Europa, anno cero-cero

«Europa vuelve a poner el contador a cero el 1 de diciembre con la entrada en vigor del nuevo Tratado de la Unión. Lisboa resume todos los tratados anteriores. Tras ocho años de tortuosas negociaciones sobre la Constitución, reconvertida en Tratado, nadie va a atreverse a plantear una modificación en mucho tiempo, a la vista de lo que ha pasado, rechazos francés y holandés, no de Irlanda, trabas checas».

En este artículo para euroXpress, Daniel Peral reflexiona sobre la importancia del Tratado, los primeros pasos que han dado los 27 para reformar la arquitectura institucional de la UE, el poder de los Estados, sobre todo, de Francia y Alemania, los nuevos comisarios, el papel que a partir de ahora tiene el Parlamento Europeo...«Lisboa ha venido para quedarse, y por mucho tiempo».

1 de diciembre de 2009. Entra en vigor el Tratado de Lisboa.

Había que reformar las reglas ante una nueva o multitudinaria Europa de los 27. En Bruselas no se oculta la fatiga de las últimas ampliaciones. El camino es, era, una profundización antes de admitir nuevos socios. ¿Se ha conseguido esto a la vista de los recientes nombramientos del nuevo Presidente permanente del Consejo, no rotatorio como hasta ahora, y de la nueva Alta Representante, en la práctica nueva ministra de exteriores? En principio, a la vista del poco peso o poco carisma de los elegidos, parece que no.

Rara vez se ha visto una unanimidad tal en la crítica de los nuevos cargos en los medios de comunicación europeos por la falta de perfil de los elegidos. ¿Tanta preocupación por el referéndum irlandés y la ratificación del presidente checo, para llegar a esto?¿Que el primer ministro belga ha conseguido armonizar las dos comunidades de sus país en un año? Probablemente esto no sea suficiente, decía un alto representante de Parlamento Europeo. Lisboa dice muy poco del cargo de Presidente del Consejo, es un simple «administrador» y una personalidad más fuerte habría dado mas peso al mandato. ¿Que Ashton asegura que lo va a hacer muy bien al frente de la nueva cartera de exteriores, en la que no tiene ninguna experiencia? Es una simple declaración de intenciones frente a la ingente tarea que tiene por delante.

Lo cierto es que sus nombramientos han decepcionado tanto que, por poco que hagan, lo harán bien, decía un diario alemán. Son tan pocas las esperanzas depositadas en ellos.

Decíamos en esta misma página hace una semanas, antes de los nombramientos, que había que estar atentos no a al debate de los 27, sino al papel de los grandes, Alemania, Francia y, a la sombra, en tercer lugar, del Reino Unido, porque eran los que iban a tomar las decisiones. En realidad, son los grandes países los que tienen peso político, económico y política exterior. Los pequeños, apenas se cuidan de mantener buenas relaciones con los vecinos.

Y los grandes, Merkel y Sarkozy se han salido con la suya. No quieren que algún «Presidente de Europa» les haga sombra. Que Van Rompuy se dedique a presidir las reuniones del Consejo, sustituyendo a la presidencia rotatoria, pero no a presidir Europa. Sarkozy no quiere a nadie que haga sombra a su política de «grandeur» y se reparte las carteras importantes de la Comisió con Alemania. Merkel prefiere tener dirigentes europeos de perfil bajo para poder trabajar entre las bambalinas como el gran país que es y tener peso en las carteras fundamentales de la Comisió profundizar en la integración económica, limitando los poderes del Consejo a favor del Parlamento y de la Comisión. Es decir, trabajo doméstico interno, no una gran política exterior. Uno de los grandes debates en los próximos años es definir donde termina la Unión. La decisión sobre Turquía es el fiel de la balanza. Para deleite de Sarkozy y Merkel el nuevo presidente del Consejo ha advertido que Turquía no es Europa.

Gordon Brown, en una jugada maestra, una prueba más de la excelente diplomacia británica asustó con el «espantapájaros» de Tony Blair a sabiendas de que no sacaría adelante su nombramiento. Cuando todos se echaban las manos a la cabeza se sacó de la manga el nombre de una desconocida laborista, además mujer, con lo que se cumple la cuota femenina, y que será vicepresidenta de la Comisión. Los grandes se han repartido los «cromos».

Lo sorprendente de los debates en esta compleja Europa de los 27 es que, precisamente, no hubo debates. Todo se resolvió en unos minutos. Los países del centro y este de Europa, encabezados por Polonia querían una amplia discusión sobre los cargos. Eso fue antes. Después, el silencio. Quizá porque el este, y en concreto Polonia, tiene su cuota con la presidencia del Parlamento Europeo. Todo está repartido, políticamente correcto, equilibrio izquierda-derecha, país grande-país pequeño, hombres mujeres, pero a la baja, sin grandes ambiciones, como se ha puesto de manifiesto en últimos años. Pero, señalan muchos analistas, los 27 subrayan sus problemas, en vez de intentar aspirar a tener una voz fuerte, por fin, en un mundo globalizado.

La reelección de Durao Barroso como Presidente de la Comisió se debió a la política del mínimo común denominador. Ahora se ha seguido el mismo procedimiento. Barroso no quería que el Presidente del Consejo le hiciera sombra como Presidente de Europa. Lo ha conseguido. Maoísta de joven, conservador de mayor, demuestra que navega con todos los vientos y es, de momento, el gran triunfador de la nueva etapa. Y como recibió el apoyo explícito de Zapatero por aquello del iberismo, concede la nueva y poderosa cartera de Competencia a Almunia.

Tras una visita a Bruselas de varios días y de hablar con una amplia gama de dirigentes se saca la conclusión de que en la Unión Europea, si hay una cosa clara, es que no hay nada claro. Sin embargo, se mueve. Lentamente.

Una primera clave: la única explicación posible es que los 27 siguen con la política de los pequeños pasos, intentan poner primero la casa en orden, con dos personas que, aunque sin carisma son considerados conciliadores, antes de tener una voz potente en el mundo. Segundo, siguen mandando los estados nacionales, no Bruselas.

El nuevo puesto de Alto Representante debería ser el que tuviera más visibilidad en el exterior. Pero como vicepresidente de la Comisión queda o puede quedar a la sombra de Barroso.

La señora Ashton retomará el tren tan correctamente puesto sobre las vías por Javier Solana, que, prácticamente, se ha inventado el cargo, y tendrá, nada menos, que crear el gran cuerpo de representación exterior de los 27, de 6.000 a 8.000 diplomáticos en centenar y medio de embajadas. El reto es conseguir una Europa que sea un referente frente a la globalización y esto, en un momento en que no hay muchos europeístas. Somos un modelo para muchos de un posible gobierno global, ha asegurado Solana poco antes de abandonar su cargo.

Pero, como ha subrayado Felipe González, encargado de la célula de reflexión de la Unión, esta nueva e importante cartera de exteriores se pueda quedar coja si trata, sólo, de coordinar las políticas exteriores, no de dirigir una política exterior común.

Hasta febrero o marzo de 2010 como pronto, no habrá nueva Comisión, que tiene que ser ratificada por el Parlamento europeo.

La Cámara sufre un auténtico terremoto. Hasta ahora hablaba de todo pero sin grandes efectos. La palabra mágica de Lisboa en este apartado es la codecisión del Parlamento y su autonomía con respecto a la Comisión y el Consejo. Hasta ahora, el Parlamento era de «segunda», era oído pero no creaba leyes. Ahora pasa a discutir y a aprobar del 30 al 90 por ciento de los temas. La mitad del presupuesto de la Unión va a la agricultura y la Cámara no tenía competencias.

Y el Parlamento discute, cada vez más, temas ideológicos, lo que dificulta los pactos. A esto hay que sumar un Parlamento mas derechizado y un diez por ciento de la Cámara compuesta por euroescépticos y ultraderecha. Pero hay que tener en cuenta, dicen algunos eurodiputados, que en el centro y este de Europa, hace veinte años, no se podía decir nada y ahora, al menos, se discute.

Este retraso en la ratificación de la Comisió por el Parlamento, puede dificultar el arranque de la presidencia española el uno de enero próximo.

Según una fuente diplomática española se trata de «hacerlo muy bien en condiciones difíciles», en un momento de cambio profundo y en un contexto muy complejo.

La presidencia de turno pretende dar una salida sostenible a la crisis económica, mostrar que Lisboa funciona y dar un impulso al europeismo.

Cuando España entró en el 86, la Comunidad era apenas una unión aduanera sofisticada, sin armonización de legislaciones. Ahora, en la Europa de los 27, hay muchas reuniones, muchas más discusiones. Tres mil tiene preparadas la presidencia española y esto no tiene porqué ser para mejor.

Lisboa ha venido para quedarse, y por mucho tiempo. Felipe González decía hace unos días, precisamente en la capital lusa, que aquí lo que no hacen falta son tratados, sino la voluntad política de sacarles todo el partido posible. Nada más. O nada menos. Daniel Peral para euroXpress