Análisis de Pierre Klochendler
Se espera para fines de este mes una reunión entre líderes de Occidente e Irán, encuentro clave que podría determinar el futuro del programa nuclear de ese país asiático. Extrañamente, el tema no es de interés público en Israel.
Las últimas conversaciones entre representantes de Teherán y del grupo llamado P5+1, conformado por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia, más Alemania, tuvieron lugar en junio pasado en Moscú.
Los temas más importantes por resolver son el autoproclamado derecho de Teherán a enriquecer uranio, la exigencia occidental de acceder a las instalaciones atómicas iraníes como la de Fordow y el levantamiento gradual del régimen de sanciones.
Este lunes Instituto para la Ciencia y la Seguridad Internacional de Estados Unidos publicó un estudio señalando que Irán estaría en condiciones tecnológicas de fabricar al menos una bomba nuclear para mediados de 2014. El miércoles 16, representantes de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) mantuvieron reuniones con funcionarios iraníes sobre el acceso a Parchin, base militar donde se sospecha que se realizarán ensayos de armas nucleares.
Pero en Israel, el tema apenas figura en la campaña para las elecciones generales del próximo 22 de este mes. El primer ministro Benjamín Netanyahu, «Bibi», como le llaman los israelíes, ostenta la inflexible postura de su administración ante Irán como uno de sus mayores logros. Al menos desde su perspectiva, sus amenazas evitaron una guerra, y sus presiones a la comunidad internacional sirvieron para que esta a su vez presionara a Teherán.
Los opositores de Bibi lo consideran un charlatán, que en realidad nunca tuvo intenciones de atacar instalaciones nucleares de Irán. Pero la charlatanería es también una estrategia electoral. Su presentación en la reunión anual de la Asamblea General de la ONU en septiembre fue el broche de oro de su administración.
En ese podio internacional, mostró una pancarta con el esquema de una bomba a punto de estallar, al mejor estilo de los dibujos animados, indicando el supuesto nivel de enriquecimiento de uranio alcanzado por Irán. Netanyahu advirtió entonces que, «para la próxima primavera o a lo sumo para el próximo verano», Teherán tendrá la capacidad de fabricar un arma atómica.
La semana pasada, al comienzo de la campaña mediática de cara a las elecciones, se transmitió un programa de una hora en el Canal 2 israelí sobre el perfil del primer ministro. Sin embargo, allí Netanyahu solo mencionó a Irán una vez, y de forma bastante tangencial.
Lacónicamente rechazó las acusaciones del exjefe de seguridad interna Yuval Diskin, que había dicho al periódico Yedioth Aharonoth que las consultas de alto nivel del gobierno de Netanyahu sobre el tema iraní eran «decadentes», en ellas los funcionarios consumían puros, alcohol y cocina gourmet. «He tenido reuniones más serias sobre Irán», aseguró el primer ministro.
Adiós Irán
Los anuncios publicitarios ahora muestran a Bibi repitiendo tópicos de su discurso en la ONU, esta vez con un mapa de Oriente Medio, y destacando que, por ahora, su gobierno ha tenido éxito en evitar que Irán desarrolle armas nucleares.
Entonces, ¿en qué quedó lo que él mismo calificó como «la mayor amenaza existencial», no solo para Israel sino para el resto del mundo, y que ahora parece desaparecer como si nunca hubiese existido?
Su discurso electoral se enfoca más hacia los peligros del islamismo en Egipto y en Siria. Es que el factor del miedo, fácil de generar, tradicionalmente ha jugado a favor de la derecha. Basta nombrar el «terrorismo palestino» o la Primavera Árabe y se desata la angustia en el público y el miedo a que Israel termine siendo una «residencia en medio de la selva».
Por eso, ¿para qué advertir del ocaso nuclear y arriesgarse a una campaña desapasionada cuando la sensación que prevalece es que la reelección de Netanyahu es un hecho consumado?
Netanyahu es conocido por agacharse cuando alguien le arroja una pelota en el campo diplomático. Es esperable que en su segundo periodo también dilate y termine por socavar cualquier arriesgada iniciativa de paz o compleja aventura militar. Eso es tranquilizador para muchos israelíes.
Su campaña se concentra en proteger a Israel con nuevos sistemas antimisiles, una muralla fronteriza con Egipto que está a punto de terminarse y el reforzamiento de la línea de defensa en los ocupados Altos del Golán. Por tanto, los debates y eslóganes sobre temas centrales para la paz y la seguridad, especialmente los relacionados con Irán, no sirven a sus propósitos.
Es cierto, que en las campañas electorales nunca faltan incendiarias declaraciones de intenciones. Pero en ese aspecto, para Netanyahu ya tiene bastante con su anuncio de «medidas punitivas» contra Palestina, después de que la ONU elevara su estatus a «Estado observador no miembro» en noviembre pasado. El primer ministro prevé reanudar los planes de expansión de colonias judías en Cisjordania.
Jugar con fuego y amenazar con una acción militar unilateral contra Irán simplemente no está ahora en las cartas de Netanyahu. Para empezar, Bibi no está dispuesto a generar en este momento nuevas tensiones con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que comenzará su segundo mandato el próximo lunes.
La decisión de Obama de designar a Chuck Hagel como su secretario de Defensa parece no contribuir a que ambos gobiernos pasen a una nueva página en las relaciones bilaterales. Pero Netanyahu no se atreverá ahora a desafiar abiertamente la prerrogativa del mandatario estadounidense.
El primer ministro confía en que Hagel, al reestructurar el presupuesto de defensa, no recortará la ayuda militar a Israel. Mientras, dejará que las conversaciones del P5+1 y la AIEA con Irán sigan su curso, esperando a que estas terminen con el resultado más tolerable para su gobierno.