otra vez, faltan cinco minutos para las doce; en la época de la guerra fría para el desastre nuclear, ahora para el ecológico. Estamos en la cima de la civilización, pero al borde del abismo.

Hoy, el capitalismo es más inteligente. No vende sólo productos hechos en casa, sino mucho más lejos y más baratos, «derivados» financieros y trabaja por las energías «limpias». Ha dejado de «consumir» a los trabajadores en las fábricas o en las minas, como en la Inglaterra del XIX, para hacerlos consumidores de baratijas, con lo que la brecha entre los que más tienen y los que menos ha aumentado exponencialmente. Porque ¿cómo se explica que vendiendo camisetas y similares se gane en poco tiempo una fortuna de 25.000 millones de euros? Vendiendo el producto mucho más caro de lo que vale o detrayendo una parte del sueldo de los empleados. Pero, ¡OH!, hemos creado empleo, barato pero empleo, aunque sea, aquí, por 600 euros al mes, y en China o en Bangla Desh a 1 euro al día. Tenemos el fin de semana y las navidades para consumir, comprar camisetas bengalíes baratas, disfrutar con los «Gadget» electrónicos Made in China por las zonas peatonales de la decaída Europa, no retirar la vista de la pantalla del móvil, acariciar continuamente el sistema Android, y mantener la máquina global en marcha, que es de lo que se trata.

Lo dicho: feliz globalización. Porque de navidad tiene poco.