GAFSA, Túnez, (IPS) - Hace un año, Salim, de 23 años y originario de esta ciudad en el centro de Túnez, decidió abandonar su país rumbo a Europa con la ayuda de una red de traficantes de personas. Salim se convirtió en cabeza de familia hace tres años, cuando su padre, un maderero, muriera de cáncer de pulmón.
Gafsa fue históricamente una ciudad rica, pero la mayoría de sus habitantes se consideran afortunados si pueden ganar 10 dinares (unos cinco euros) tras un duro día de trabajo. La emigración ilegal parece ser la única salida de un ciclo de pobreza y falta de oportunidades para los jóvenes de Túnez.
Los traficantes cargan a personas en pequeños barcos en la ciudad portuaria de Sfax, a 270 kilómetros al sudeste de la capital, y los trasladan a la isla italiana de Lampedusa, habitada por
4.500 personas y apenas a 100 kilómetros de la costa tunecina. «El 3 de julio (del año pasado), pocos meses después de la revolución en mi país, partí a Italia junto a otras 98 personas», cuenta Salim.
Se acercaba el mes sagrado musulmán de Ramadán. Nos metieron a todos los emigrantes en un contenedor en Gafsa. «Los traficantes nos dijeron que no lleváramos ninguna de nuestras
pertenencias. Llegamos a la costa de Sfax tarde por la noche. No podíamos ver nada a nuestro alrededor, y otras personas que querían que sus familiares abordaran también el pequeño bote nos atacaron con cuchillos y machetes», cuenta.
«Después de esa experiencia terrible, justo cuando nos acercábamos a Lampedusa, fuimos avistados por un avión de la Cruz Roja. Los trabajadores humanitarios nos llevaron a la isla, donde nos dieron alimentos, mantas y ropa», añade.
Salim dice que las autoridades italianas les trataron bien, pero que sufrieron mucho a manos de soldados tunecinos cuando los deportaron a Sfax. Les ataron las manos con sogas y fueron insultados e interrogados por separado antes de poder regresar a sus hogares.
Solo en 2008, cerca de 31.700 inmigrantes llegaron a Lampedusa, un 75 por ciento más que el año anterior, según el Ministerio del Interior de Italia. El año pasado, después de la revolución de enero en Túnez que acabó con el régimen de Zine El Abidine Ben Ali (1987-2011), unas 44.000
personas intentaron escapar a Italia. Unas 25.000 eran de Túnez, pero también había emigrantes de Libia, Chad, Nigeria y de otras partes de África.
Fue «un peligroso viaje a la esperanza y a la vida digna», dice Salim.
Tras visitar Túnez en junio pasado, el relator especial de la Organización de las Naciones Unidas sobre los derechos humanos de los migrantes, François Crépeau, revindicó el derecho de las personas a abandonar su país de origen, como lo estipula el artículo 12 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
Al ser enviados de regreso a su país, a los migrantes se les promete apoyo y empleo. Pero, un año después de haber vuelto a Túnez, Salim sigue sin recibir asistencia formal del gobierno. Considera lamentable que su país, el primero en ser escenario de la llamada Primavera Árabe, no haya logrado cambiar sus políticas hacia los pobres. «Quizás los jóvenes, como nosotros, debamos promover una segunda fase de la revolución», opina.
«Mi hijo no terminó la escuela secundaria porque su padre necesitaba ayuda en el negocio de la madera», cuenta la madre de Salim, Aicha, de 58 años. Ella trabaja en la cocina del hospital Gafsa, pero su sueldo y el de Salim juntos no llegan a los 120 dinares (unos 59 euros) al mes, lo que es insuficiente para alimentar adecuadamente a su familia de cinco miembros.
Aicha nos explica que «Dejarlo ir no fue fácil. Yo seguí trabajando y ahorré para darle una parte del dinero del viaje a Europa, estaba convencida de que esa era la única forma de salir de la pobreza y de las penurias».
Zaki, habitante de Gafsan, de 24 años, tiene una historia similar. Emigró a Europa siguiendo la misma ruta que Salim en agosto del año pasado, sobre todo para que su hija menor pudiera terminar la escuela secundaria. «Era una buena estudiante. No quería que terminara de prostituta», dice.
Zaki lamenta las desesperadas condiciones de vida en Túnez. «Vivir en el campamento de Lampedusa es mejor que vivir desempleado en Gafsa», asegura. «No hay absolutamente nada de trabajo en Gafsa para los jóvenes como yo. He hecho toda clase de trabajos difíciles y raros, pero sin resultado. Mi madre y mis amigos me ayudaron a ir a Sfax. pagando 1.000 dinares (495 euros) por hacer el viaje a Europa en bote».
Zaki viajó en un camión de transporte de pescado junto a otras 120 personas, aunque el vehículo solo tenía espacio para 45. Muchas enfermaron o murieron asfixiadas en el trayecto. «Tuvimos toda clase de problemas, como ataques de bandas armadas, averías en la batería del bote y el incendio del motor», recuerda.
Fue enviado de regreso a Túnez, y su familia no tiene otra opción que devolver los préstamos que pidió para ayudarle.
Consultados sobre si volverían a ser «Harraga», argot del norte de África para referirse a los que emigran ilegalmente a Europa, Salim y Zaki respondieron que no les queda otra opción. «Llegas a un punto en que tu corazón se va muriendo. La única vez en que me sentí feliz y lleno de esperanza fue durante mi corta estancia en Italia», dice Zaki.
Que añade «El doble discurso de la administración y de los funcionarios me enferma. Llenamos gran número de formularios y de solicitudes, pagando importantes tarifas, para obtener un visado legal. Lo mismo ocurre a la hora de buscar empleo: nuestras solicitudes se quedan simplemente en los cajones y se olvidan».