España y el tabaco: Nunca es tarde, pero ya era hora

El gobierno prepara una modificación de la ley antitabaco que prohibirá totalmente fumar en lugares públicos cerrados. Hasta ahora intereses económicos y políticos han impedido que la ley, sin ser tan tajante, se cumpla en España.

La prohibición total levanta polémica y protestas entre fumadores y propietarios de bares y restaurantes. Pero lo cierto es que la mayoría de los países europeos arriesgaron más y triunfaron. La Encuesta Europea de Salud demuestra que en España el número de fumadores ha aumentado desde que entró en vigor la ley. Algo va mal. Son argumentos de Enrique Peris, en este artículo, para apoyar una nueva ley que defienda los derechos de los no fumadores.

Que lo de fumar es un hábito muy cinematográfico lo saben especialmente los amantes del cine clásico y de las viejas películas de la época dorada del cine negro. ¡Qué mundo ideal, ese en el que los personajes encarnados por Bogart, Bette Davis, Robert Mitchum, Marlene Dietrich, Melvyn Douglas y tantos otros, no tenían que preocuparse por el daño y la molestia que causaban a los fumadores pasivos, ni parecían sensibles ellos mismos a la amenaza del cáncer, a las enfermedades pulmonares obstructivas o a las dolencias cardiovasculares y cerebrales!

Pero son cosas distintas. El humo del cine, confinado a lo virtual, no perjudica directamente a la gente, salvo por el hecho de que muchos pueden sentirse impulsados a imitar los movimientos y las actitudes de las grandes estrellas. También tienen gran fuerza plástica esas escenas en las que el policía encargado del caso o el detective protagonista de la historia disparan su revólver contra el malo y éste se tambalea y cae, pero en la vida real gestos y hábitos de ese género no están bien vistos como uso social, sobre todo en Europa.

Por eso, aunque muchos defensores de la libertad de fumar lo emplean de vez en cuando («entonces, que no fumen en las películas, y que quiten de las películas antiguas todas las escenas en que se fume»), ese no puede considerarse un argumento de peso en contra de las leyes que restringen el tabaco en lugares públicos. También están los que denuncian, como hipócrita, la postura de los gobiernos de prohibir el consumo del tabaco en lugares públicos pero no prohibir en cambio su venta. ¡Qué raro sería el que, a estas alturas de la marcha del mundo (cuando voces muy respetadas afirman que habría que legalizar y regular la venta de las drogas duras para quitarle el negocio a las mafias y acabar con la tragedia del narcotráfico), los estados se plantearan eso de prohibir y declarar ilegal el comercio y la industria del tabaco!

Otros dicen que el alcohol es una droga mucho más peligrosa que el tabaco y sin embargo no se prohíbe ni se restringe legalmente su uso. Y, en fin, hay quien argumenta una y otra vez eso de que, al fin y al cabo, a nadie le obligan a entrar en un bar, y que el que entra es porque quiere, y que si entra y le molesta el humo de los fumadores....¡pues que se vaya!

Pero no es tan simple. Ahora, es como si en España los responsables de gobernar y legislar a favor de la salud de los ciudadanos acabaran de darse cuenta de que los camareros que sirven cañas y bocadillos, o preparan gin tonics detrás de la barra de un bar o de una discoteca, están respirando durante horas y horas, lo quieran o no, un aire envenenado por el humo de los cigarrillos de los clientes que fuman. Ya era hora, desde luego, y aunque más vale tarde que nunca, como dice el dicho, la verdad es que no había que ser un lince para reparar en un hecho tan evidente e incontrovertible.

Tarde es, se mire como se mire, si se compara la situación española con la de los países europeos de nuestro entorno, y muchos de más allá de nuestro entorno, donde las autoridades hace años que pusieron en vigor leyes que impiden fumar en todos los lugares públicos cerrados, incluidos, por supuesto, los bares y restaurantes, sin excepciones, concesiones, restricciones o medias tintas que desvirtuaran la norma o permitieran saltársela a la torera o boicotearla a conciencia, como ha ocurrido en España. Y así, el abstenerse de fumar en los bares o en los lugares de ocio o de reunión se ha convertido en algo aceptado, cotidiano y natural como la vida misma, incluso en países en los que parecía algo casi imposible de aplicar una prohibición rotunda, como en Irlanda (donde muchos sostenían que la pinta de Guinness y el pitillo estaban indisolublemente unidos), o en Gran Bretaña.... ¡o en Italia!

Pero no en España, claro, donde el temperamento de los nacionales, especialmente fogoso al parecer, y las presiones de los empresarios del sector de la hostelería han aconsejado hasta ahora a los gobiernos sucesivos no meterse en muchos líos ni complicarse demasiado la vida. De este modo, la legislación antitabaco que entró en vigor aquí en enero del 2006, y que era, ya en su formulación, un modelo de timidez, ambigüedad, tibieza y permisividad, no ha servido para nada.

A ello ha contribuido decisivamente el sabotaje de los gobiernos de determinadas Comunidades Autónomas, como la de Madrid, que han estimulado deliberadamente su incumplimiento, pero ya la norma misma estaba destinada a no cumplirse, gracias a ese planteamiento timorato e indeterminado, de sí- pero- no, que contemplaba espacios para fumadores y mamparas de separación dentro de los bares, y que establecía que en los establecimientos de menos de cien metros habría libertad absoluta para fumar si así lo decidían sus dueños.

Por eso, contrariamente a lo que alguien calculó, meses atrás (vaya usted a saber con qué criterios), de que gracias a la ley había descendido el número de personas que fuman, la realidad de las últimas cifras de la Encuesta Europea de Salud atestiguan que los fumadores han aumentado en España en casi un siete por ciento desde que entró en vigor (en teoría) la actual normativa. Y, claro está, muchos trabajadores de la hostelería (que en España son casi un millón y medio) se sienten discriminados y se quejan. ¿Por qué el resto de los españoles pueden verse libres de humos en su lugar de trabajo, y ellos no?

Está claro que los camareros son los fumadores pasivos por excelencia, pero los empresarios españoles del sector siguen clamando en tono apocalíptico que si la prohibición se hace efectiva perderán mucho dinero, porque la gente no visitará los bares si no puede fumar en su interior. Esa es una predicción pesimista que no se ha cumplido en realidad ninguno de los países europeos donde rige la prohibición efectiva: antes bien, en algunos casos ha aumentado la clientela.

Pero ahora que el gobierno español parece decidido a actuar y legislar en firme, y a modificar la ley actual para hacer cumplir de verdad lo que se ha calificado como «el derecho de la gente a no fumar», los hosteleros españoles insisten en rasgarse las vestiduras y en que la medida puede acabar con ellos, porque aseguran que en nuestro país la gente y los hábitos son completamente distintos que en el resto de Europa, incluyendo, dicen, a los franceses, a los italianos o a los portugueses. Puede que sea verdad en parte, y no para bien, pero si así fuera ya es hora de acabar con ciertas diferencias.

Por fortuna, es Europa, es decir, la Comisión Europea, la que propugna que antes del 2012 todos los miembros de la Unión prohíban fumar en el interior de restaurantes, bares y locales de hostelería en general. Los países y los gobiernos que se queden atrás en un asunto tan serio y tan sensible (por mucha frivolidad que le echen), y tan importante para la salud de la población, quedarán completamente en evidencia.

El gobierno español se propone plantear la reforma legal en los próximos meses, incluso durante su semestre de presidencia de la Unión, y dice que busca el consenso. Tiene a su favor, además del sentido común, el hecho de que una clara mayoría de los ciudadanos apoya la idea una norma firme y radical contra el humo. En contra, la cuestión del famoso «temperamento» español y su rechazo de las prohibiciones, así como las presiones y los intereses de ciertos sectores que se ven perjudicados, y una lamentable experiencia de que aquí muchas leyes se aprueban y se promulgan pero no se cumplen. Y no pasa nada.