(investigador principal Cidob)
El pasado 29 de mayo los presidentes de Kazajstán, Bielarús y Rusia firmaron –en una cumbre solemne celebrada en Astaná– el tratado de creación de la Unión Económica Eurasiática (UEEA). Putin parecía satisfecho, Lukashenka y, particularmente, Nazarbáyev algo menos. Para el Kremlin el tratado debería marcar un claro paso hacia adelante en su proyecto de reintegrar el espacio postsoviético en torno a Moscú.
«Los aliados pueden informar de que Rusia, como parte de sus sofisticadas operaciones información y la desinformación, colabora activamente con las llamadas organizaciones no gubernamentales y organizaciones ambientales que trabajan contra el gas de esquisto (fracking) para mantener la dependencia europea del gas ruso importado».
El presidente electo de Ucrania, Petro Poroshenko, se apresta a asumir el cargo el 7 de junio, mientras la población espera que no olvide que la violencia separatista es solo uno más de los numerosos problemas que debe ayudar a resolver en este país de Europa oriental.
Desde hace varias semanas, los medios de comunicación dominantes se han dedicado unánimemente a denunciar las acciones de Vladimir Putin, primero en Crimea y ahora en Ucrania.
La última portada de The Economist representa un oso tragando Ucrania, bajo el título de «insaciable». La unanimidad en los medios de comunicación es siempre preocupante, porque revela algún reflejo instintivo. ¿Es posible que se esté manifestando la inercia de 40 años de Guerra Fría?En el volcán que se está convirtiendo estos días la frontera oriental de Ucrania, hay mucho más en juego que la supuesta protección de unos rusos fuera de su país de origen, las intenciones expansionistas del presidente ruso, Vladimir Putin o la defensa de la democracia por parte de Bruselas. Detrás hay unas relaciones económicas y políticas de gran importancia para la Unión Europea y Rusia, que se han ido forjando con altibajos desde la caída del telón de acero.