Es la cuarta escritora en llevarse el Cervantes en los últimos 37 años, siguiendo la elegante estela de las españolas María Zambrano y Ana María Matute y de la cubana Dulce María Loynaz. Elena Poniatowska, con 81 años, ha recibido en su casa al sur de la Ciudad de México, el mayor galardón de la literatura en español, ella, de mirada dulce y despierta, independiente y rabiosa en un país en el que por fuerza hay que posicionarse.
Poniatowska, escritora, ensayista, hija de un príncipe polaco huido allende los mares y nacida en París, aterrizó en México con siete años. Tras estudiar en Estados Unidos arrancó su carrera como periodista en el diario Excelsior a principios de los años 50, un momento en el que era posible entrevistar a Octavio Paz, a Diego Rivera, a Juan Rulfo o a Luís Buñuel. Y ella lo hizo.
Su primer libro fueron los relatos «Lilus Kikus» en 1954, de los que Rulfo dijo «eran mágicos» y parece que la periodista se había bebido la maestría de sus ídolos para contar historias y empezó a contar las suyas, las que hablaban de las revueltas estudiantiles y de la represión política, las que vió y trasladó a «La noche de Tlatelolco», quizá su libro más popular.
Tras aquel temblor social llegaría el gran temblor que conmovió -literalmente - los pilares de México, el gran terremoto de 1985 del que saldría «Nada, nadie: las voces del temblor», un testimonio de las víctimas, familiares y heridas que la tragedia dejó en el país.
El periodismo marcó el tono de obras como «Amanecer en el Zócalo», «Los 50 días que confrontaron México», «Octavio Paz: las palabras del árbol» o «El tren pasa primero».
Con una piel absolutamente permeable a los problemas de sus compatriotas, Poniatowska ha desarrollado además una decidida y activa vida política, abiertamente de izquierdas, indignada y protestona. La escritora acompañó a Cárdenas a finales de los años 80 del pasado siglo para hacer frente a la hegemonía del PRI, más tarde se posicionó junto a Obrador y hace apenas quince días subrayaba las palabras de Enrique Peña Nieto en un mitin.
De entre sus escritos sobresale un tema predilecto, la mujer valiente, lo femenino singular, el género como reto y como victoria, y así ha retratado a figuras de todos los sectores, desde la pintora Eleonora Carrington en «Eleonora» a la escondida Angelina Beloff, amante de Diego Rivera en «Querido Diego, te abraza Quiela», pasando por la fotógrafa Tina Modotti en «Tinísima» o las revolucionarias mexicanas en «Hasta no verte, Jesús mío». El Cervantes, para algunos, se ha visto como una deuda saldada con todas esas mujeres y con Elena que, por mujeres en tierra de machos y violencia contra lo femenino, han sido humilladas históricamente de demasiadas maneras.
Con Poniatwska, son ya cinco los Premios Cervantes que quedan en México, con el de Octavio Paz (1981), Carlos Fuentes (1987), Sergio Pitol (2005) y José Emilio Pacheco (2009).
La prensa mexicana ha celebrado la noticia llenando de cariño y admiración las crónicas del día, asegurando que Poniatowska «ha registrado como cronista los problemas sociales de México con una pluma envidiable y transparente», que «es la voz de los más necesitados de México» y un referente para los lectores de nuevas generaciones «que siguen encontrando en ella lo verdaderamente literario».
Elena Poniatowska acaba de publicar un libro de cuentos, «La vendedora de nubes», dedicado a su decena de nietos, a los que contagiará su lúcida visión del mundo, un mundo en el que conviven la sangre y los sueños. Y la primera, la que mueve la mano de la escritora que siempre escribe a mano, tira hacia abajo, hacia donde viven los amigos, donde reposan los libros y siempre, siempre, sale el sol.