Este coeficiente, ideado por el italiano Corrado Gini, varía entre 0 y 1: siendo 0 la perfecta igualdad (todos tienen los mismos ingresos) y 1 la perfecta desigualdad (una persona tiene todos los ingresos y los demás ninguno). Por tanto, mide la desigualdad de ingresos, pero también la desigualdad en la riqueza. «El índice de Gini mide hasta qué punto la distribución del ingreso (o, en algunos casos, el gasto de consumo) entre individuos u hogares dentro de una economía se aleja de una distribución perfectamente equitativa», explica el Banco Mundial en su web.
La desigualdad de ingresos en España se ha incrementado en esos cuatro años en ocho puntos porcentuales, frente a cinco puntos en Irlanda y Grecia o tres en Estonia; otros países europeos en los que también aumenta la desigualdad son Austria, Dinamarca, Francia, Hungría, Italia o Eslovaquia. En el lado opuesto, es decir, países en los que en este periodo ha disminuido la desigualdad encontramos a Finlandia, Holanda, Polonia y Portugal. En el conjunto de la OCDE, los datos se mantienen más o menos estables, pasando de una media de 0,314 en 2007 a 0,315 en 2011.
Las diferencias en ingresos son una muestra de la desigualdad social de un país e incluso del empobrecimiento. Por tanto, cuando se habla del bienestar de un país, objetivo que se torna como el ideal de la política, es más lógico tener este índice en cuenta que otros como el Producto Interior Bruto (PIB). El índice de Gini debería ser el nuevo PIB, ha dicho el sociólogo Zygmunt Bauman.
«Los especialistas de la estadística y los economistas saben perfectamente bien que el PIB mide esencialmente la producción mercantil (expresada en unidades monetarias) y es como tal en donde radica su utilidad. Sin embargo, se le ha usado con frecuencia como si se tratara de una medida del bienestar económico. La confusión entre estas dos nociones corre el riesgo de dar como resultado indicaciones engañosas en cuanto al nivel de satisfacción de la población y provocar decisiones políticas inadaptadas», apunta la Comisión Stiglitz, conformada por los economistas Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi, encargados de elaborar el 'Informe de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y del Progreso Social'. Y es que, como muchas veces se ejemplifica, contaminar aumenta el PIB: los trabajos de limpieza por ejemplo se incluyen en esta cifra macroeconómica.
Continuando con el caso español, Cáritas apunta también que desde la crisis ha habido una diferencia de renta entre la población más pobre y la más rica: «Desde que se dispone de información anual sobre las rentas de los hogares no se había registrado un crecimiento tan alto de la desigualdad», recoge el informe 'Igualdad y Derechos Sociales 2013' de esta organización. Desde la OCDE se explica que la evolución del caso de España está directamente relacionado con la pérdida masiva de empleo durante la crisis.
«Reformar las políticas fiscales y de prestaciones es el instrumento más directo y eficaz para la redistribución. Sin embargo, las estrategias que sólo se centren en redistribuir el ingreso no serían eficaces ni financieramente viables, sobre todo en el entorno fiscal restringido que predomina hoy en día. La forma más prometedora de atacar la desigualdad es más que nunca por la vía del empleo. El desafío más importante es contar con más y mejores empleos, que permitan a la gente escapar de la pobreza y ofrezcan verdaderas perspectivas profesionales», dijo la OCDE en 2011.
Si la redistribución es un desafío, las mediciones eficaces sobre bienestar también. «Ha llegado la hora de que nuestro sistema estadístico se centre más en la medición del bienestar de la población que en la medición de la producción económica y es conveniente que dichas mediciones del bienestar se restituyan en un contexto de sostenibilidad», recoge la Comisión Stiglitz, quien recomienda: referirse a los ingresos y al consumo, más que a la producción; hacer hincapié en la perspectiva de los hogares; tomar en cuenta el patrimonio al mismo tiempo que los ingresos y el consumo; otorgar más importancia a la distribución de los ingresos, del consumo y de las riquezas; y ampliar los indicadores de ingresos a las actividades no mercantiles.
Sin olvidar que sería conveniente, según añaden, mejorar las medidas estadísticas de salud, de educación, de actividades personales y de condiciones ambientales, entre otros puntos. «Sabemos más sobre la producción que sobre el bienestar», insisten.