La salida de un país del euro sigue siendo tan alegal como lo era hace unos años. Haber incluido en los tratados la posibilidad habría creado mucha incertidumbre y abierto un tabú en la UE que se cerró por sus desastrosas consecuencias. Pero desde las elecciones griegas los dirigentes políticos y miembros del BCE -seguidos por un buen número de medios- no han tenido el más mínimo reparo en desandar lo andado y abrir la posibilidad de que Grecia salga del euro ¡Y afirmando que no sería tan problemático como nos habían hecho creer! Eso sí, asegurando que sería una decisión soberana de Grecia, no quieren cargar con esa responsabilidad histórica.
¿Tan peligroso es lo que han elegido los griegos democráticamente que hace imposible su permanencia en la eurozona? Si únicamente vemos como causa del problema la aritmética parlamentaria para formar gobierno nos quedaremos muy cortos. Finalmente todos los partidos con posibilidad de formar gobierno piden lo mismo, desde Nueva Democracia a Syriza: Que se relajen las medidas de austeridad; nada más exagerado ni catastrófico. De hecho, según una encuesta reciente, el 78% de los griegos quieren continuar en el euro (desgraciadamente, es el 75% de los alemanes los que quieren echarles).
Los griegos no lo piden únicamente porque estas medidas estén impidiendo el crecimiento económico al país (lejos de disminuir, la deuda publica ha aumentado estos años), porque sea literalmente imposible cumplirlas (Grecia necesita 30 años de continuo superávit primario al 2,6% para pagar su deuda), o porque saben que la austeridad no ha sido la solución a sus problemas, que son muchos. No, lo piden porque desde que empezaron los «rescates» la situación de los ciudadanos es desastrosa: Un tercio de la población griega ha caído por debajo de la línea de pobreza. Sólo en el último acuerdo, el salario mínimo se redujo en un 22%, se subieron los impuestos (IVA hasta el 23%), se suprimieron miles de empleos públicos, reducción de pensiones, gasto sanitario, se privatizo el agua, empresas eléctricas y un largo etcétera. Y todo acompañado del 20% de reducción salarial y las espantosas propuestas que tenía Nueva Democracia si ganaba las elecciones con amplia mayoría (como privatizar los hospitales, por ejemplo).
Los sacrificios tienen sentido si funcionan, pero esto parece más un castigo. La economía helena se va a encontrar con una contracción de un 5% sólo este año, un déficit elevado y una deuda del 120% del PIB. Y centrarse en esto seguro que no permite una adecuada reforma de su maltrecho e ineficiente sector público.
¿Y si Grecia sale del euro?
Lo asombroso es que se esté intentando vender la idea de que la «mejor salida» –como decía Der Spiegel- para todos es que Grecia se vaya del euro, tratándolo como casi una banalidad. Pero nada más lejos de la realidad. Si Grecia sale del euro se plantean dos problemas: el primero, el propio de Grecia, cómo hacer algo que nunca se pensó que iba a suceder; el segundo, la situación en que queda la eurozona. Y ambos problemas son muy graves.
Aunque es difícil saber todas las consecuencias, es muy probable que con el cambio de moneda -que no tendría ningún tipo de credibilidad y devaluada en el mercado- Grecia se vería obligada a hacer un corralito para reducir la fuga de capitales. Teniendo las deudas en euros posiblemente el sistema bancario se colapsaría. Sin el dinero de los rescates las deudas no se pagarían y entrarían en suspensión de pagos, los inversores huirían y las empresas no tendrían ningún tipo de financiación. Con el tiempo Grecia se convertiría en el primer Estado Fallido dentro del continente europeo. Algo que muchas potencias, como China o Rusia, no tendrían reparos en aprovechar para su beneficio.
Y el resto previsiblemente nos veremos muy afectados, sobre todo el Sur. La agencia Fitch ya ha dicho que las empresas españolas, portuguesas e italianas -además de las griegas- serán las que más sufrirán si Grecia sale del euro. Y aunque se acojan a la nulidad de Grecia de entrar en la eurozona -cosa que solo podrían hacer en su caso porque mintió en las cuentas- la idea de que un país haya salido abrirá la puerta a que el resto de países del Sur le siga. De poco servirán las grandes declaraciones a los mercados.
La falta de visión política de los gobernantes
Desde que Hollande entró en escena parece que todos en Europa aceptaron que la austeridad por si sola no iba a solucionar nada, ni en España, ni en Francia, ni en ninguna otra economía importante. Pero nos olvidamos de Grecia ¡Que resulta ser el que mejor lo sabe! No han dejado de ser el laboratorio de prácticas para intentar alemanizar Europa. Pero los gobiernos o guardan silencio y dejan el problema a Alemania, o abren la boca inadecuadamente. Y un buen ejemplo es la hipocresía del Gobierno español exigiendo a Grecia que cumpla con sus acuerdos, cuando España está pidiendo a escondidas prorrogas para cumplir el déficit, crecimiento y una relajación de las medidas de austeridad; justo lo que esos mismos acuerdos niegan al pueblo griego. Les hemos dejado solos.
La falta de visión y sensibilidad de algunos dirigentes y gobiernos europeos, sobre todo el alemán, les está llevando a las perspectivas de «si la teoría no se acerca a la realidad, problema de la realidad», y el «hágase mi voluntad, aunque perezca el mundo».
Porque existía la posibilidad de que Alemania hubiera aceptado que sus propuestas sólo han empeorado el país, y admitir que la troika debería reducir sus exigencias y así convencer a los partidos griegos de que, si forman gobierno, están dispuestos a revisar las condiciones y proponer un nuevo plan en la próxima reunión de junio. Y de paso no dejar que los dirigentes políticos griegos se dejen llevar por su interés personal (todos tienen mucho que perder, o ganar, si se repiten las elecciones).
El Presidente del Parlamento Europeo, el socialdemócrata alemán, Martin Schulz, lo vio claro desde las elecciones: «La situación en Grecia muestra la necesidad de que la UE adopte un paquete completo para estimular el crecimiento económico y crear puestos de trabajo». Lástima que sea el Consejo Europeo, y no el Parlamento el que toma las decisiones importantes, porque los Jefes de Estado y de Gobierno, la Comisión y el BCE (ambos parte de la troika, aunque actúen a merced de Alemania) han decidido coger el peor camino, que además significa tirar por la borda todo el dinero, el tiempo y el esfuerzo dedicado.
Cuando lo veamos con tiempo nos daremos cuenta de la injusticia que hemos estado haciendo con Grecia. La austeridad, sencillamente, no ha funcionado y culpar a Grecia expulsándola sólo sería el principio del fin. También las consecuencias geopolíticas serán enormes. Grecia es un país estratégico no sólo para China y Rusia como entrada a Europa, sino para Turquía y su relación fronteriza y de inmigración, Israel y los Balcanes. Y eso sin hablar de las cuestiones morales, porque el aumento de los extremismos por el sentimiento de humillación de haber sido expulsados hará que los 21 nazis que están ahora en Parlamento no se queden solos.
Y finalmente, un fracaso de tal magnitud dejaría vacío al mismo proyecto europeo. Nos demostraría que, efectivamente, en Europa no sabemos estar unidos. Puede que no saliera de esta y se convirtiera en otra institución inútil más. Y al final convertirán a los antiguos europeístas en los más acérrimos euroescépticos.