Decía hace poco una escritora bastante conocida que la corrección política era un asco. Que ahora, en las narraciones infantiles, Caperucita y el lobo terminan prácticamente jugando al mus y tomando chocolate, no sea que proteste algún colectivo.
La corrección política lo invade todo. Se pixela a los niños, a los escoltas. De seguir así las cosas, la mitad de las fotos de los diarios aparecerán pixeladas.
Pero el proceso de construcción europea es exactamente lo contrario.
La Comunidad Económica de los seis nació fuertemente pixelada en 1958 con la firma del Tratado de Roma. Gruesos píxeles en blanco y negro de señores muy severos, prácticamente todo señores, que trazaron cuatro líneas maestras sobre el camino a seguir.
Poco después, el píxel franco-alemán lo dirigía todo. De Gaulle le dijo a Adenauer: vosotros, los derrotados en la guerra, os dedicaréis a hacer tornillos, y nosotros, los franceses, a la política. Italia, adormecida en el falso sueño democristiano, no salía en la foto y el Benelux, muy productivo en lo económico, era demasiado pequeño en lo político.
Esa imagen de grano grueso de los años sesenta era un sueño para los países pobres del sur y algo inalcanzable para los del centro-este del continente. Esa foto borrosa en blanco y negro es lo que se mantiene, quizá, en la retina de los ciudadanos de dentro y fuera de Europa, una región de bienestar, libertad y democracia. Pero ampliar la foto y, al mismo tiempo, enfocar la imagen se ha demostrado muy difícil.
En 1975, con Irlanda y Dinamarca entró el gran píxel externo, el Reino Unido, destinado siempre a desenfocar la imagen de la Unión desde dentro. Desde fuera no es posible. No hay más que ver lo que puede o intenta hacer Cameron si desbanca finalmente a Brown.
En 1981 con Grecia y en 1986 con España y Portugal, la severa CEE de entonces, industrial y brumosa, adquirió píxeles anaranjados y cálidos por el sur.
A partir de 1993 la imagen de la Unión, llamada así después de Maastricht, muestra por el centro-norte hermosos píxeles verdes con la entrada de Austria, Suecia y Finlandia.
Pero sobre todo con la gran ampliación a diez de 2004, y la menor de 2007, la Europa de los 27 se ha convertido en un panorama desenfocado por el centro-este con una miríada de puntos pequeños y con una parpadeante Chequia de Klaus que se niega a hacer foco.
El Tratado de Lisboa, sacado a trancas y barrancas a la segunda, es el Photoshop para intentar conseguir el enfoque de esta asociación de naciones. Pero las instrucciones, reconocen los expertos, son muy complejas. Y, en la práctica, Lisboa es un tratado virtual que debe ser completado por los futuros directores del laboratorio, los nuevos cargos, Presidente, Alto representante de política exterior y un Parlamento con más poderes. De la talla de estos políticos, de su tirón e iniciativas, dependerá la marcha del proceso.
Y para eso faltan líderes. Decía recientemente Felipe González, que trabaja en el Photoshop futuro de la Unión, que líderes, los hay; liderazgo, no. Y lo políticamente conveniente en un mundo globalizado, sería hacer foco. Daniel Peral para euroXpress