Cuando escribo esto, sin ánimo de aguarle la fiesta a nadie, la Unión Europea se debate entre permitir que los bancos entren a saco en Grecia con un segundo rescate (tras el «éxito» del primero, que la dejó aún más a merced de los acreedores), o dejarla caer hasta convertirla en un erial para después ofrecer un plan de reconstrucción financiado por los mismos bancos, eso sí, a intereses aún más onerosos y dar paso así a un esplendoroso país-deudor-sempiterno, ya sin clase media; es decir, sin colchón. ¿Sabe bien lo que pergeña el capitalismo de mercado –perdón por la redundancia-? ¿Adivinan que eliminar la clase media equivale, en estas circunstancias, a llamar a las puertas de la revolución? Aunque seguro que tienen un plan B, seguro que sí. Lo tuvieron ya para la crisis del 29, de la que se salió con la guerra y el Plan Marshall; en España, con la guerra y el plan Franco (en lugar del pan blanco).
Dos meses y medio antes del estallido del 15-M un excelente periodista, Rafael Poch, 20 años de corresponsal de La Vanguardia en Moscú y Pekín, auguraba, al albur de las llamadas «revoluciones árabes» que antes de dos años tendríamos rebeliones de esa índole en las ciudades de Europa. «Europa –escribía Poch desde Berlín- podría conocer grandes turbulencias, si no se cambia la actual política. La política de austeridad vía recortes sociales, que asfixia toda posibilidad de recuperación, añade nuevos motivos de agravio». Y añadía: «La deuda griega ha aumentado en más de 40.000 millones en un año y ya asciende a más de 340.000 millones (147% del PNB). Si no cambia la política, en dos años Grecia e Irlanda habrán quebrado y otros estarán al borde de la quiebra. En lugar de unirse y crear una alianza en Bruselas contra esa política errada, los gobernantes de los países más afectados se dedican a renegar los unos de los otros, repitiendo uno tras otro que, «Irlanda no es Grecia», «Portugal no es Irlanda», España no es Portugal, ni Grecia, ni Irlanda..., etc., etc».
Cuando escribo esto, el gobierno de España , es aún el «socialista» y sigue aplicando las políticas de ajuste dictadas por el FMI (dirigido hasta unas semanas antes, por cierto, por un presunto acosador sexual, presunto socialdemócrata, más que presunto potentado económico y del que se presumía iba a ganar las elecciones de Francia en nombre del Partido «Socialista»), recomendadas por Bruselas,aplaudidas por banqueros y empresarios, que pedían aun más «paquetazo», lo que era cacareado por una derecha lista a colocarse en las poltronas una vez acabado el trabajo sucio, en forma de reforma laboral yairreversible.
Cuando escribo esto se han constituido una buena cantidad de ayuntamientos de derechas –mayoritariamente en Andalucía y Extremadura-, gracias a los votos de los elegidos en nombre de Izquierda Unida. Y se apresta la derecha extremeña a beneficiarse de miles de votos de izquierdas y a hacerse con las riendas del poder extremeño. Y esto sin que nadie pida opinión a esos votantes o permiso para cambiar el sentido de su voto.
Cuando escribo esto, está diciendo una chica del sistema, no vayáis a creer, que «la democracia representativa hace aguas», que «son necesarios cambios muy radicales», que el sistema institucional y el modelo de partidos «está blindado y es impermeable a la participación de la gente». Que con la crisis económica estamos asistiendo a «un chantaje de las grandes instituciones financieras y los poderes económicos» y que lo que la calle está pidiendo es que «la regulación, el control, la transparencia y las medidas corresponden a los gobiernos».
Cuando escribo esto, aun quedan cosas del viejo mundo que está muriendo –al tiempo que nace uno nuevo- que no son cuestionadas. Pero son cada día menos. Nada va a volver a ser como antes, nos repiten como un mantra; lo repiten especialmente quienes auguran que saldremos de la crisis, pero que, claro, nada volverá a ser igual. Especialmente una cosa: se acabó el trabajo seguro, para todos y para siempre. Y lo hacen mientras añaden unos ceros a sus ingresos o anuncian un expediente de regulación de empleo (Ere) y el incremento de beneficios en el ejercicio anterior. Eso es lo que ha hecho Telefónica, antigua empresa pública.
Cuando escribo esto el gobiernoaún socialista aplica la recomendación de la UE para que las cajas de ahorro –últimos restos de la presunta banca pública- reciban aun más fondos públicos (o sea, de todos) para, a continuación, convertirse en entidades privadas (o sea, de unos pocos...listos). Y como el dinero público (o sea, de todos) se lo da el gobierno a las cajas antes de privatizarlas (para unos pocos), no queda más remedio que elevar la productividad, rebajar los salarios, aumentar el número de años trabajados y recortar las pensiones, al grito de «¡salvémonos y huyamos con la caja, que esto se hunde!».
Cuando escribo esto aún sigue en marcha el 15-M,un movimiento reformista y no violento (ya sabéis, el colchón de la clase media), pese a las maniobras del poder y de los medios –perdón por la redundancia, medios, poder- para tratar de enfangarles. Y se publica que, según las encuestas, el 15-M tiene el apoyo de casi el 70 por ciento. Desde el principio han recibido el aplauso de José Luis Sampedro, quien en su mensaje de apoyo a '¡Democracia Real YA!', grupo impulsor del 15-M, escribió: «Ahora es vuestro turno, mucho más importante. Me ilusiona ver que los receptores del mensaje, muy certeramente, habéis comprendido que no basta con indignarse, que es necesario convertir la indignación en resistencia y dar un paso más. El momento histórico impone la acción, la movilización, la protesta, la rebelión pacífica. El llamamiento a indignarse no debe quedarse en un best-seller fácilmente digerible por el sistema y así lo estáis demostrando con esta convocatoria».