Se licenció en filología románica en la Universidad de Bucarest, en 1967, con «Diploma de mérito»; y ese mismo año publica el primer diccionario rumano-español de Rumanía, ¿el primero del mundo o los que había le parecían pésimos?
Dan Munteanu Colán: No fue el primero del mundo, pero en aquel momento no existía ninguno en Rumanía. Sólo 30 años más tarde, en Madrid, vi una pareja de diccionarios español-rumano, rumano-español (Madrid, Editorial «Carpaţii»), de formato muy pequeño, publicados por Traian Popescu, rumano de la «Vieja Guardia» (exiliados en España después de la caída del gobierno legionario, del régimen democrático, de la monarquía, y la instauración de la dictadura comunista). Eran muy escuetos y sencillos, herramientas de emergencia.
eXp.-Como traductor al rumano de literatura española e hispanoamericana, tiene en su haber más de cincuenta obras, clásicas, modernas: supongo que tiene sus preferencias, pero sobre todo, ¿hay una literatura en español que tenga especial conexión con la literatura de Rumanía?
DMC: Todos tenemos preferencias. Lo dejo claro en un libro de crítica literaria en prensa en la editorial La Discreta (Madrid), Lecturas subjetivas. Afinidades selectivas. El criterio de mis preferencias es la calidad: me gusta tanto Guzmán de Alfarache, como los ensayos de Ortega o las novelas de Bolaño o Carpentier. No me guío por las posibles conexiones entre las dos literaturas. En realidad, a mi juicio, no existe una literatura en español que tenga especial conexión con la rumana. A pesar del origen latino común, las dos culturas son distintas, los dos pueblos tienen un acervo cultural diferente (excepto el latino patrimonial), y eso se refleja en sus literaturas.
eXp.-Inició también en el 67 su actividad como comentarista de política internacional en el más importante periódico de Rumanía, Scînteia; ¿qué le hizo apartarse del ejercicio del periodismo?
DMC: Para serle sincero, del periodismo no me apartó la profesión en sí, sino los que la ejercían y nos conducían. Yo creía que podía ser periodista, pero también investigador/docente, traductor. A la vez. Pero cuando solicité la aprobación para matricularme en el doctorado (otorgada o no por la dirección de la empresa/institución donde uno trabajaba, requisito imprescindible), se me contestó que en el periódico no necesitaban doctores, sino «activistas de partido». Tampoco pude participar en un programa de clases de español de la Televisión rumana, porque la misma dirección me dijo que un periodista de Scînteia no se podía rebajar a dar clases de español.
eXp.-Durante 20 años trabajó como investigador científico en el Instituto de Lingüística de la Academia Rumana, al mismo tiempo que enseñaba la lengua española, traducción; y finalmente una beca como hispanista lo trae a España.
DMC: La historia de la beca merece unas palabras. En los 20 años trabajados en el Instituto de Lingüística recibí un sinfín de becas, invitaciones a congresos, cursos de verano, etc. Pero nunca se me permitió salir de Rumanía. Ni siquiera cuando obtuve un premio en México (del Centenario de la Academia Mexicana), y otro en España (de traducción, del Ministerio de Cultura). Todo eso se lo expliqué al ministro Fernández Ordoñez con motivo de su visita a Bucarest en febrero de 1990, y en menos de un mes recibí por segunda vez la beca que concedía el Ministerio de Asuntos Exteriores a algunos hispanistas extranjeros.
eXp.-Era 1990 y en Madrid trabajó nada menos que con D. Manuel Alvar.
DMC: Manuel Alvar me conocía de referencias; nos carteábamos. Igual que muchos otros especialistas, lingüistas y escritores españoles (Buero Vallejo, Humberto López Morales, Ramón Trujillo, y un largo etc.) De modo que, ¿quién más idóneo que Manuel Alvar para aprovechar al máximo la estancia? No tenía la certeza de que podría establecerme en España en condiciones dignas.
eXp.-A continuación, profesor visitante en la Universidad de Oviedo, luego en Las Palmas de Gran Canaria, donde 20 años después sigue estando; ¿le hubiera gustado conocer otras universidades españolas, prefiere quedarse con la de Las Palmas?
DMC: Tuve la suerte de poder conocer bastantes universidades españolas (Salamanca, Santiago, Oviedo, Zaragoza, Granada, Madrid, Barcelona, etc.) y extranjeras, como invitado a dar conferencias o a impartir cursillos. Me encuentro muy a gusto aquí. Es una universidad relativamente joven, con ganas de trabajar e ilusiones, donde la gente me acogió con mucho respeto y cariño, y donde me siento perfectamente integrado profesional y personalmente.
eXp.- Varias personalidades de la cultura española recomendaron que se le concediera la nacionalidad española. Es español, desde 1995; ¿esto supone algún tipo de renuncia respecto a su país de origen?
DMC: En 1995, la legislación española exigía la renuncia a la anterior nacionalidad. No supuso un trauma para mí, porque creo que la nacionalidad es una formalidad. Se es o no se es rumano, alemán, español o bosnio por el origen, los antepasados, las tradiciones culturales, la gastronomía, los recuerdos... Ahora, cuando vivimos en los «Estados Unidos de Europa», supongo que a pocos les importa la nacionalidad que tienen.
eXp.-¿Qué se traería de Rumanía? ¿Qué le falta a España, o a Ud. personalmente?
DMC: Me traería a los pocos amigos que me quedan allí. Dos o tres. La mayoría están desperdigados por el mundo como yo, o muertos.
¿Qué le falta a España? La capacidad de concienciarse. El espíritu quijotesco flota todavía en el ambiente. Construimos castillos de arena, pecamos de ombliguismo. Porque hemos tenido la suerte de ser una gran potencia mundial en los siglos XVI-XVII, envidiada e imitada por toda Europa y buena parte de América. Y también de pasar de un extremo (dictadura) a otro (democracia mal entendida) en poco tiempo. Ahora consideramos que todo está permitido y que no tenemos ninguna obligación para con la sociedad, el estado, las instituciones, los valores morales.
En cuanto a la segunda pregunta, personalmente no echo nada de menos. Quizás el dulce turco lokum, algunas especias, los embutidos ahumados, la palinca. Nos acordamos, mi señora y yo, de algún amigo, algún paisaje, algún plato rumano. Y nos damos cuenta que lo tenemos todo aquí y en nuestro corazón. Sobre todo en los últimos 10-15 años. Encontramos rábano picante, masa de hojaldre «filo», apio. Todo se encuentra en las tiendas españolas, chinas, rusas, griegas, coreanas, alemanas, libanesas. Las Islas son una pequeña Torre de Babel.
eXp.-Como antiguo comentarista de política internacional, ¿Rumanía y España están en la buena senda? La senda conjunta y la que cada uno hace por su propio pie?
DMC: Ya no sigo muy de cerca la política de Rumanía, pero sí, creo que después de años de titubeos por los senderos vírgenes de la democracia, Rumanía ha logrado encontrar el camino justo. España tiene muchos más años de democracia, pero la Guerra Civil no se olvida. Y esto se refleja en la política, en el bipartidismo que parece envejecer y no dar siempre con las mejores soluciones. Claro que todo esto se puede mejorar. Pero lo importante es que el individuo, la gente, sea consciente de ello, que cada uno se esfuerce por mejorar él mismo, y vivir según unos principios éticos, sanos y compartidos.
Sinceramente, no creo que se puede hablar de una senda común de España y Rumanía, con la salvedad de la política europea común, más bien indicada (¿impuesta?) a los dos (¿a los 28 países de la UE?). Está claro que mientras España trata de seguir a pies juntillas las prescripciones de Bruselas, Rumanía es algo más díscola, como Hungría, Polonia y otros países ex-comunistas. Quizás en un futuro, podríamos hablar de una senda común, aunque yo, por el momento no la veo.
eXp.-Este mes de julio leía sobre el acercamiento de Rumanía a Rusia y China: ¿Es para contrarrestar el acuerdo sobre la instalación del Escudo Antimisiles con EE.UU.?
DMC: Rumanía es un país pequeño, que arrastra la historia de cualquier territorio situado en la encrucijada de los caminos. Pasaron por esa tierra un sinfín de pueblos migratorios, entre los siglos IV y XV. Luego fue el trozo de tarta anhelado por turcos, polacos, rusos, austro-húngaros, soviéticos. Trató de sobrevivir, mediante alianzas, en un juego diplomático cual encaje de bolillos. No sé si el acercamiento actual a Rusia y China responde a ese mismo juego. Tal vez, sí. Pero tampoco hay que olvidar que cada país vela por sus intereses; tanto Rusia como China son grandes potencias económicas y políticas.
eXp.-Habla, lee y escribe español, francés, italiano y rumano. Lee y comprende portugués, catalán, inglés y papiamento. Y entre sus investigaciones y publicaciones científicas, me sorprende encontrar temas como lenguas criollas, pidgins, o el español americano y canario. No parece que se haya «aplatanao» en estas tierras.
DNC: No me he «aplatanao» en mis intereses científicos, mi manera de hablar, mis modales y algunas costumbres a las que no quiero renunciar, como la puntualidad. O, me cuesta todavía encontrarme con alguien por la calle y decirle «adioh» en vez de «buenos días» u «hola». En Europa, saludar a alguien con una fórmula de despedida resulta ofensivo.
eXp.-Tiene una página web cuya construcción explica con mucho humanismo. No es que crea en el ciberespacio. Alejo Carpentier le hizo darse cuenta de su necesidad en nuestra actual sociedad.
DMC: Me pareció genial aquel diálogo de El recurso del método: si no estás en el Larousse no eres nadie. Lo mismo pasó con las páginas web. Y ahora con las redes sociales, con Facebook, Twitter, Linkedin, cuya inmensa utilidad no la niego en absoluto. Estoy chapado a la antigua, pero no soy un dinosaurio.
eXp.-Se declara miembro de un contingente cada vez mayor de «ciudadanos internacionales», podría haber dicho «europeos». ¿Prefiere sentirse ciudadano del mundo?
DMC: No me gustan las etiquetas. Pero sí, me considero, efectivamente, una persona capaz de vivir en distintos países, sí tengo vínculos afectivos, un feeling, con el mundo donde vivo. Por ejemplo, paradójicamente, no me gustaría vivir en Suiza o en los EE.UU., en China o en Gambia, por poner ejemplos extremos. Para mí, importantes son las afinidades de tipo cultural, espiritual, lingüístico.
eXp.-El primero de sus premios, en 1964, se debe al estudio «¿Existen ideas erasmistas en «Lazarillo de Tormes»?». La respuesta es afirmativa, supongo.
DMC: Sí, claro que sí. Vuelvo a retomar el tema en un amplio estudio sobre la picaresca y Guzmán de Alfarache.
eXp.-No sólo ha sido premiado por sus trabajos, también incluido en la prestigiosa guía Quién es quién (2011, 2012) o en el 2000 outstanding Intellectuals of the 12st Century (Oxford, International Biographical Centre, 2013). Seguro que recibirá algún otro premio en España, Hispanoamérica, o en cualquier otra parte del mundo. ¿Hasta ahora cuál es el más preciado?
DMC: Los premios son un reconocimiento que reconforta. Los que afirman que no les interesan son, creo yo, como el zorro de la fábula de Esopo. Considero que todos los premios que he recibido son valiosos. Ya he mencionado el premio del Centenario de la Academia Mexicana, el del Ministerio de Cultura español para traducción, y añadiría como preciado también, el de la Unión de Escritores de Rumanía para traducción.