Uno de cada 4 europeos estaba en riesgo de pobreza en 2014. Según Eurostat el 24,4 % de la población europea estaba amenazada de pobreza o de exclusión social, es decir 122 millones de personas. Eso significa que estaban afectados por una de las tres condiciones siguientes: bajos ingresos, estar severamente desfavorecidas materialmente o que viven en hogares cuyos miembros tienen muy pocas posibilidades de acceder a un trabajo.
La población joven representa aproximadamente 40 por ciento de los desempleados del mundo y tiene cuatro veces más probabilidades que los adultos de encontrarse sin trabajo, destaca la organización Soluciones para el Empleo de los Jóvenes (S4YE, en inglés).
El último estudio global realizado por la Encuesta Mundial de Valores sobre la solidez de la democracia en 2015, arroja datos sumamente preocupantes. No obstante, ha sido ampliamente ignorado, excepto por el diario estadounidense The New York Times, que publicó un informe especial.
Las declaraciones del papa Francisco sobre los refugiados, el cambio climático, la venta de armas, el acuerdo nuclear con Irán y las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, entre otros temas políticos, han gustado a unos e irritado a otros.
El papa Francisco ofreció dos mensajes muy fuertes en su discurso ante el Congreso legislativo de Estados Unidos el jueves 24: trabajemos juntos y protejamos a los más vulnerables. Palabras relativamente poco controvertidas. Ambos mensajes recibieron ovaciones de pie de los miembros de los dos partidos, el tipo de ovaciones que rara vez se le ofrece a los presidentes de Estados Unidos en sus discursos sobre el estado de la unión cada año.
El pasado mes de Septiembre, Manuel y Brian, dos misioneros que trabajan en Benga (Malawi) me visitaron en Madrid. Sabían que yo estaba involucrada en proyectos de cooperación internacional y querían trasladarme su preocupación por la salud dermatológica de los habitantes de la zona. «Muchas personas tienen costras, úlceras y erupciones purulentas en la piel». Así es como me lo transmitieron.
Cuando España se adhirió al proyecto europeo, el muro seguía en Berlín. Un año después lo crucé a pie con mi hermano Antonio, que entonces vivía en «Alemania Occidental». Era un país que tenía aún su soberanía limitada por las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial. Entonces, atravesamos con un visado de tránsito «la Alemania del Este» en un automóvil matriculado en la RFA.