En el debate del Tratado de Maastricht -en aquella época en la que Alemania sí estaba dispuesta a profundizar en la unión económica- el imperioso deseo de incluir lavocación federal que debía tener la Unión Europea en el Preámbulo del Tratado creó muchas tensiones. Tanto fue así que sus detractores, principalmente conservadores británicos, ni siquiera se atrevían a pronunciar la palabra federalista, llamándola despectivamente the f-word, y consiguiendo, finalmente, que dicha palabra no apareciera en ninguno de los artículos del Tratado que cualquier federalista consideraba como hito.
Desde entonces, y pasando por la fallida Constitución Europea, el federalismo ha ido endecadencia, concretamente porque se dejó de tener como el ideal último de pequeñas propuestas. Porque el problema no es que la UE no tenga instrumentos o que le sea imposible crearlos,el problema es método, el deseo y el objetivo real de su uso.
Por ejemplo, el 1 de Enero de 2011 entraron en vigor los nuevos Mecanismos de Supervisión Financiera Europea para mantener la estabilidad y controlar la especulación financiera en los Estados. Estupendo -dirán todos- es un gran paso... Si no fuera porque dependen casi exclusivamente de la voluntad de los propios Estados para que funcionen, y ¿qué gobierno permitiría un mecanismo para castigarse a sí mismo arriesgándose a quedar como el malo de la película?
Divididos en la unidad
La lucha entre convertir la UE en una organización poderosa, con un gobierno común fuerte -la Comisión- que pueda castigar a los Estados miembros, o dejar la UE como un conjunto de países soberanos, que eligen unánimemente basándose en recomendaciones o consultas de las instituciones comunes, ha sido siempre la pelea de fondo de la construcción Europea. ¿Europa o Gobiernos? ¿Comisión o Consejo? ¿Método comunitario o intergubernamental?
Es verdad que el federalismo nunca ha sido un movimiento de masas, pero más de uno se sorprendería al darse cuenta de que podría considerarse a sí mismo como tal. Estos nunca han dejado de enfrentarse a cuestiones que hoy la mayoría vemos claves, como la continúa pérdida del Estado del Bienestar y el modelo social europeo; el déficit democrático de la UE; las continuas divergencias entre líderes nacionales con perspectivas interesadas; la solución común a la crisis de liderazgo que vive Europa; la perdida continua de influencia y poder de Europa en las decisiones mundiales; o el desarrollo de las nuevas potencias, carentes de un proyecto estabilizador o democratizador del planeta.
No está de más recordar, también, que ha sido el método intergubernamental, con su estupenda unanimidad, lo que casi nos cuesta perder el euro la semana pasada, cuando el pequeño Parlamento Eslovaco, en concreto los socialdemócratas, vieron la oportunidad de expulsar al gobierno de centro-derecha de su país, aún votando en contra de la ampliación del fondo de rescate y arriesgando así el futuro de millones de personas.
El peligro de darle un interés nacional a un problema europeo está costando muchas vidas políticas, pero sobretodo esta motivando a que los ciudadanos no entiendan quién tiene la culpa de qué. Y si nos centramos en la UE es todavía peor.
Cuando un gobierno lleva a cabo malas políticas no criticamos al Estado en su conjunto, sino a los que toman las decisiones. Cuando pasa en Europa, todos nos quejamos de Bruselas, como si fuera un ente andante. De ahí que algunos líderes como el presidente del Partido Socialista Europeo, el danés Rasmussen, recalque la idea de, según él, «no echar las culpas a Europa, sino a la mayoría conservadora de Europa».
La doble condición de eficacia y legitimidad se ve gravemente corroída en lo que se refiere a la UE. Los Estados no ceden soberanía fácilmente y las instituciones comunes no tienen tanta fuerza como para imponerse. Parece que, como dice José Ignacio Torreblanca, más que unidos en la diversidad –el lema de la UE- estamos divididos en la unidad. Pero esta crisis del euro es en realidad una crisis sistémica, lo que implica que o cambiamos de rumbo, o el sistema se cae.
La democratización del debate
Hoy en día parece seguro que la paralización de ciertos Estados a la hora de concluir una verdadera unión económica está en el fondo de todas las dificultades que Europa atraviesa en la actualidad.
En realidad, esta afirmación llevaba siendo bastante clara desde hace ya unos años para los llamados federalistas -y para los economistas- pero no lo era para el resto de la población. Y no deja de sorprender que hoy ya todos hablen de lo que hace unos años decían unos pocos, como Eurobonos, Gobierno Económico o Tesoro Único Europeo. De ahí que los europeístas convencidos, se encuentren ilusionados con la idea de que por fin haya calado lo que tanto tiempo llevaban avisando. Pero lo que tampoco hay que olvidar es que se está llegando a esas conclusiones por ensayo y error, no por iniciativa, sino casi por obligación.
Durante los últimos meses hemos presenciado una democratización del federalismo europeo. Ya no solo lo piden Delors, Schröder y Felipe González, sino que se está convirtiendo en una reivindicación general que se está impregnando la conciencia colectiva de los europeos.
El último ejemplo fue hace unos días, cuando se publicó una Carta Abierta a los Lideres Europeos, firmada por más de 1.300 europeos pertenecientes a las elites económicas y políticas del continente en la que, después de dar una serie de soluciones federalistas concretas a los problemas de deuda, acababa rezando: «El euro necesita una solución europea. La búsqueda de soluciones a escala nacional solo puede conducir a la desintegración». Y si a esto le añadimos la cantidad ingente de dirigentes no europeos, analistas, politólogos, diplomáticos, periodistas, premios Nobel de Economía, y más ciudadanos que lo exigen, ya sólo nos queda preguntarnos ¿a quien le falta a nuestros lideres por escuchar para convencerse?
La Comisión ha estado dando pequeños pero importantes pasos, como el Impuesto a las Transacciones Financieras o la propuesta de una Agencia de Calificación Europea. Pero son Merkel y Sarcozy los que ya no pueden retrasar más la respuesta verdaderamente europea a la crisis. Llevan intentando evitarla mucho tiempo, pero ya no les ha quedado más remedio que unir su futuro político al futuro del Euro, y por tanto al del proyecto europeo. Y como bien ha dicho el presidente del Eurogrupo, se está dando una imagen «desastrosa» del Euro y no precisamente un «ejemplo sensacional de liderazgo». Es ahora o nunca, las próximas reuniones del Consejo Europeo van a decidir mucho más que el futuro de Grecia, decidirán el futuro de Europa.
Aunque siendo un poco más realistas lo más seguro es que, aunque acaben tomando algunas decisiones claves, Francia y Alemania no permitirán que sea la Comisión la que dirija, volviendo así al extravagante federalismo intergubernamentalista. Es decir, aunque el debate de la construcción europea haya vuelto a ponerse de moda, quizás pensar que eso implique una orientación federalista sea demasiado utópico, sobre todo si nos fijamos en los líderes que tendrían que decidirlo.
Decía Churchill que los americanos siempre hacían la elección correcta, después de haber probado todas las otras alternativas. Esperemos que todavía no sea tarde para los europeos.