Como ministros de Asuntos Europeos y responsables de la cooperación entre Francia y Alemania, no nos resignamos. Sino todo lo contrario. Europa no es el problema, es una de las soluciones. Necesitamos una Europa más fuerte, más solidaria, más próspera y más justa.
Debemos volver a darle sentido y aliento a la Europa de la solidaridad. La solidaridad es tanto un ideal como un valor, tanto un método como unas políticas. Debemos actuar para consolidar lo que origina la unicidad de Europa, ese lazo indivisible entre una unión de valores y un modelo de estado social.
Durante mucho tiempo, la Europa social sólo ha sido un tema en los discursos biensonantes. Su ambición disimulaba mal la debilidad de sus consecuciones y de los medios que se le destinaban. Hoy debemos restablecer el crecimiento en toda Europa, pero un crecimiento solidario, que no se deje a nadie por el camino. Hemos tomado esta senda con el pacto de junio de 2012, que ha devuelto el crecimiento y el empleo al núcleo del proyecto europeo, con la unión bancaria, que protegerá a los ahorradores y responsabilizará a los bancos, con la inclusión de una dimensión social en la Unión Económica y Monetaria, con el acuerdo sobre el desplazamiento de los trabajadores, que crea un equilibrio justo entre libertades económicas y derechos sociales fundamentales. La lucha contra el paro juvenil se ha traducido en una movilización personal de los jefes de Estado y de Gobierno y, por primera vez, en la asignación de un presupuesto de 6000 millones de euros en 2014 y 2015 para luchar contra este dramático problema.
Deberemos seguir avanzando estos próximos meses. Seguiremos movilizados para garantizar la convergencia económica y social a partir de los mejores estándares. Naturalmente, cuidaremos de que la dimensión social no sea la gran olvidada de la construcción europea. Haremos campaña entre nuestros socios europeos para introducir salarios mínimos que se definan a nivel nacional. Para la coherencia social necesitamos una ambición mayor.
En las épocas de crisis económica y social, el riesgo de que se agrieten los valores fundamentales en los que reposa la sociedad europea también es mayor. Debemos defender estos valores sin descanso, porque lo que está en juego es la propia identidad de Europa. La dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de derecho y la universalidad de los derechos humanos constituyen nuestra base de valores. Cada vez que se los ataca, lo que se erosiona es la confianza de los europeos en su proyecto, lo que se altera es la función de modelo que Europa cumple ante sus vecinos, tanto al este como al sur. Basta con salir de Europa para apreciarlo. Los que se manifiestan en la plaza Maidan de Kiev, al igual que los que, poniendo su vida en peligro, intentan cruzar el Mediterráneo, tienen «deseos de Europa». Nuestros valores crean aspiraciones. También ésta es una razón por la cual estamos tan abiertos a la elaboración de un mecanismo político que garantice el respeto de nuestros valores en la Unión Europea con mayor eficacia, sin debilitar los instrumentos existentes.
La Europa que defendemos juntos es al mismo tiempo una Europa de soluciones concretas y una Europa que no cede nada en materia de valores. Democracia, crecimiento y solidaridad, éste es el triángulo al que entendemos dar vida para reimpulsar a Europa, volver a dar confianza a los ciudadanos y permitir que todas las generaciones contribuyan de forma concreta, como europeos convencidos, por un mundo mejor. Éste es el sueño europeo que guía nuestra acción.
Debemos volver a darle sentido y aliento a la Europa de la solidaridad. La solidaridad es tanto un ideal como un valor, tanto un método como políticas.