El despertar democrático de la ribera sur del Mediterráneo ha pillado a Europa por sorpresa. La UE se ha sumado rápidamente a apoyar las revueltas populares contra los regímenes autoritarios, mientras salen a la luz los trapos sucios europeos que durante décadas han permitido a los tiranos de los países árabes enriquecerse y mantenerse en el poder.
No ha habido reparos en los gobiernos de la Unión Europea en tolerar las dictaduras más o menos revestidas de elementos democráticos de Túnez o Egipto, ni la más evidente de Libia, cuyos líderes eran considerados amigos, como garantes de la estabilidad en la zona y del suministro de petróleo y gas, además de ser copartícipes de multimillonarios negocios.
La UE ha decidido suspender la venta de armas a Libia, cuando Gadafi se aferra al poder y promete morir matando. Según EUobserver, que cita el último informe de la UE, los países de la Unión concedieron licencias de exportación de armas a Libia por valor de casi 344 millones de euros en 2009. Son las que ahora Gadafi utiliza para reprimir las revueltas. Los datos que acaba de publicar el Instituto de Investigaciones para la Paz de Estocolmo demuestran que la mayoría de los gobiernos europeos han vendido armas a Libia, incluso una de las grandes empresas de alta tecnología, la italiana Finmeccanica, tiene entre sus accionistas al propio líder libio a través de la Autoridad de Inversiones Libias.
No sólo son armas. Bruselas y el resto de capitales europeas han hecho reverencias a Gadafi en un ejercicio de hipocresía diplomática que hoy se torna en suprimir acuerdos y juzgarle por la masacre que está llevando a cabo. Naoufel Brahimi El-Mili, investigador del Instituto de Estudios Políticos de París recuerda en un artículo de Le Monde titulado Culpables complacencias de Occidente con Gadafi, que tras la reapertura de relaciones diplomáticas con Washington en 2004, «Gadafi vuela hacia Bruselas donde se le despliega la alfombra roja». El presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, ha esperado a que Libia esté al borde de la guerra civil para hablar de las «legítimas aspiraciones de los pueblos vecinos del sur». Cuarenta años después, la UE dice que «nuestra responsabilidad es ayudar».
En la lista de los que cerraron los ojos ante la situación libia cabría enumerar a las grandes empresas que encontraron un filón en el desierto libio, pero eso forma parte del capitalismo y, como dijo la catedrática de Ética, Adela Cortina, «las empresas actuales están en cierto modo enfermas de cortoplacismo».
Luego están los medios de comunicación que han tratado con burla e ironía las excentricidades de Gadafi sin entrar en las atrocidades de su régimen. En un medio de comunicación como la televisión, que tanto gusta al líder libio, y en un programa frívolo, pero no tanto, escucho la comprobación estadística que hace Andreu Buenafuente: si se buscan en las noticias de Google las palabras Gadafi y dictador, aparecen juntas en poco más de doscientas informaciones en los últimos años. En los últimos días el binomio se había multiplicado por cuatro. La ola de connivencia de los grandes poderes políticos y económicos con Trípoli ha movido también la información a resaltar las curiosidades del ególatra y a ocultar bajo la alfombra lo que había más allá de la famosa y surrealista jaima del líder libio.
Pero no se trata de echar balones fuera, sino de asumir responsabilidades que, de una u otra forma, todos tenemos en esta conspiración de casi silencio. No es el caso de Libia, casi cerrada al turismo, pero los europeos hemos tomado el sol en las playas de Hammamet, nos hemos hecho fotos en las cuevas de Matmata , en Túnez, o regateado divertidos en los puestos de Jan el Jalili, en El Cairo, sin plantearnos porqué un niño de ocho años nos sirve el té con reverencias, o la pobreza y la suciedad de las zonas rurales formaban siempre parte de un paisaje que era mucho más que pintoresco.