La conquista que celebra este experto colombiano, consejero especial del Centro del Sur, es el fallo dictado el pasado lunes por el Tribunal Supremo de India, denegando el recurso presentado en 2009 por la firma transnacional farmacéutica Novartis, de origen suizo.
El Centro del Sur, con sede en Ginebra, es una organización intergubernamental a la que pertenecen más de 50 países en desarrollo, dedicada al análisis de los problemas en esas naciones.
«Medicamento que cura, mata el mercado»
Los farmacólogos franceses Philippe Evan y Bernard Debre sostienen que la investigación en el sector es cada vez más compleja y no se logra diseñar medicamentos que representen un avance tecnológico fuerte.
Los grandes laboratorios hicieron hasta fines de los años 90 innovaciones espectaculares que cambiaron las condiciones de vida, empezando por los antibióticos. Pero desde entonces comenzaron a tener dificultades, cambiaron de estrategia y se dedicaron sacar medicamentos de modo rápido sin demasiadas diferencias entre ellos, según Germán Velásquez.
«También optaron por producir fármacos que no curan, sino que solo tratan la enfermedad, como es el caso de los medicamentos contra el colesterol, que son para consumirlos toda la vida». afirmó.
«La filosofía del negocio es que el medicamento que cura mata al mercado», sentencia.
«Imaginemos que la industria invierte millones de dólares en un fármaco o dispositivo médico para curar la hipertensión arterial. Eso sería el fin del comercio sanitario más poderoso en la actualidad en los países industrializados», puntualiza.
«Es que el 20 por ciento de la población sana de esos países toma hoy antihipertensivos», asegura.
Velásquez, que ha trabajado durante más de 20 años en la Organización Mundial de la Salud (OMS), nos explica su punto de vista sobre esa causa judicial tramitada en los tribunales de Nueva Delhi y sus consecuencias para los países en desarrollo.
¿Cómo interpreta la sentencia del Tribunal Supremo de India?
Germán Velásquez: Hay problemas con la información que se está divulgando. Casi todo el mundo dice que India rechazó la patente de Glivec. Eso es verdad, pero no es todo lo que señala el fallo.
¿Entonces?
GV: El meollo del dictamen es la ratificación de los criterios fijados por la ley india para aprobar la patente de un fármaco. Es decir, si cumple con los requisitos de contener una innovación o no.
¿Cómo se explica el pleito?
GV: Todo comienza con la adopción del Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (Adpic), uno de los tratados establecidos al mismo tiempo que nacía, en 1995, la Organización Mundial del Comercio (OMC).
India fue entonces el único país en desarrollo que utilizó el periodo de transición para aplicar el Adpic, en 2005, cuando promulgó la ley de patentes.
¿Qué pasó con las solicitudes de patentes presentadas durante esa década de transición?
GV: Se fueron acumulando hasta sumar unas 10.000 solicitudes y solo en 2005 la oficina de patentes comenzó a examinarlas. Entre ellas figuraba el Glivec.
Pero los nuevos criterios normativos resultaron más estrictos, como el que indica que la innovación no puede ser un cambio menor en una molécula, sino que tiene que ser algo substancial. En resumen, en 2006 se negó la patente de venta local del Glivec.
¿Cómo sigue la historia?
GV: Novartis cuestiona esa resolución y abre una causa judicial ante un tribunal de la ciudad de Madras (la capital del sureño estado de Tamil Nadu que desde 1996 pasó a llamarse Chennai). Pero la Corte Suprema de esa ciudad, a los tres años, rechaza también la petición. Ese mismo 2009 Novartis apela ante una instancia superior y otra vez pierde.
¿Ahora qué otro recurso le queda?
GV: Aquí viene el aspecto que no se ha divulgado suficientemente. En un gesto muy cínico, perverso y grave, Novartis dijo (antes del fallo): «Si no me dieron la patente, voy al Tribunal Supremo, pero ahora pido que se elimine ese criterio estricto establecido en el Artículo 3 de la ley de patentes». «Si se fijaran estándares más flexibles, más bajos, entonces entra mi medicamento», razonaba.
La causa tomaba entonces otro cariz.
GV: Sí, pues con la intención de introducir por la fuerza su fármaco, la firma transnacional pretendía modificar la ley de un país. Y de un país como India. Creo que en eso sus directivos pecaron de miopía al tomar esa decisión. Les ha costado mucho en términos de imagen.
¿Cómo llega a esa conclusión?
GV: Se nota que dieron un mal paso al lanzarse a denunciar la ley de patentes india corriendo el riesgo de perder. La industria transnacional en general venía de dar un traspié en Sudáfrica, cuando en 2001 se vio obligada a desistir de unau ir contra una ley que autorizaba a patentar medicamentos importados a menor precio para poder afrontar la epidemia del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA).
Uno podía suponer que la «Big Pharma», como llaman a las mayores compañías farmacéuticas, habría aprendido la lección. Incluso sabiendo que el Glivec estaba patentado en 40 países, entre ellos Estados Unidos, China y Rusia.
¿Insinúa un efecto dominó?
GV: Si Novartis pierde en India, como perdió el lunes, cualquiera de los gobiernos de los 40 países puede preguntarse: «¿Por qué no reviso esa patente y la anulo?». Es una potestad que figura en las legislaciones de todos ellos.
¿Qué rango tienen esos 40 países que reconocen la patente del Glivec?
GV: En su mayoría son estados industrializados, grandes mercados. Pero entre ellos hay algunos con severas dificultades económicas en la actualidad, como Grecia y España, cuyas autoridades se pueden preguntar que por qué deben pagar 2.500 dólares mensuales por persona por un tratamiento contra el cáncer. Pueden decirse: «Mejor lo hago fabricar como genérico e invalido esta patente».
Creo que los directivos de Novartis no lo tuvieron en cuenta al lanzarse a esta carrera judicial. Obviamente, tras el primer impulso, siguieron hasta el final y hoy van a tener repercusiones.
¿Cuáles pueden ser esas consecuencias?
GV: Debe ser una lección para los demás países del Sur. Deben tratar de seguir el ejemplo de India e introducir en sus legislaciones cláusulas como las contenidas en el artículo 3d, que restringe y determina algunos criterios respecto de lo que se considera una innovación para que se otorgue una patente. Que no puede haber solo un cambio menor, que a veces es apenas cosmético, en una molécula del medicamento.
¿Qué perspectiva hay de que se extienda ese criterio?
GV: En India, Filipinas y Argentina ya existe esa prohibición, mientras que otros la están introduciendo por vías alternativas.
¿Otras consecuencias?
GV: India podrá seguir fabricando genéricos de todos los nuevos medicamentos que no sean verdaderamente originales y seguirá exportándolos con tranquilidad. Hay que tener en cuenta que el 95 por ciento de los retrovirales que se consumen en África provienen de ese país asiático.
De manera que el fallo del Tribunal indio es brutalmente importante, con una repercusión muy concreta para ese medicamento y para unos 10.000 más que están en lista de espera en la oficina de patentes de Nueva Delhi.
¿Qué porcentaje de esa cifra puede obtener una patente?
GV: En 2010, Argentina aprobó 2.000 patentes farmacéuticas y China 4.000. Pero en realidad, las verdaderas innovaciones son de apenas 40 o 50 productos por año.
¿Por qué una diferencia tan abismal entre patentes acordadas y verdaderos productos innovadores?
GV: La industria farmacéutica afronta dificultades muy grandes para innovar. Se aferra a una lógica muy miope, muy inmediata pero de enormes beneficios. Consiste en lanzar innovaciones incrementales, como le llaman en inglés, o sea un producto pequeño con apenas un cambio gradual, pero acompañado de una gran campaña comercial.