El primer mito fundacional de la ciudad de Bucarest corresponde al viajero suizo Sulzer, quien afirmó en 1781 que el nombre significaba «Ciudad de la alegría», Bucurie en rumano. Bucarest, las horas previas a la final de la Europa League rebosa por todos sus poros precisamente eso, alegría.
Se espera en la capital rumana a 24.000 aficionados de los dos equipos, quienes desde el pasado lunes han ido llegando en los más de cien vuelos chárter que ininterrumpidamente aterrizan –cada siete minutos- en el aeropuerto Otopeni de la capital.
Ante la previsión de la aplicación de tarifas abusivas por parte de los taxistas, el ayuntamiento ha dispuesto una flota de autobuses que recoge a los aficionados en el aeropuerto y los traslada hasta las dos zonas-fan: la colchonera en la Plaza George Enescu y la leona, en la Plaza de la Constitución.
Allí se han instalado carpas y pantallas gigantes donde los bucarestinos y los aficionados españoles sin entrada -unos 6.000 en total- puedan seguir la final sin problemas.
Las autoridades locales han previsto que la celebración de la final aportará a la ciudad alrededor de 35 millones de euros. Los 198 hoteles existentes han hecho su agosto con una ocupación cercana al 100%. Otro sector beneficiado es la hostelería; la multitud de bares, restaurantes y discotecas del casco antiguo han hecho acopio de comida y bebida como si se tratase de Nochevieja.
El ambiente de las dos aficiones es de absoluta confraternización, hecho que choca un tanto a los aficionados al fútbol rumanos, acostumbrados a rivalidades menos deportivas. El casco histórico es una marea rojiblanca donde se entremezclan txapelas, ikurriñas, botas de vino, bufandas y camisetas de los dos equipos e incluso el caso un tanto surrealista de un aficionado demente con la bandera azul del Estudiantes de baloncesto. Eso sí que es tener moral.
La ciudad se vuelca por agradar a sus huéspedes. El periódico deportivo más leído del país, Gazeta Sporturilor, ha sacado a la calle una edición especial bilingüe dedicada a la final; por su parte, el liceo bilingüe Miguel de Cervantes ha aportado cincuenta de sus alumnos como guías turísticos voluntarios para hacer más fácil y amena la estancia de los españoles.
Más allá del valor económico que la final puede aportar a Rumanía, otro aspecto a destacar es que, a buen seguro, la imagen negativa que transmiten los medios de comunicación españoles de la inmigración en general y de los rumanos en particular va a ser atenuada por la experiencia positiva que están viviendo miles de madrileños y vascos. Como dice el aficionado vasco Ander Aldama: «Es la primera vez que vengo a Rumanía. Si te digo la verdad venía con un poco de miedo por todo lo que se comentaba sobre los perros y el caos de la ciudad, pero estoy impresionado por la amabilidad de la gente, los parques, la comida y la fiesta. Y además, la mayoría de los rumanos van con el Bilbao».
Sólo queda por ver si en el césped del Estadio Nacional Arena –gemelo del existente en Frankfurt y con una capacidad para 55.200 espectadores- podrá, por vez primera en su legendaria historia, proclamarse vencedor de un título europeo el Athletic de Bilbao –resarciéndose de la derrota sufrida contra la Juventus en la UEFA de 1976- o si será el Atlético de Madrid quien celebre por segunda vez en tres años el título de la Europa League.