La crisis humanitaria que está viviendo Somalia es la peor que ha visto África en mucho tiempo. El conflicto armado, que dura 20 años, entre las guerrillas islamistas y las fuerzas pro gubernamentales, obligan a un éxodo continuo desde Mogadiscio a las poblaciones rurales. Ancianos, mujeres y niños se agolpan al sur de la capital, sin comida ni agua, disputándose un lugar bajo los árboles para protegerse del sol.
Somalia no ha conocido ni un minuto de tranquilidad desde que en 1991 cayó el dictador Siad Barre. El último capítulo se está viviendo a duras penas, el gobierno de transición apoyado por la ONU y la católica Etiopía que no quiere ni pensar en un gobierno islamista a dos pasos de su frontera, pierde terreno frente a las milicias rebeldes apoyadas por Eritrea, que sacan dinero de la venta del Khat, una droga tradicional muy apreciada en la zona, de la piratería y del secuestro de cooperantes y trabajadores de la ONU.
Ante esta situación, que no hace más que empeorar y que la UE conoce muy bien, ya que desarrolla en la zona la operación Atalanta para proteger a los barcos que surcan las aguas somalíes, los ministros de Asuntos Exteriores han decidido "intensificar la implicación de la Unión para promover la paz y el desarrollo en Somalia".
En la declaración que han aprobado subrayan su apoyo al actual Gobierno de Transición y se comprometen a estudiar la forma en la que podrían aumentar la ayuda. También se han comprometido a intentar mejorar las capacidades marítimas somalíes no sólo luchando contra los piratas, sino también colaborando en la protección medioambiental de la costa y de los recursos pesqueros.
Una misión exploratoria irá a Somalia para estudiar sobre el terreno la eficacia de estas acciones concretas que la UE quiere emprender.