Europa como objetivo y España como puerta de entrada al continente. Inmigrantes de diferentes partes del África subsahariana buscan desesperadamente una vida mejor. La muerte de al menos 15 inmigrantes en Ceuta, una de las vías elegida, junto a Melilla, por su cercanía a la Península y las muchas conexiones a través de ferrys, buques o autobuses, ha vuelto a poner de manifiesto la continua presión que, como Lampedusa, viven las dos ciudades autónomas con la inmigración irregular.
Los datos hablan por sí solos, en los últimos 10 años se calcula que unos 154.156 inmigrantes han entrado en España de esta forma, de los que 94.559 proceden del África subsahariana y, el resto de Marruecos.
Juan Jesús Vivas y Juan José Imbroda, alcaldes-presidentes de Ceuta y Melilla, respectivamente, realizarán una cumbre a finales de febrero para reclamar soluciones en un contexto, donde el Gobierno de Mariano Rajoy, ha asegurado que modificará una Ley de Extranjería que ya ha sufrido hasta cinco modificaciones desde el año 2000. Por otro lado, la comisaria de Interior de la Comisión Europea, Cecilia Malmström, ha pedido aclaraciones a España, por la actuación de las fuerzas de seguridad que supuestamente usaron pelotas de goma para disuadir a los inmigrantes que intentaban entrar en Ceuta.
Detrás de todo esto, innumerables dramas personales. Los emigrantes se encuentran atrapados entre un presente sin futuro y la esperanza que les ofrecen las mafias para llegar a un continente, en el que entrar de forma irregular es la única solución posible. Escondidos en doble fondo de coches sin ventilación, barcas que apenas se sostienen sobre el mar e incluso a nado, pagando hasta 6.000 euros por una meta que, muchas veces, lleva a una tumba sin nombre en un país extraño.
Hombres, niños, mujeres, incluso embarazadas, para los que buscar el paraíso europeo huyendo del infierno de países en los que sobrevivir es todo un reto. La mayoría de ellos proceden de países del África subsahariana como Mauritania, el Sáhara Occidental, Malí, Sudán, Libia e incluso Argelia o Marruecos. Países, paradójicamente, con los que el gobierno español pretende reforzar lazos para luchar contra este tipo de inmigración.
¿Cómo se vive en estos países?
¿Cuál es la situación que se vive en estos países para arriesgar la vida en una huida semejante y querer llegar a Europa? Marruecos es, a priori, uno de los países con una mayor estabilidad económica de África pero sus inmigrantes irregulares también son los más numerosos. Pese al acuerdo de libre comercio con la UE y un crecimiento prolongado del PIB durante los últimos años (una media del 5,2% del 2004 al 2010), la crisis económica mundial ha terminado por contagiar al país donde reina Mohammed VI.
El desempleo está en un 14,4%, y las materias primas o la gasolina han subido un 20%, el turismo se estanca, el déficit comercial se sitúa en cifras récord del 16,3 % y el salario medio no sobrepasa desde hace años los 200 euros.
Argelia es otro de los países desde donde más inmigrantes llegan a España, y eso pese a ser uno de los principales productores de petróleo y gas del continente. Sin embargo, un 25 % de sus habitantes, según cifras oficiales –las no oficiales hablan de una cifra muy superior-, viven por debajo del umbral de la pobreza. La tasa de desempleo de Argelia también ha crecido en los últimos años, pasando del 15,7% de 2006 al casi 20% actual. Europa es, para muchos argelinos, un sueño que alcanzar y representan, junto a los marroquíes, uno de los principales grupos de inmigrantes, también regulares.
Peor es la situación que se vive en Libia, Sudán, Mauritania o Malí. En este último con unos recursos prácticamente inexistentes, continuos conflictos políticos y territoriales y un desempleo que roza el 40%, según cifras no oficiales. Tampoco lo tienen fácil en Libia, cuyos últimos conflictos políticos con la Primavera árabe como principal referente, una fuerte riqueza nacional concentrada en manos de un gobierno corrupto y la falta de oportunidades laborales ha disparado al 30% el número de personas sin trabajo, mientras que se estima que el desempleo juvenil ronda entre el 40 y el 50 por ciento, la tasa más alta del norte de África. Todo ello pese a unas exportaciones de productos derivados del petróleo y el gas cifradas en 46.300 millones de dólares.
Sudán y Mauritania, viven en la actualidad situaciones mucho más dramáticas si cabe. Sudán, con un 80% de su población eminentemente agrícola, vive amenazado de expulsión del FMI por el impago de su deuda externa, más de la mitad de la población vive en situaciones de extrema pobreza y su nivel de vida se encuentra entre los más bajos del Planeta (61 años). El PIB solo en 2012 llegó a descender hasta un 11,2%.
Mientras, en Mauritania tampoco pintan mucho mejor las cosas. Considerado uno de los países más corruptos del mundo y con menor calidad y esperanza de vida, 6 de cada 10 mauritanos viven por debajo del nivel de pobreza, la tasa de desempleo supera el 30% que alcanza el 50% en regiones del interior del país y sigue importando más de lo que exporta para poder sobrevivir. Inflaciones desmesuradas, derechos humanos que, en la mayoría de los casos brillan por su ausencia, falta de infraestructuras y de oportunidades empujan a una parte de sus habitantes a emigrar para poder encontrar un futuro en una Europa, que las antenas parabólicas les muestran cada día en sus televisores.