El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de la ONU votó a favor de la división del Mandato Británico de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe. El líder judío David Ben Gurión aceptó el denominado Plan de Partición que, seis meses después, permitió el nacimiento de Israel. Pero el rechazo árabe a esa iniciativa impidió la creación de un estado palestino.
La semana pasada, fue Israel el país que dijo «no», repudiando la solicitud del presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, para que la ONU hiciera un reconocimiento implícito del estado palestino.
En efecto, al rechazar el cambio de estatus de Palestina, Israel tácitamente negaba también la llamada «solución de los dos estados» para el conflicto en Medio Oriente. Mientras Israel se niegue a poner fin a la ocupación, no solo la real independencia palestina, sino también el fin del conflicto, seguirá siendo un sueño lejano.
El segundo pilar de la solicitud palestina en la ONU hacía referencia a «la urgente necesidad de reanudar y acelerar las negociaciones de paz en Oriente Medio «. Además, reafirmaba «su compromiso (...) con la solución de los dos estados para que uno independiente, soberano, democrático, viable y contiguo de Palestina viva al lado del de Israel en paz y con seguridad sobre la base de las fronteras fijadas antes de 1967».
Sin embargo, nadie realmente espera que se reanuden pronto las negociaciones. Al comienzo de su actual gobierno (fue también primer ministro entre 1996 y 1999), Netanyahu parecía aceptar, aunque a regañadientes bajo presión de Estados Unidos, la idea de un futuro estado palestino. «Si reconocen a Israel como el estado judío, estamos dispuestos a aceptar un verdadero acuerdo de paz» y la creación de uno palestino, dijo en junio de 2009 durante su único discurso significativo sobre políticas de paz.
Aparte de la moratoria de 10 meses a la construcción de asentamientos judíos, esa supuesta disposición de Netanyahu nunca se tradujo en políticas concretas. En cambio, insistió en que las negociaciones no debían tener condiciones de ninguna clase. Esto equivalía a empezar de cero y a no reconocer los progresos hechos por su predecesor, Ehud Olmert (2006- 2009).
Dos sangrientas ofensivas contra Hamás (acrónimo árabe de Movimiento de Resistencia Islámica) en Gaza -una entre fines de 2008 y comienzos de 2009, y otra el mes pasado- constituyeron el marco de cuatro años de parálisis diplomática y de un casi incesante crecimiento de las colonias judías.
El proceso de paz se reavivó brevemente en 2010, cuando, tres semanas antes de que llegara a su fin la moratoria, Abbas aceptó reanudar las negociaciones con Israel. A pesar de la insistencia de Estados Unidos y de Palestina para que Netanyahu mantuviera la moratoria, la edificación de colonias judías continuó y las conversaciones colapsaron.
Aunque destinada originalmente a censurar la política de Israel sobre los asentamientos, la aprobación en la ONU del cambio de estatus de Palestina fue también un reconocimiento de la necesidad de fortalecer a Abbas frente a los ojos de sus propios compatriotas, especialmente después de la última guerra en Gaza.
En cierto sentido, las fracciones palestinas rivales, la nacionalista secular y la islamista, están ahora empatadas.
Mientras que Hamás se encuentra estancado en su negativa a reconocer el derecho de Israel a existir y en su insistencia de que solo la resistencia armada puede poner fin a la ocupación, Abbas apuesta por la no violencia, y ahora puede afirmar que la diplomacia trae frutos.
Al igual que Hamás, Israel insiste en que Abbas aún gobierna un estado sin territorio ni fronteras, sin dominio sobre la franja de Gaza, controlada por el movimiento islámico, ni Cisjordania ni Jerusalén oriental, bajo ocupación israelí.
Israel cierra los ojos frente al nuevo orden diplomático creado por la decisión de la Asamblea General de la ONU. En una afirmación que recordó la resistencia de los líderes árabes a aceptar la victoria israelí tras la Guerra de los Seis Días, de 1967,
el canciller Danny Ayalón señaló que la resolución carecía de significado. «Abbas llamó a la paz, pero no con nosotros», fue la respuesta del ministro de Asuntos Estratégicos israelí, Moshe Ya'alon, a la «maniobra unilateral» de Abbas.
Otros ministros acusaron a Abbas de violar los acuerdos firmados y amenazaron con adoptar medidas punitivas «en el momento adecuado» si Palestina usaba el derecho ahora adquirido de denunciar a Israel ante la Corte Penal Internacional por su política de asentamientos o por crímenes de guerra.
Menos de 24 horas después de la votación en la Asamblea General, un alto funcionario israelí confirmó que el gabinete respondió a la resolución aprobando la construcción de 3.000 unidades de viviendas más en asentamientos ya existentes.
También fijó planes para edificar miles de unidades adicionales en torno a Jerusalén oriental, sobre todo en el área designada como «Proyecto E1». De ser implementado, el «Proyecto E1» separaría a Jerusalén oriental de Cisjordania, y por tanto imposibilitaría el establecimiento de esa ciudad como capital palestina.
El gobierno de Netanyahu además anunció que retendrá este mes los ingresos por impuestos de los palestinos, que rondan los 100 millones de dólares, arguyendo que la ANP debe 200 millones a la Corporación Eléctrica Israelí. «Es una decisión sin significado que no cambiará nada sobre el terreno», declaró Netanyahu sobre la votación en la Asamblea General.
Cuando faltan menos de dos meses para las elecciones, la mayoría de los israelíes parecen estar en armonía con el primer ministro. Apenas 300 israelíes de izquierda se manifestaron en apoyo al reconocimiento del estado palestino frente al Ayuntamiento de Tel Aviv, en el mismo lugar donde Ben Gurión declaró la independencia del Estado judío.
Estados Unidos, que siempre ha estado de lado de Israel en la ONU, podría sentirse traicionado por la decisión de Netanyahu de avanzar con los asentamientos, pues pone obstáculos para el proceso de paz.
Pero Netanyahu no tiene intención de dejar que el más pequeño margen de error le afecte en las urnas, en las que sería reelegido, según las últimas encuestas, liderando una nueva coalición volcada aun más a la derecha del espectro político.